Juego de Manos - La generación de cristal
En opinión de Diego Pacheco
Es indudable que vivimos momentos de cambio en los que buscamos, desde diversos espacios, un progreso en todos los aspectos de nuestra sociedad. Este no es un fenómeno exclusivo de este siglo, sino que es un proceso normal que se replica constantemente a lo largo de la historia. El cuestionamiento del pasado y la construcción de los cimientos del futuro son dinámicas que se repiten porque, de otra forma, nos estancamos.
En el contexto actual estamos presenciando un cuestionamiento y crítica de los productos culturales presentes y pasados, que desencadena el señalamiento de aspectos que normalizan conductas que no queremos ver más en nuestra sociedad. El último caso que resonó en la agenda fue el de Pepe Le Pew, un zorrillo animado que formaba parte de los Looney Tunes.
Esta controversia nació de un comentario de Charles Blow, columnista del New York Times, quien mencionó de Le Pew y de Speedy González para señalar cómo caricaturas de su infancia (y de miles de personas alrededor del mundo) normalizaban la cultura de la violación y estereotipos racistas y discriminatorios.
En caso de que no tengas memoria de sus primeras apariciones en la pantalla, este personaje era presentado como un romántico sin remedio, quien constantemente perseguía a una gata, con los colores del zorrillo, que era repelida por su olor. Esta persecución terminaba en él atrapando y besando a su presa, que ni con toda su fuerza podía zafarse.
Ahora bien, visto desde la óptica actual, empecemos con lo básico. Atrapar, tocar y besar a una persona —en este caso, a una mujer— sin su consentimiento, es un acto innegable de violencia sexual. Los cuestionamientos hacia esta caricatura son importantes y no deben tomarse de manera personal, pues están dirigidos hacia el discurso audiovisual que, directa o indirectamente, se decidió dar.
Una frase que suele utilizarse para justificar el contenido de tiempos pasados es que “eran otros tiempos” y, si fuésemos a revisar casa una de las series y películas del pasado, nos encontraríamos con muchos aspectos que alzarían nuestro desagrado.
Si bien esto es cierto, no es un argumento válido para desechar las críticas pues, no podemos ignorar los valores que existían en generaciones anteriores; tampoco debemos olvidar el momento en el que nos encontramos y hacia donde queremos ir. Los tiempos diferentes no son motivo de excusa hacia prácticas discriminatorias o violentas, al contrario, deben ser una guía que dé cuenta del camino que hemos avanzado.
Ahora bien, sobre la llamada “generación de cristal”, siempre será positivo aspirar a ser más respetuosos y empáticos hacia las demás personas, al reconocer sus dificultades particulares y la manera en que podemos ser parte de las diferentes cadenas de violencia. No podemos conformarnos con lo que se nos ha dicho que es y que no es, sin cuestionar la manera en que nuestro comportamiento pudiese estar agregando a la violencia que se ejerce contra otras personas.
La empatía y el respeto jamás serán objeto de debilidad, ni la sensibilidad sinónimo de fragilidad; sino que ambos son síntomas de la decisión de crear un mejor mañana, a partir de una crítica que parte de la individualidad y hacia el exterior. Cuando nos conformamos con lo que nos es dado, sin aspirar a ser cada vez mejores, dejamos de formar parte del motor que mueve a nuestra sociedad.
Sí señor, yo soy del pueblo
Como si fuese una competencia, Samuel García y Ricardo Anaya, buscan demostrar quién es el menos whitexican, digo, el más cercano al pueblo. Dentro de esta aguerrida competencia (indirecta), se han llevado cabo acciones osadas cómo repartir volantes en la calle, viajar en metro, comer tortillas y o recorrer el país “para ver sus problemas de frente”.
Pero eso no queda así, el candidato a la gubernatura de Nuevo León está pensando en hacer una colaboración con Yawi (el niño de la canción del Movimiento Naranja) para posicionar su candidatura, veremos si en un futuro Anaya desempolva su piano también.
Ahora bien, dejando a un lado los chistes, la cercanía al pueblo y la identidad con el lugar (llámese país, estado o ciudad) es el mensaje que muchas personas que aspiran a un cargo público utilizan dentro de esta campaña. Esta, sin duda, es una característica que se busca en las y los representantes populares, pues, en teoría, implica un amor por la tierra e intenciones de verla prosperar. El problema viene cuando esta identidad es falsa, cuando se observa los problemas desde la superficialidad y, por ende, la implementación de soluciones profundas es poco probable.
Una campaña viajando en metro o comiendo taquitos de sal no serán suficientes para empatizar con las tres horas de traslado que hacen miles de personas, todos los días, para llegar a sus trabajos o las dietas a base de tortilla y aceite porque el salario no alcanza para más. Porque la empatía con el “pueblo” —entendido como un concepto sociológico que engloba a los sectores menos privilegiados— no nace de una gira en compañía de las cámaras; sino que comienza con el reconocimiento del sitio en que cada uno está parado, los privilegios con los que se goza y como se compara con aquellos de otras personas.
A sabiendas de que la foto de portada me delata, es importante señalar que el problema no está en sus características inherentes, sino en un privilegio no reconocido, que nubla la vista de las carencias de los demás. El problema no está en el cabello, en los recursos, en las preferencias o el sexo; sino en cerrarnos en una burbuja de privilegios y cerrarle la puerta a la otredad, lo que se vuelve más grave cuando se aspira a ocupar un cargo de representación popular. La cuestión está en cómo se utilizan los privilegios con los que contamos y de qué manera pensamos en construir un mejor mañana.
Por cierto
De acuerdo con José Ignacio Martínez Cortés, coordinador del Laboratorio de Análisis en Comercio, Economía y Negocios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); la economía neni genera 9.5 millones de pesos al día. Dentro de su análisis, señala que cerca de 13 millones de hogares de nuestro país tienen ingresos gracias a este tipo de comercio.
Anteriormente, a través de este espacio, te escribí sobre la coyuntura alrededor del término neni, que en un primer momento era utilizado de manera peyorativa para hacer referencia al lenguaje utilizado por mujeres que vendían productos y servicios a través de redes sociales. Este pasaría a ser bandera de orgullo por la oportunidad que ofrece de salir adelante y de contribuir económicamente en los hogares; pues la brecha salarial en el país impide, en muchas ocasiones, que el empleo formal sea suficiente para solventar las necesidades básicas de miles de mujeres.
Con este estudio podemos dar cuenta que, aunado al soporte que el empleo informal ofrece en el plano individual, así como a la mitigación de los daños causados por la brecha salarial por razón de género, estas prácticas generan beneficios para la economía nacional.
¿Dónde entregas [empatía], neni?: