¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel VI

Lina Ma. Pastrana en Cultura

¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo  con  aureola  de  papel VI

Al llegar a ese punto su prisionero levantó los ojos hacia el techo en señal de impaciencia y le contestó: — Me estás diciendo que tu Dios se te presentó con una peluca de caireles.

Ofendido Melasio le contestó: — No era peluca lo que traía, era su pelo natural. Y además yo qué culpa tengo que se haya querido peinar así.

El prisionero entonces le dijo: — Me parece que has visto muchas “Pastorelas” en tu vida. Ya las estás alucinando.

Melasio le insistió diciendo: — Te juro que es cierto, cuando su aureola giraba, yo le metí la mano por arriba y por abajo y era real, no tenía alambres, ni palos que la sostuvieran.

Aburrido su prisionero se  volvió a recostar del lado derecho mientras decía: — ¡Déjame en Paz! Y la próxima vez que venga tu Dios me lo saludas.

Después de recoger la charola Melasio le contestó: — De tu parte y otra cosa  es  ¡Nuestro Dios!  Y sin agregar  más salió de la recámara.

La siguiente semana se presentaba con una monotonía casi dolorosa. Melasio continuaba cuidando al prisionero y entendía que sus jefes no habían podido llegar a un acuerdo con la familia. Aquel jueves Melasio le dijo al hombre:

— ¡Riquillo! Qué te parece si me cuentas otra de tus películas. Una de esas históricas que están muy buenas.

El hombre le contestó desanimado: — ¡No! no tengo ganas. Pero se incorporó un poco y agregó: — Mejor tú. ¡Cuéntame! ¿Te volvió a visitar Dios? Melasio acercó su silla al colchón y le dijo: — ¡No! qué crees, ya no ha regresado, espero que no esté molesto por todo lo que le dije.

El hombre le preguntó entonces: — Y en aquella ocasión cuando se te apareció  ¿De qué hablaron? Melasio se soltó narrando su encuentro: — No hablamos demasiado, pero su presencia en verdad impacta, le dije que mi hija quería comprarse unos huaraches como los que él usaba y me contestó que “Así son las adolescentes”. Pero yo me vi muy mal cuando le reclamé lo de la camioneta.

Lo que sucede es que llevo años, pero muchos años pidiéndole una camioneta para trabajar. Siempre he querido entrarle al negocio de fletes y mudanzas. Pero Dios se dedicó a ignorarme.

Melasio guardó silencio por un momento, respiró profundamente y continuó diciendo: — Pero sabes, lo que más me llegó al corazón fue cuando me dio a entender  que yo era un buen  hombre.

No te había contado sobre  la visión que tuve antes, pero a él ¡sí! se la conté. Esa en la que en vez de estar tú aquí encerrado con la cabeza tapada, estaba mi hija mi Inés. Así, encadenada y pasándola mal como tú. Recuerdas el día en que entró a revisarte “El Pelón” y después comenzó a gritarme que yo era un loco y un borracho y acabó corriéndome.

Pues esa fue la duda que le pedí a Dios que me aclarara. ¿Por qué únicamente yo había podido ver a Inés prisionera y llorando y ellos no? Y sabes qué me contestó: “Porque tú, Melesio, todavía tienes salvación. Pero tus jefes ¡ya no! Ellos están ciegos y sordos frente a los sentimientos de sus hermanos.

Pero quien logra sentir el sufrimiento de los otros en su propia sangre está salvado. Porque sus actos son movidos por el amor y también por lo que sienten  que es lo ¡justo! 

El prisionero después de escucharlo comenzó a llorar histérico mientras repetía: — ¡Sí! si fue cierto. Realmente Dios estuvo aquí. Esas palabras no pudieron haber salido de tu cabeza de piedra. ¡Dios estuvo aquí!

Melasio se asustó al ver la reacción del hombre, quien comenzaba a experimentar una crisis nerviosa y prefirió salir de la recámara.

Transcurrieron cinco días  más sin que se presentara alguna novedad. Pero aquella mañana Melesio escuchó desde la cocina lo que sus Jefes planeaban y quienes por su nerviosismo ya ni siquiera se cuidaban de bajar la voz:

 —  Esto ya se está alargando demasiado.

— Tal vez sea verdad y realmente no tengan dinero… Continuará

 

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