Arco Libre - Quien mira afuera: Sueña. Quien Mira Adentro: Despierta

Hugo Arco en Cultura

Arco Libre - Quien mira afuera: Sueña. Quien Mira Adentro: Despierta

Soy gorda y no lo acepto. Me he dejado vencer y a veces me como todo lo que se me ponga enfrente. Hoy por ejemplo, he comido dos veces cerdo y ahora me encuentro cenando un poco del chicharrón en salsa verde de la abuela. Mañana voy al Kentucky con unos amigos, donde por cierto, la mayoría son esbeltos.

He intentado de todo pero mi cuerpo me traiciona. Creo hubiera preferido ser muy alta o muy chaparra. Al menos las gigantonas se pueden ver elegantes y las enanas pues muy sexis. ¿Pero, las gordas?

Conocí a Wilfredo cuando él tocaba en el café donde yo trabajaba como mesera. Guapo y esbelto personaje que tenía una nariz grande y muy especial. Tocaba con un trío musical de baladas y pues él era el guitarrista. Todos los fines de semana se presentaba con su grupo y yo le esperaba con ansias. Al mismo tiempo me decía a mi misma que no soñara tanto, que él era una historia casi imposible, sin embargo, no podía evitar la emoción de verlo todos los fines.

Al principio no nos hablábamos mucho. Si acaso un “hola”, o de su parte un “¿te puedo encargar un café?”.

Luego, quizás por la inercia del tiempo, comenzamos a entablar una relación amistosa que incluía un “cómo estás y un qué me cuentas”. A escondidas, me gustaba regalarle postres sin que la jefa obviamente, lo supiera. Aplicaba el robo hormiga y lo consentía con brownies y demás pastelillos. Al final lo que quería es que ya estando en su casa, se acordara un poco de mi.

En ese entonces, que será, hace unos 4 años, estaba gorda pero solo de las piernas y de los brazos. Tenía un buen culo y unas tetas nada despreciables. No tenía mucha panza pues, y mi rostro tenía un poco de exceso de piel arribita del cuello pero aun así lo consideraba bonito, como casi el de todas las gordas. Siempre he dicho que para rostros bellos, los de las obesas.

Dejé todo lo que me pudiera subir tan solo un kilo. Me encargué de hacer sentadillas todos los días y evitaba casi todo el cerdo, el aladino y en general todo lo extremadamente grasoso. Wilfredo sin saberlo me estaba ayudando a verme más como yo quería. Él era mi más grande motivación.

Un viernes, en una tarde noche, le confesé que me gustaba mucho su nariz. No había mucha gente en el café, mi jefa estaba en el baño y pues me vi con la necesidad de descargarme de sinceridad.

Él, asombrado, me dijo que estaba agradecido por el cumplido. Al verle tan cerca de mi rostro fui directo tras de su boca y de repente sentí con su mano que alejaba mi cuerpo del suyo. El tiempo se detuvo por unos instantes. El rechazo me llenaba la cabeza de sangre con una inmensa pena, todo mi numerito se me vino abajo en un instante.

Por si fuera poco, inmediatamente sus palabras sacudieron todavía más mi razón cuando de su boca escuché decir: “amiguita, de verdad, discúlpame, no eres mi tipo, eres bonita y me caes muy pero muy bien, sólo que no me gustan las gorditas”.

Inmediatamente me fui de la banca de metal que estábamos compartiendo, recuerdo que todavía me había alcanzado un poco de fuerza para decirle que me disculpara y pues me metí al café directo al baño para que nadie viera mi cara al menos por los siguientes cinco minutos.

Al siguiente día mi rutina de pereza y malos hábitos se apropió de mí. Volví a descuidarme, de nuevo comencé a comer lo que se me viniera en gana y no sólo eso, como no veía algún nuevo prospecto, en venganza trataba de comer cosas más espesas que fueran difíciles de digerir para mi organismo. Total, ya no estaba Wilfredo ni ningún otro que me motivara tanto como aquella vez. 

Ahora no solo a él no le gustaba, a mi misma no me gustaba. ¿Depresión? quizás sí, pero eso no me impide imaginar lo bella que pude ser para él al menos el tiempo que se dice te dura el amor.

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