La divulgación científica: herramienta para la potencialización de habilidades y desarrollo del pensamiento reflexivo en niños.
En opinión de Perla Edith Alonso Eguía Lis
Observar el mundo que nos rodea y adquirir la habilidad de admirar su complejidad y fragilidad pudiera considerarse una cotidianidad de la mente humana. Sin embargo, no es siempre así. Una de las primeras cosas que aprendí como científica es que para poder plantearse una pregunta hay que desarrollar la habilidad de la observación, y para ello un facilitador educativo puede hacer la gran diferencia.
De acuerdo a las teorías de neurodesarrollo infantil, durante los primeros años de vida, el aprendizaje se da por imitación. Nada más claro que el siguiente ejemplo: mi bebé de 7 meses comía sentada en su periquera y una mosca se paró en su mesita, tal vez mi primera reacción podría haber sido espantar a este insecto y evitar su acercamiento; pero en su lugar le pedí que observara a este organismo. Segundos después, mi niña estaba frotando sus manitas tal cual lo hacía la mosca, y miraba atenta el movimiento del acicalamiento que hacia la mosca sobre su cabeza y sus alas ¡Que sorpresa!, ella interiorizó la información para imitarla. Sin embargo, ¿Cuántas veces se aplica el caso opuesto?
Cuando la reacción del facilitador es contraria al asombro y se demuestra miedo, el niño asocia la presencia del objeto con una reacción negativa, interiorizando e imprentando este sentimiento en él. Por ello es tan importante que la información que se vierte hacia los niños, además de que sea en relación directa al desarrollo y madurez cerebral, vaya de la mano con la observación y la facilidad de “obtener” información que resuelva y a la vez genere nuevas preguntas.
La ciencia puesta al alcance de las mentes en desarrollo debe seguir las reglas básicas del aprendizaje, las cuales van ligadas al goce y la ludicidad. Para ello se empieza en casa durante la primera infancia y posteriormente en las escuelas. La información escrita debe estar al alcance de un niño facilitando y transmitiendo a través de palabras sencillas y con ejemplos que estén acordes con conocimientos previos. Sin duda, la capacidad del divulgador de la ciencia para adaptar los conceptos y ejemplos a la edad del público, es fundamental.
De acuerdo al reconocido filósofo y educador norteamericano, líder en la educación progresista John Dewey, las estrategias para el desarrollo de un pensamiento científico deben basarse en la indagación y la participación activa.
La indagación, entendida como un proceso que se utiliza para resolver la incertidumbre mediante el examen de las ideas y creencias de un individuo; requiere de personas facilitadoras que usen habilidades de pensamiento crítico y reflexivo. Por el contrario: la enseñanza tradicional de las ciencias puede ser menos vibrante y rara vez involucra la exploración, el cuestionamiento y el descubrimiento de los estudiantes y por ende, se concede menos importancia al fomento de las actitudes y al desarrollo de las habilidades científicas.
¿Una estrategia para cambiar esto? Involucremos la lectura de divulgadores científicos en las aulas de las escuelas básicas que fomenten el cuestionamiento y la discusión. Atrapemos el interés de niños y jóvenes con preguntas como: ¿sabías que las moléculas de agua de tu cuerpo fueron las mismas que estuvieron en el cuerpo de un dinosaurio?