Serpientes y escaleras - Institucionalidad vs impunidad
En opinión de Eolo Pacheco
Cuauhtémoc Blanco no es un político cualquiera, es un lastre para Morena
Institucionalidad vs impunidad
Hace ya más de un año, desde la campaña electoral, Margarita González Saravia construyó una narrativa poderosa: con su gobierno llegaba el fin de la impunidad e iniciaba una nueva era de honestidad. El mensaje era simple, pero fuerte, no recurría a los viejos clichés de prometer imposibles ni soluciones inmediatas, centraba el discurso en algo que todos los morelenses reclamaban: justicia. Un año más tarde la promesa sigue en el aire.
Uno de los mayores enfados de la gente con la clase política es la falta de cumplimientos de sus promesas. Todos los candidatos en campaña ofrecen resolver problemas, muchos afirman tener la solución para las crisis y algunos, incluso, se animan a ponerle plazo a sus compromisos. Al final todos fallan, porque ninguno concreta lo que ofreció cuando solicitaba el voto.
La de Margarita González Saravia parecía ser una historia distinta porque se trata de una persona diferente; y no me refiero a su condición de mujer, porque la historia reciente ha dejado claro que la honestidad no depende del género, sino a su vida, a la forma como se ha conducido durante tres décadas en el servicio público y la manera como ha manejado las instituciones a su cargo. Pocas figuras pueden presumir un currículum tan pulcro como el de ella.
Sin embargo uno de los principales dilemas actuales de la mandataria morelense está justo en el corazón de su discurso, en lo que ha sido el eje conductor de su vida pública y privada, de lo que rechaza desde el fondo de su corazón y castiga en los casos (muy pocos) en los que se da cuenta: corrupción.
Este dilema no proviene de la oposición, porque sería muy sencillo combatir los males si surgieran de ese lado del escenario; la narrativa nace, crece y se multiplica en su propia cancha, en espacios que ella controla, en territorio de Morena, en un ambiente de tolerancia delimitado por la protección institucional.
Me refiero específicamente al caso de Cuauhtémoc Blanco Bravo, el exgobernador que hizo todo lo que pudo para que Margarita no ganara en el 2024, el que a través de figuras como Ulises Bravo, Mónica Boggio, Edgar Riou y Efrén Hernández operó para Lucía Meza, boicoteó la campaña de Morena y financió con recursos del estado a la abanderada del FAM. Ese Cuauhtémoc que hoy sigue generando vergüenza colectiva por su vulgaridad y cobardía.
Los problemas y la carga negativa de Blanco Bravo para el movimiento y para la gobernadora de Morelos no concluyeron con su periodo al frente del ejecutivo, como legislador federal su imagen sigue siendo igual de dañina para Morena, como cuando lo fotografiaron junto a varios líderes criminales en un encuentro privado realizado en la parroquia de Yautepec, organizado por el sacerdote del lugar.
Aún sin superar ese terrible momento, Cuauhtémoc Blanco volvió a ser nota nacional por la denuncia que en su contra interpuso su hermana por intento de violación, luego por los videos divulgados por su esposa en donde aparece golpeada por él, más tarde cuando en un partido de la final de fútbol mexicano mostró a nivel nacional su vulgaridad y más tarde cuando él mismo transmitió su juego de pádel justo en el momento que, se suponía, estaba sesionando. ¿Y eso es todo? Obviamente no. Ahora vuelve a ser tendencia golpeando a un portero en un partido de leyendas.
Es innegable que Cuauhtémoc Blanco tiene una enorme afinidad con un amplio sector de la población, que sus hazañas como futbolista aún le permiten una alta influencia en un núcleo social al que no le importa ni la educación, ni la honestidad ,ni los valores, para quienes la improvisación, la naquez y la prepotencia son signo de estatus y el machismo es sinónimo de hombría.
Pero hay otro sector social muy amplio y creciente, para quien la figura del americanista ya causa asco, para quienes sus expresiones vulgares no son chistosas y para los que la corrupción, la incapacidad, el cinismo y la frivolidad no generan ningún tipo de admiración. Para todos ellos, que son muchos, Cuauhtémoc Blanco Bravo representa lo peor de la política y es ejemplo de cómo el movimiento de la 4T protege a delincuentes.
Digámoslo con claridad: al diputado Blanco no lo sostiene su capacidad profesional ni su peso político, tampoco su fama como futbolista ni el bono social que tuvo hace unos años cuando lo postularon por la gubernatura; lo que lo mantiene vigente e intocable es Andrés Manuel López Obrador, gracias a él no fue destituido como gobernador, por él fue designado diputado federal sin ningún tipo de mérito y sigue siendo protegido contra todo y contra todos, no importa lo que haga o diga. Ni la presidenta Sheinbaum puede hacer algo al respecto.
Es precisamente esta circunstancia lo que genera un conflicto incómodo para la gobernadora Margarita González Saravia, quien a sabiendas de lo que representa el futbolista y con el conocimiento del enorme daño que su gobierno, sus familiares y sus amigos causaron al erario, está imposibilitada de aplicar la ley, porque su partido no se lo permite.
Como muchos personajes de la 4T, en este caso particular la mandataria de Morelos está obligada a callar, a renunciar al corazón de su discurso, a darle la espalda a su historia de vida, a no aplicar la ley, a permitir la impunidad, a tolerar los excesos, a callar ante los abusos y hacer de lado la ética. Todo por el movimiento.
Las constantes apariciones de Blanco Bravo en el escenario nacional generan un desgaste a Morena y rebotan en Morelos, porque aquí es su cuna política; el futbolista ya dejó de ser un capital político de la 4T, se ha convertido en un estorbo que refleja lo peor del ser humano, pero que además es el ejemplo vivo de cómo el movimiento antepone los intereses de su partido al reclamo de la sociedad y lo que marca la ley.
La legitimidad de los gobiernos no se erosiona de manera casual, es resultado de aquellas cosas que minan la confianza pública, que contradicen el discurso oficial y exponen la doble moral de la política. En Morelos la memoria colectiva es insistente: los últimos sexenios han dejado una estela de impunidad que el ciudadano se rehúsa a normalizar, la paciencia social está agotada y la complicidad silenciosa ya no es una opción sin costo.
Ver una y otra a Cuauhtémoc Blanco, lanzando besos burlones a las diputadas que lo cuestionan por ser un violentador, faltando a las sesiones sin que ello se refleje en sus percepciones ni tenga castigo, mostrarse como un sujeto vulgar, cobarde y prepotente en las canchas de fútbol, ensalzando su imagen de macho y golpeador, son acciones que lastiman a Morena y a la política en general; los anteriores son aspectos que caracterizan su imagen, pero que también lastiman al corazón del discurso de cambio de Morena.
Hasta ahora la gobernadora Margarita González Saravia ha mantenido la institucionalidad partidista, ha preferido sacrificar su imagen y la de su gobierno al suspender o nulificar los procesos judiciales en su contra y guardar silencio ante los constantes escándalos en los que aparece. La decisión no es sencilla y por supuesto que va en contra de sus convicciones, pero es el precio de pertenecer a un movimiento que no acepta medias tintas cuando se trata de proteger a los suyos.
El costo para Morena en el caso del futbolista es alto porque la realidad es contundente: mientras Cuauhtémoc Blanco permanezca impune y su figura siga vinculada al poder, cualquier mensaje de honestidad y promesa de cambio quedará incompleta, porque es el propio futbolista quien se encarga de anular el discurso con acciones que hizo y sigue haciendo.
Perseguir al americanista no era el camino, actuar conforme a la ley era la decisión correcta; ser cómplice por omisión es lo peor que se puede hacer al respecto.
La figura de Cuauhtémoc Blanco pasará factura a Morena en todos lados, particularmente en Morelos. En el 2027 veremos el tamaño del daño.
· posdata
Los datos surgieron de autoridades federales durante la transmisión de la Conferencia del Pueblo, encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum: Morelos se ubica entre las siete entidades que concentran el 51 por ciento de los homicidios dolosos cometidos en México de enero a noviembre y es el quinto lugar a novel nacional del total de homicidios perpetrados en México el mes pasado.
La cifra es durísima y muestra con cruda frialdad el terrible momento que estamos viviendo en el país y de manera particular en el estado.
En el reporte se mostró también que, en este mismo periodo, del 2024 al 2025, Morelos logró reducir en un 27.6 por ciento los homicidios, es decir, el año anterior estábamos peor.
La información vertida por el gobierno federal aparece justo en el momento que la gobernadora y su equipo presumen una mejora sustantiva en materia de seguridad, con resultados palpables que, dicen, se sostienen con datos duros.
Una vez más: lo de fondo en este tema no está en las cifras, los datos duros o los discursos que en uno u otro sentido ofrezcan las autoridades (del mismo partido), sino en la sensación de miedo que hay en la gente y que por sí sola impide que los números favorables sean aceptados por la gente.
Veámoslo de esta forma: el gobierno de Margarita González Saravia ha superado de manera considerable el trabajo de la administración anterior en número de operativos, cateos, detenciones y puestas a disposición. Las cifras son buenas bajo esa óptica y confirman el discurso de la gobernadora y del secretario Urrutia en el sentido que se hace el trabajo y hay avances.
El problema es que la inseguridad es un monstruo de mil cabezas, indomable, impredecible, que todo el tiempo genera problemas que echan por tierra el discurso oficial. Y no me refiero a percepción o narrativa, sino a hechos concretos, terribles, que lastiman a la gente.
Pongamos como ejemplo el pasado fin de semana: mientras Morena celebraba siete años de Cuarta Transformación en México y el zócalo de la Ciudad de México se llenaba de personas que acudían al llamado de la presidenta, en Michoacán explotó un auto bomba que se robó la atención, colocó en segundo plano la fiesta morenista y puso en la mesa algo que no habíamos visto en México: terrorismo.
En Morelos la historia no fue mejor: en 24 horas ocurrieron 15 asesinatos violentos en diversos puntos de la entidad, entre ellos dos mujeres (una menor de edad), el hijo del secretario general del ayuntamiento de Huitzilac, cinco personas incineradas, dos desmembrados y otros privados de la vida con arma de fuego. Imposible decir que vamos bien con este tipo de cosas.
De todo el gabinete, el trabajo de Miguel Ángel Urrutia es sin duda el más complejo e ingrato, está dedicado de tiempo completo al tema, trabaja más que los últimos tres titulares de esa oficina, tiene mejores números que muchos secretarios del país y es reconocido a nivel central por su dedicación y resultados.
A pesar de ello la percepción es adversa porque la situación es muy grave, los hechos de violencia no cesan y dentro del gabinete enfrenta fuego amigo.
¡Vaya escenario que tiene el secretario de seguridad!
· nota
Las magistradas Ana Virinia Pérez Güemes y Adriana Pineda se han enfrascado en una discusión muy dura que pone en duda la probidad y actuación de ambas en sus respectivos periodos.
¿Hasta dónde llegará esta historia?
· post it
Si no es políticamente viable procesar al exgobernador Blanco ¿Hay posibilidad de, al menos, llamar a cuenta a sus colaboradores ladrones?
· redes sociales
El ingenio de las redes sociales es inagotable: “Tan mal está la situación de inseguridad en Morelos que hasta se robaron la navidad”. Ya ni siquiera hubo elote de navidad.
¡Plop!
Comentarios para una columna optimista: eolopacheco@elregional.com.mx
X: @eolopacheco
Facebook: eolopacheco
Instagram: eolopacheco
Threads: eolopacheco
Eolo Pacheco

