Soledad

En opinión de Carlos Morales Cuevas

Soledad

Nunca estuve tan solo como cuando estuve entre aquellas paredes que aíslan los rumores de sacrificios de carne y sangre a los Dioses del amor.

Nunca estuve tan solo como frente a aquel espejo, en el que fijamente veía las cicatrices de tu espalda, mientras las arrugas de aquella sombra se hacían más y más profundas con cada latido de guadaña en el reloj.

Nunca estuve tan solo como cuando abandoné este fantasmal desierto, de cama blanda y risa amarga; como cuando escuché el motor aullar, estiré la mano, observé el vacío e inventé la realidad.

Nunca estuve tan solo como cuando estuve escurriendo, jadeante e inmóvil; sin tregua, bajo la lúgubre memoria que atisbaba, con su vestido blanco y largo en la crucifixión.

Nunca estuve tan solo como cuando vi venir una parvada de zopilotes y abracé un recuerdo para no llorar; mas lloré, y fui cayendo lentamente en los días, en los falaces rencores y, al final, Soledad… no me quiso abandonar