Cuando sea demasiado tarde… - Agosto.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Me encerré el 17 de marzo. Mi novia llegó el 19 porque tenía una titulación y no se la quería perder. Para el día que se publique esta columna (bitácora del capitán, día y hora desconocidos), habremos estado 11 semanas resguardados en esta Fortaleza de la Soledad. Una semana más y habrán sido 3 meses. He de confesar que he atendido más reuniones y clases y exámenes y proyectos y demás menesteres que cuando la vida era allá afuera. También ha aumentado mi productividad (a la par que mi abdomen), y eso que apenas llevamos la mitad del año. Esto es lo que me lleva al tema de esta columna: ¿qué demonios pasará en agosto?
Yo no quiero volver a salir de casa. Estoy desarrollando un cuadro de agorafobia galopante, aderezado con un miedo real a morir contagiado de COVID_19, y reforzado por un gusto que ya de por sí tenía por las compras por internet. Actualmente estoy contemplando mandar traer madera del Home Depot para un par de proyectos que quiero realizar en julio (si la Maestría en Psicología me lo permite), ya hasta compré la sierra que pretendo usar, y todo por paquetería. Compré una careta de plástico para cuando salgo a la puerta, empiezo a sentir que un día de estos me van a entregar una pizza por medio de un dron repartidor que lo traerá a la ventana de la pequeña oficina que tengo en la casa de ustedes, así de distopiana está la cosa. Creo que hemos aprendido que algunas juntas se pueden resolver por correo electrónico, y que se puede tener hasta 7 u 8 juntas en un solo día gracias a la maravilla de la tecnología.
Yo no sabía que ya impartía clases en modelo híbrido. Desde hace años descubrí el Dropbox y todos los semestres les proporciono a los alumnos el material del semestre por vía electrónica, recolecto sus correos electrónicos para darles seguimiento, y en ocasiones hasta he formado grupos de Whatsapp para darles anuncio a mis estudiantes. La transición al modelo virtual para mí fue muy sencillo, sólo fue cosa de agarrarle la onda al Meet y al Moodle, y poco más. Si la Universidad me lo permite, me gustaría permanecer en el modelo híbrido. Desde que estaba haciendo el doctorado, en Europa transicionaron al Plan Bolonia, de tal manera que gran parte del aprendizaje del estudiante se trasladó fuera del aula, moderademente de la misma manera que lo hemos hecho nosotros este semestre. Tal vez sea un buen momento de cuestionarnos no sólo el modelo educativo, sino también los espacios que les proporcionaremos a nuestros estudiantes.
Se han establecido lineamientos a nivel federal para la reincorporación en agosto, y supongo que estamos obligados a obedecerlas. Sin embargo, no hay manera de mantener sana distancia en aulas que por poco alcanzan a darles espacio a 35 o 40 estudiantes. Ya el sismo del 17 y los simulacros que hemos llevado a cabo nos han enseñado que tenemos mucho camino que recorrer al respecto de nuestras edificaciones y el uso que le damos. Tal vez esta experiencia nos dé la oportunidad de repensarnos la manera en la que se provee el conocimiento, y aprovechar estas nuevas herramientas que la tecnología, la experiencia y la Universidad nos han dado. No quisiera regresar a clases en agosto para ver al futuro de este país verse mermado por el rebote de una pandemia que a la fecha se ha cobrado más de 10 mil vidas en este país. No sólo nos estamos jugando la vida de decenas de miles de estudiantes nada más en el glorioso estado de Morelos, nos estamos jugando la siguiente generación de profesionistas de México.
La educación no ha muerto, y dependerá de nosotros que así sea.