Cuando sea demasiado tarde… - San Sigmund Freud

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - San Sigmund Freud

Buen día, apreciado lector. Nuevamente nos encontramos por aquí. Ya casi me dan las cinco de la tarde y tengo que correr para entregar mis 800 palabras de columna semanal. ¿Ha notado usted cómo vuelan las balas por encima de nuestras cabezas? ¿Cuántos candidatos han mandado al siguiente barrio en lo que va del año? Falta un mes para que termine, por fin, la contienda electoral de este país, para elegir a la candidata menos peor, para ocupar la presidencia. Yo creo que me voy a ir por Xóchitl, pero sólo porque Claudia huele a que le van a hacer un Juanito. No he visto, ¿ya anunció su gabinete? ¿Quién será el de Economía? ¿el da Hacienda? ¿el de Movilidad?

Me encanta la velocidad con que la gente corrió a las becas del Bienestar. ¿Cree usted que les hayan solicitado su RFC? ¿Su CURP? ¿Será posible que con unas cuantas becas hayan ingresado a millones al sistema hacendario? Imagine usted que en los siguientes años esté cayendo la Lola a verificar los domicilios y datos de ingreso de un porcentaje importante de la población de este país. ¿A poco creía usted que era de a gratis? Si lo que los pelmazos en turno lo que más quieren es que haya más de dónde agarrar, invariablemente del color que sean. ¿Será que nos pasamos de inocentes?

            Tengo varias semanas discutiendo con varias personas de diferentes colores, alcurnias e identidades al respecto del trabajo del buen Sigmund Freud. El señor es, si me pregunta usted a mí, el primer psicólogo. Por supuesto que el pensamiento ha sido cuestionado por milenios desde antes que Aristóteles y Platón se pusieran a discutir si la verdad estaba en el pensamiento o en la realidad. Sin embargo, ya cuando llegamos a la sociedad moderna posterior a la revolución industrial, nos encontramos con que el pensamiento es algo que verdaderamente ocurre. El buen Ziggy fue el primero en pararse en frente de la escuela de medicina de Viena, el pináculo de la enseñanza de la medicina, a decirles a todos que la enfermedad mental existe. Es algo que ocurre, es parte de la cotidianeidad. Al señor lo tacharon de iluso, inocente, e ignorante.

            Mucho de lo que Freud sostiene está, según mi propio parecer, impreciso. No es tanto que se haya equivocado, sino que le faltó perspectiva para entender un fenómeno que tenía más envergadura de lo que un solo individuo es capaz de concebir. Sin embargo, sí acertó en muchas cosas que la ciencia moderna ha puesto sobre la mesa nada más a partir de sus observaciones. El error más grande que comete el buen Sigmund es basar todas sus observaciones en lo atípico de la experiencia humana, por lo que, a partir de ello, todos mostramos rasgos atípicos en nuestra experiencia de esto que llamamos ser humano. Les digo que mi vecina sigue manifestándome su interés a través de mover mis cámaras, y eso que ya se quedó sin pareja.

            ¿Cuántos años tuvo usted cuando vio a su primer cadáver tirado sobre la banqueta? Vivimos en un mundo muy diferente al que era hacer 20 años, ya deje usted hace 130, pues Freud tira el reloj de su padre al subir al tren que lo lleva a la escuela de Viena en 1890. Necesitamos una nueva Psicología, una que represente la vida cotidiana de 2030, no la de hace 4 décadas. ¿Ha notado usted que no ha llovido en seis meses? ¿Ha notado usted que mueren 5 personas al día por fierro o plomo? Hasta estuvo desaparecido el exobispo de Chilpancingo por unas horas y apareció en un motel de aquí en Cuernavaca. No es porque yo no conozca un par de tales establecimientos, pero no reconozco cuál es a partir de las fotos. Sin embargo, parece ser que el monseñor acudió en compañía de otro hombre, posiblemente para discutir cosas muy importantes relevantes a la religión y la masculinidad. Les ruego que no politicen el tema, pues estamos en tiempos electorales y ahorita, cualquier cosa, sirve de carne para alimentar a la bestia de la democracia.

            Sigmund Freud nos vino a enseñar que: (1) no importa que te digan que estás equivocado, si de verdad crees que estás en lo correcto, tienes que luchar por lo que piensas (pero también tienes que ser sensible a la posibilidad de que tu inocencia sea excesiva); y (2) si te dicen que por ahí no es, o ese libro no lo leas, o a esa persona no la escuches, lo que es preciso es ir ahí, leer ese libro, y escuchar a esa persona.

Porque ser rebelde no es necear por necear, es aprender a aceptar que uno mismo está equivocado.