Punto Kairo - El cañón de lobos
En opinión de Juan Salvador Nambo
Saqué este modo de viajar. En un auto a medianoche. A más de cien kilómetros. Por el cañón de lobos. Fue un recorrido desde Tejalpa. Ella no pudo asimilarlo. Fue genial. Amaré la música de los Doors que me impulsaron hacerlo y amaré a mi amante LA Woman. La discusión ni la recuerdo.
Escuchábamos Chan Chan de Buena Vista Social Club en ese tramo histórico y mágico de Morelos. El más peligroso a Yautepec. Estaba soñado, la velocidad me segaba. Sólo una orden ayudaba: estás manejando como te lo pide el camino, si lo hago más lento puedo provocar un accidente. Y eso no es conveniente.
Siguiendo la Luna de los Fabulosos Cadillacs sigue. Carajo. Casi en automático freno. Pero la nostalgia me obligó a seguir. Iba mi esposa y yo pensando en mi novia. Pero ella iba inmutada, hasta que llegamos a una intercepción.
Después a tierras desconocidas. Con Escándalo de Marc Antony creo que a Ticuman. Y la carretera sola. Y entonces la propuesta de ella: Si vas a manejar así y sin rumbo llévame al cañón, quiero gritarles a los lobos.
Nada tuve que decir. Inmediatamente regresé. Y ahora ella daba miedo por su determinación. Imaginaba que íbamos al despeñadero. Íbamos con Héctor Lavoe. Con su majestuosa voz que nos envolvía entre la negrura de la noche mientras nos curveábamos por ese sendero que nos llevaba a un mundo desconocido, a donde siempre nos imaginábamos estar para morir.
Imaginamos nuestra muerte en un accidente de auto. Incluso, imaginariamente, lo planeamos, pero cuando vi la verdad escuchando murió la Flor de los Ángeles Negros. No pude seguir, reduje la velocidad y sentí miedo. La mirada de mi acompañante era amenazante.
Sentí, no solo la mirada de mi mujer sino también la mirada de la Luna, que en esos momentos nos acompañaba en el misterioso laberinto de la soledad, que nos embargaba en la decisión maldita de nuestra catastrófica vorágine de miseria, en la que nos sumergíamos cada vez que la rutina nos alcanzaba.
Por fin, esos gritos de enojo por querer ver quien tiene la razón en aquella acalorada discusión, nos llevaron a la melancólica soledad que nos reunió en el lugar más seguro de nuestra existencia. Ese lugar que añorábamos
cuando la alegría nos embarga a carcajadas, en busca de parajes del cañón para descargar esa adrenalina que nos llevó a sacar nuestros más bajos instintos.
Y seguimos con Alfredo Gutiérrez, El Diario de un Borracho, y yo a gusto de estar en el paraje, a salvo de esa mujer, ella gritando loca de rabia y yo arrepentido de mi correría. Pero por Dios, cómo me hizo disfrutar.
Confundido sólo atiné a decir: ¿Qué pasa contigo? Ella sólo dijo: Me trajiste al lugar de lobos. Esos lobos como los que estas acostumbrado a tratar, me seguía diciendo dentro de su discusión. Eres un hijueputa (como suele decir) con su acento chiapaneco continuaba diciéndome y, así continuó sin darme la oportunidad de defenderme o por lo menos darle un argumento convincente de mis fechorías, porque reconozco que no soy una blanca paloma.
Y no sólo eso, iba con la advertencia de irse. Y yo con la advertencia de dejarla. Hasta que un tráiler pasó cerca de nosotros. Jesús bendito, sentí que el alma se me iba al ver ese monstruo pasar frente a mis ojos, el auto se movió como si fuera una hoja de papel, así sentí mi vida en esos instantes, tan volátil sólo de pensar en que ella podría hacer efectiva su decisión de irse y, aunque yo con la firme decisión también de dejarla, sentí un vacío inmenso, porque no estaba dispuesto a vivir un fracaso más, solo por querer vivir una vida loca.
Finalmente subió al auto y me valió nada dejarla en la ciudad. Y ese día me di cuenta de que todo me vale madres, eso lo dice Renne y la iba escuchando. Pareciera que nuestra vida es una playlist. Pero al llegar a casa y verla fue una sensación espectacular. Fui por amigos que me dijeron sentir estar necesitados de un Didi y se fueron. Y caray que quería llegar en su auxilio. Vaya que es mi deseo tener una vida estable y ser un desmadre. Quizá todo sea una especie de equilibrio. Salud Banda.