Ser persona

En opinión de César Daniel Nájera Collado

Ser persona

Aparecimos tan olvidados, que era cuestión de tiempo para que surgieran los mitos. Aztecas, egipcios, judíos... bueno, hasta los babilónicos se esforzaron por conocer o vislumbrar algo que permitiera ignorar un vacío indefinido, pero sentido hasta la raíz. Tales textos sagrados, interpretados por poetas, lograron que en lugares como Grecia, una idea dolorosa derivara en un destino, una cosmovisión. Los dioses caminaban entre ellos, haciendo inevitable pensar en el origen y la cuestión sobre el papel del humano en el mundo, el cual ya se pensaba como existente, sí o sí. Y así se movieron, o fueron atraídos, unos y otros, en pos del origen y del Hombre. El giro copernicano destruyó mucho, pero provocó nuevas organizaciones, con la Razón siempre a la cabeza y manteniendo con todo esfuerzo un vínculo con lo divino, nuestro seguro, esta vez incluso por medio de una glándula. Pero nuestro mal siempre fue, es y será la capacidad de asombro, porque hasta tranquilos queremos dudar.

            Después de la modernidad, “logos”, lo absoluto, siguió siendo algo, pero no lo mismo; entre más sabiduría, más amor a ella, recordamos el vacío. Y después de muchas interpretaciones matamos s Dios, y definimos lo que es ser arrojados, condición en la que siempre estuvimos pero ahora desocultamos. Algunos valientes le confirieron la condena de existir a la acción, a la libertad, y hasta dieron discursos en el Mayo del 68 que inspiraron a los movimientos, pero no se pudo ignorar lo que descubrieron otros: que con Papá fallecido, también se había muerto el Hombre. Y con la verdad como variante del poder, fuimos poco más que prisioneros en las celdas de un panóptico. Pero aún así, aún así, queremos vivir, por más que sea en un sistema carcelario.

            ¿Qué es “ser persona”? Bueno, si somos para la muerte, pues ser persona deriva en ser rebelde. Porque no sabemos cuándo llegará, y aunque sabemos que lo hará, nos aferramos a la vida de una manera tan trágica que merece admiración; somos tan auténticos que no queda más que la poesía.