29 años después

A pesar de que el sarampión en México era una enfermedad prácticamente erradicada desde 1996, durante los primeros cinco meses de 2025 se han registrado más de mil casos y una muerte a causa del virus. De acuerdo con la Secretaría de Salud, esta cifra es la más alta en 17 años.

El boletín epidemiológico, publicado durante los primeros días de mayo, además de hacer un recuento de las personas contagiadas, informó que el 95% de los casos se concentra en Chihuahua, afectando principalmente al grupo de los 25 a 34 años. Por supuesto, el principal problema es la falta de vacunas.

Y es que la crisis que se vive en nuestro sistema de salud es innegable y, lamentablemente, no es nueva. De acuerdo con la investigación realizada por Animal Político, en 2016 hubo una disminución del 56% en la aplicación de vacunas triple viral (sarampión, paperas y rubéola).

Como si eso no fuera suficiente, la situación empeoró durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, pues no se adquirieron las dosis suficientes para garantizar una aplicación a nivel nacional.

Sumado a la falta de biológicos y medicamentos registrada en el sexenio anterior, el sistema de salud mexicano enfrenta otro reto significativo: la desinformación alrededor de las vacunas, independientemente de las enfermedades que buscan combatir, sea sarampión o influenza.

Creencias como que las vacunas ocasionan autismo o que contienen ingredientes nocivos (como el mercurio), que es mejor la inmunidad natural que la proporcionada por las dosis recomendadas, que tienen el efecto contrario en el sistema inmunológico o que provocan la enfermedad que pretenden prevenir son algunos de los argumentos que la población utiliza para evitar la aplicación de biológicos.

Como factor adicional, tenemos las terribles condiciones bajo las que trabajan las personas especialistas en medicina y enfermería alrededor del país: falta de insumos, de presupuesto, de seguridad y hasta de personal son tan sólo algunos de los obstáculos que se han denunciado durante los últimos años con protestas y exigencias al gobierno.

Lo que está pasando en Chihuahua, con los casos de sarampión, es una muestra del tornado que se ha hecho cada vez más grande e incontenible para el sistema de salud y la administración de Claudia Sheinbaum, en general. No podemos perder de vista que parte fundamental de la transformación (más allá del número ordinal) es garantizar la integridad de la población.

¿Cómo es posible que 29 años después el país esté atravesando por un problema tan simple (si se aborda correctamente) de resolver? ¿Cómo se atiende una enfermedad que tiene múltiples síntomas y tantas personas involucradas? ¿Cómo sanar el deterioro que se ha acumulado por tantos años?

El sistema se encuentra ante una consecuencia directa derivada de la negligencia institucional y las omisiones que, supuestamente, buscaba combatir. ¿Cómo podemos hablar de una política del bienestar sin acceso a la salud pública, preventiva y de calidad? ¿Realmente combatir el consumo de comida chatarra en las escuelas está en primer lugar en la lista de prioridades?

Los resultados del desmantelamiento de instituciones, la centralización de procesos y la reducción de insumos esenciales bajo el pretexto de la austeridad republicana están empezando a manifestarse; aunque no como lo imaginó “la esperanza de México”. Entonces, ¿qué queda por hacer?

La administración encabezada por Claudia Sheinbaum tiene la obligación de reconocer la magnitud del problema y actuar con urgencia. No basta con emitir boletines ni con delegar la culpa a administraciones anteriores. Es urgente restablecer la cobertura de vacunación, garantizar el abasto de medicamentos, combatir la desinformación con campañas claras y sostenidas, y dignificar las condiciones laborales del personal médico.

La salud pública no puede ni debe ser rehén de decisiones políticas ni de cálculos presupuestales. El caso del sarampión en Chihuahua es una alerta que no debe pasar desapercibida.

¿Inmunidad o indiferencia?
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