Escala de Grises - Somos todas
En opinión de Arendy Ávalos
Después de las manifestaciones el lunes 12 y el viernes 16 de agosto en la Ciudad de México, diversas activistas y grupos feministas denunciaron ataques en su contra a través de Facebook y Twitter, mismos que van desde amenazas virtuales, acoso y ataques cibernéticos. ¿La razón? Apoyar las protestas nombradas con la etiqueta #NoMeCuidanMeViolan.
Sobre esto, Claudia Sheinbaum aseguró que en su gobierno no se tolerarán estas acciones y solicitó a la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de la CDMX que investigue estos hechos y les dé seguimiento; debido a que esto es “central para construir un clima de respeto, diálogo y paz”. Aunado a eso, la jefa de Gobierno condenó cualquier intento de ataque que busque deslegitimar la lucha o criminalizar a sus integrantes.
Resulta un tanto contradictorio que la misma persona que utilizó la palabra “provocación” 15 veces para referirse a una protesta, hoy condene cualquier intento de ataque. Ahí radica la importancia de los discursos, por eso las palabras deben tomarse con precaución.
Transmitir un mensaje, el que sea, implica un proceso que involucra interacción con otras personas, mismas que le dan cierto tipo de soporte. En este caso, en la conferencia de Claudia Sheinbaum fue una forma directa de hacerle llegar a la población el mensaje de que la protesta, sus motivos y quienes apoyaban los hechos eran unas provocadoras.
Afortunadamente, Sheinbaum y sus asesores se dieron cuenta del gravísimo error y, el domingo 18 de agosto, se reunieron con 50 activistas feministas y representantes de colectivos, aproximadamente. Se realizaron denuncias, propuestas y, entre otras acciones, la jefa de Gobierno se comprometió a no abrir carpetas de investigación para ninguna manifestante (a excepción de lo relacionado con los ataques a periodistas), trabajar para un combate efectivo de la violencia de género, ofrecer una disculpa pública por sus anteriores declaraciones y la participación de la Comisión de Derechos Humanos en el caso de la menor violada por cuatro policías en la alcaldía Azcapotzalco.
Habrá que seguir pendientes de si se cumple o no lo pactado en dicha reunión. Por lo pronto, lo anterior es una pequeña muestra de lo que se debería estar haciendo a nivel nacional: abrirles espacios a mujeres expertas en temas de violencia de género para, desde ahí, generar planes y estrategias reales que no reduzcan el problema a un silbato para usar en caso de emergencia o establecer un toque de queda.
Por otra parte, tras las protestas, López Obrador hizo un llamado para aquellas personas que quieran manifestarse: “Háganlo sin violencia y que se cuide el patrimonio cultural. Que se manifiesten de manera responsable, sin afectar a los ciudadanos”.
“¿Cómo no vamos a cuidar el ángel si es un monumento importantísimo?”, preguntó el presidente en su conferencia matutina el lunes. Tal vez, alguien podría preguntarle “¿Cómo vamos a preocuparnos más por cuidar el ángel y no por cuidar la integridad de todas las mujeres del país, señor presidente?”; a ver qué contesta.
La lista de argumentos a favor y en contra de lo ocurrido el pasado viernes en la CDMX parece infinita; sin embargo, lo relevante dentro de todo esto no es la pintura, ni los vidrios rotos (aunque así parezca). Lo importante de la situación es la violencia de género que, como he dicho en varias ocasiones, está inmersa en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
La violencia de género está en la casa, la escuela, el trabajo, las calles, el transporte público, los lugares aparentemente “seguros”, la publicidad, el contenido que consumimos diario en medios tradicionales y digitales; en los tres casos de violación por los que surgió la protesta #NoMeCuidanMeViolan, en la forma en la que los medios transmitieron lo sucedido, en la opinión pública, en los nueve feminicidios diarios en el país, en las 17 mujeres asesinadas desde el viernes, en las miles de mujeres desaparecidas cuyos casos no se toman en serio y en los otros tantos que se quedan impunes. La violencia no la sufren unas cuantas mujeres, no son casos aislados. Somos todas.
De la felicidad y otros problemas
El pasado lunes, el presidente de México afirmó que su informe de gobierno no será transmitido en cadena nacional, pero que uno de los temas que tratará en él será la felicidad del pueblo. “El pueblo está feliz, feliz, feliz. Hay un ambiente de felicidad, el pueblo está contento, mucho muy contento, alegre. Entonces, no hay mal humor social”, aseguró el mandatario.
¡Que nos diga qué pueblo es ese para irnos a vivir ahí! ¿Hablará de “el pueblo sabio”? Si es así, esta declaración no se puede tomar a la ligera. La felicidad, además de ser un cliché que perseguimos desde que tenemos uso de razón, es un concepto abstracto difícil de comprobar; sin embargo, me resulta interesante la forma en que AMLO habla de él.
¿Hubo encuestas o consultas a mano alzada en donde se le preguntó a la audiencia quién estaba feliz? ¿Qué porcentaje de la población se está considerando para afirmar que “hay un ambiente de felicidad”? ¿Cuáles son los estudios, las métricas y los indicadores? Hay cierta arbitrariedad alrededor del concepto que —yo supongo— el presidente no está tomando en cuenta. El problema de la felicidad radica en que, para generar el sentimiento, se necesita mucho más que enunciarlo.
Tal vez, seremos protagonistas de una historia de superación. ¿Se imagina? Érase una vez… Un pueblo que, a pesar de estar en los últimos meses más violentos de la historia en cuestión de seguridad, estaba contento. Un pueblo que, a pesar de tener nueve feminicidios todos los días, estaba alegre. Un pueblo que, a pesar de tener las peores condiciones para ejercer el periodismo, estaba feliz.
Esa historia, como usted bien debe saber, serían puras mentiras. Por mucho que se maquillen las cifras, la realidad a la que nos enfrentamos todos los días —desde nuestras trincheras— no se manipula tan fácil. En lo que va del sexenio nos hemos enfrentado a problemas más complicados que la felicidad y, lo mínimo que deberíamos esperar, es que también se hable de ellos en el informe. De “otros datos” ya hemos tenido suficiente.
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