Escala de Grises - Luto y juicio
En opinión de Arendy Ávalos

La noticia por la muerte del Papa Francisco Bergoglio conmocionó a la comunidad católica que se declaró en un luto inevitable, pero también abrió (nuevamente) la conversación sobre el papel de la Iglesia en el mundo contemporáneo.
Más allá de la necesidad de comprender el proceso de elección para el siguiente líder, está la urgencia de saber si la Iglesia seguirá caminando hacia adelante o regresará a la repetición de discursos que ha sostenido a lo largo de la historia, perpetuando la exclusión, la violencia y el silencio.
Pretender que la Iglesia no tiene un papel fundamental a nivel religioso y político sería un camino no sólo peligroso, sino también ingenuo en todos los aspectos. Y es que es innegable que Francisco marcó una diferencia significativa para los grupos en situación de vulnerabilidad; por lo menos a nivel discursivo que, hablando de la Iglesia, es fundamental.
Ahora, en la incertidumbre, ¿cuál es el futuro de la institución? ¿La Iglesia se convertirá en un espacio seguro, dispuesta a ayudar a quienes de verdad lo necesitan o continuará como un sitio donde la exclusión (a pesar de lo que dice la Biblia) sigue siendo no sólo normalizada, sino celebrada por aquellos que no han aprendido el noble arte de la interpretación?
No podemos negar que, a pesar de los logros alcanzados por el finado Papa, aún hay muchas palabras que sólo se quedan en la superficie. ¿Realmente hay un propósito por cambiar las estructuras que han sostenido por siglos (literalmente) el sistema católico o la intención es nada más sentarse a esperar?
Las contradicciones del catolicismo no son una novedad. Desde los encubrimientos ante el abuso sexual de menores, la condena en contra de las mujeres y personas gestantes que deciden interrumpir un embarazo y el rechazo hacia las personas LGBTQ+, parece que la reparación de daños es tan extensa como inminente.
El Papa Francisco tuvo aciertos, hizo un llamado al cuidado del planeta, a una economía más justa y a la empatía con las minorías. Sin embargo, no podemos perder de vista que su silencio selectivo mantuvo en las sombras a las víctimas de abusos sexuales, cuya reparación sigue siendo parcial, fragmentaria y, en muchos casos, negada.
Sí, hay un duelo institucional, pero también debe estar presente la posibilidad de hacer un juicio histórico, de voltear la mirada a los aciertos, errores y pendientes en la lista. Más allá del luto, está la posibilidad. ¿De qué? De reconocer las equivocaciones y sumarse, desde el lugar fundamental que ocupan, a la procuración de la justicia social.
En este momento, la Iglesia y sus representantes tienen la posibilidad de tomar decisiones correctas y reconciliarse con el mundo contemporáneo en el que (¡sorpresa!) también habitan. Millones de personas están a la expectativa, pero también hay millones que están esperando la decisión para continuar por el mismo camino o seguir tomando distancia porque no basta con la fe.
Hoy, más que nunca, la Iglesia debe tomar la decisión de ser un símbolo de poder o un espacio de paz real, que se compromete con la justicia y con la verdad. La muerte del Papa deja una pregunta abierta respecto a si la humanidad, especialmente las personas creyentes, necesitan discursos del siglo XIX o realmente están dispuestos a atender las necesidades de su pueblo.
Amén:
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