Repaso - ¿Ya dejó de ser formativa la escuela?
En opinión de Carlos Gallardo Sánchez
Entre las barbaridades que he leído, sobre todo en las redes virtuales, está aquella de que en los hogares se forma a los niños y jóvenes, y en las escuelas se instruye. Entiendo que es para deslindarse de las exigencias cada vez más intensas acerca de que los alumnos aprendan no sólo conocimientos, sino incorporen a su comportamiento la práctica vivenciada de valores. Claro que en esto último la familia es importante, pero ello no exime a los docentes de esa responsabilidad.
Hace muchos años, diría como 35, de eso se hablaba en las escuelas normales, en las materias esencialmente pedagógicas, entre las cuales puedo citar didáctica, filosofía de la educación y ciencias de la educación.
Para diferenciar los postulados o principios fundamentales de la llamada “escuela nueva”, respecto de la “escuela tradicional”, la idea de formación integral era inherente a las funciones que se les atribuían a los centros escolar y responsabilidad de las profesoras y los profesores.
El enfoque de “instrucción” no cuadraba con la idea de mejorar los procesos pedagógicos que surgieron bajo la óptica que algunos llamaron de escuela activa. Ejemplos de ese tipo de enseñanza – aprendizaje los podemos ver en las experiencias de Freinet y Montessori, entre otros varios. En sus propuestas de trabajo se concebía al maestro de grupo como un verdadero agente de cambio, con afanes de transformación y atento a los intereses y desarrollo de sus discípulos.
En nuestros días, el soporte pedagógico del aprendizaje ancla mucho más en los avances científicos. Ese saber pedagógico para nada se asocia con “la instrucción”, sino con la formación integral de los niños, los adolescentes y los jóvenes.
Sin embargo, hay quienes, dedicados actualmente a la docencia, persisten en sostener que su tarea fundamental es simplemente instruir. De manera acertada, según creo, una autora española, que firma como Isabel Ag Era, sostiene que: “Existe una diferencia sustancial entre educar e instruir. Para instruir basta con saber. Para educar es necesario ser”.
Como lo anterior no pretende ser un tratado de principios pedagógicos, valga lo hasta ahora anotado en este espacio, para afirmar que la función primordial de los maestros es educar para formar individuos completos, en donde el saber se sume a la aspiración última de lograr seres integralmente realizados.
¿A qué todo lo anterior? A que en México y, por consecuencia en Morelos, con eso de la “nueva” propuesta educativa impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, se ha manifestado hasta la saciedad aquello del respeto a los maestros, de su no evaluación punitiva y de otras promesas que atiendan a no meterse con la dignidad de los docentes, antes bien, a acompañarlos para que ellos mismos decidan lo que necesitan para actualizarse.
En trincheras, como la de la representación sindical, los líderes se rasgan las vestiduras y dicen que nunca han dejado de defender a los docentes, no solamente por cuanto a los derechos salariales, sino también a su formación, que no instrucción, profesionalizada. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Les ha faltado, porque no les interesa, promover una verdadera reflexión sobre el ser maestro, con vocación profundamente humanista, con saberes supeditados a esa vocación, con una clara concepción de su trabajo, que no es formar seres repetidores de lecciones, sino sujetos sensibles, comprometidos y creativos con su entorno.
Ya sé que hay ciertas ideas fijas y obsesivas para valorar el trabajo docente. Como aquellas de que son sembradores y no sé cuántas otras, pero todas esas sirven como cumplidos y no como parámetros o indicadores para determinar lo que son en el diario quehacer que desarrollan en el aula. Son ideas transformadas en frases repetitivas, cursilonas, anticuadas, que salen a la luz, sobre todo, en fechas como el inminente día del maestro.
Estoy convencido que estarán integradas a los discursos palabreros que pronunciarán las autoridades del sector, expertas en rollos sin chiste, y de los representantes sindicales, buenos también para lo mismo. Pienso que están en su derecho de lucirse frente a las maestras y los maestros que los escucharán, porque suponen que eso es lo único que quieren oír, relacionado con su trabajo y con el papel que desempeñan en la sociedad.
Pero creo también que, para que no pequen de fofos e intrascendentes, deberían exigirse un poco y promover la reflexión del ser maestro con ética, con valores, con preparación, con compromiso, sin que los incumplidos tengan que acudir con papá sindicato para que los defienda.
Como que este y otro tema es conveniente abordarlo en estos tiempos de contingencia.
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