Repaso - La ola delincuencial en Morelos y la inutilidad gubernamental
En opinión de Carlos Gallardo Sánchez
Muy lamentables los actos criminales cada vez más frecuentes en Morelos. Ante esa avalancha de impunidad que favorece a quienes militan en el hampa organizada y no organizada, uno piensa en la incapacidad de los gobiernos para inhibirla sustancialmente y pocos ya creemos en los discursos, con los lugares comunes, de las autoridades gubernamentales, incluido el de hasta arriba del organigrama del Poder Ejecutivo
Digan si no: entre los cortísimos argumentos que como gobernante le hemos escuchado a Cuauhtémoc Blanco cuando insiste en su compromiso de hacer bien las cosas, destacan las frases “no les voy a fallar” y “no bajaré la guardia”. Hay otras, dos o tres, pero los anteriores vienen a modo para el asunto de la lucha contra la inseguridad en Morelos, que venimos padeciendo desde hace más de 18 años, porque el problema se agudizó desde el sexenio de Jorge Carrillo Olea, continuando con los de Sergio Alberto Estrada Cajigal, Marco Antonio Adame Castillo, Graco Ramírez Garrido Abreu.
Por cierto, en su momento la mayoría de ellos enarboló como idea fuerza la promesa de combatir y disminuir sensiblemente los espantosos niveles de violencia y delincuencia que hemos padecido. Ninguno cumplió con ese compromiso, ya por incompetencia de sus colaboradores o, infortunadamente, por sus vínculos con los delincuentes.
Cuauhtémoc no es la excepción. Sobrado de optimismo , necedad y soberbia, o en estos días de un silencioso, aunque evidente “me vale”, mientras anduvo en campaña prometió el oro y el moro en eso de bajar los niveles delincuenciales. Muchos ciudadanos no le creímos, pero otros muchos sí. A los primeros, a estas alturas, no nos sorprende lo que está sucediendo durante la actual administración. El ex futbolista piensa que con una declaración recurrente como aquella de que no entrará en componendas con los delincuentes, ya está limpio de cualquier responsabilidad. Ante la realidad adversa que lo rebasa, ahora únicamente dice que los niveles de inseguridad provienen de administraciones pasadas. Eso todos lo sabemos. Lo que molesta es que con tales pretextos intentó al principio de su gestión lavarse las manos. Creo que aún lo argumenta y, obviamente, no acepta su fracaso en materia de seguridad. Más bien, no acepta su fracaso de nada.
Eso sí, como sus antecesores, defiende a capa y espada al jenízaro que puso a la cabeza de la seguridad pública. Igual que los de antes, pues. Todos, hasta el momento, han fallado. Carrillo Olea inició su debacle desde que invitó al capitán Jesús Miyazawa para esos menesteres, quien, con el comandante Armando Martínez Salgado en el área de antisecuestros, hicieron cera y pabilo de la confianza ciudadana en sus gobernantes. Sergio Estrada Cajigal no se quedó atrás con su respaldo absoluto a Agustín Montiel; Marco Antonio Adame con Luis Ángel Cabeza de Vaca; Graco Ramirez con Alberto
Capella y, claro está, Cuauhtémoc Blanco con el veracruzano José Antonio Ortiz Guarneros.
Al margen de su competencia profesional y de su respectiva reputación como servidores públicos, el hecho es que todos han fracasado rotundamente en la delicada encomienda que les asignaron.
Actualmente, como se sabe hasta el cansancio, los morelenses estamos sufriendo una ola de violencia exacerbada. En las constantes ejecuciones no sabemos, porque no se informa, quiénes mueren acribillados en razón de su involucramiento con actividades ilícitas, y quiénes, ciudadanos pacíficos, son víctimas de tanto ladrón y asesino. Lo anterior, porque por lo general, cuando las autoridades buscan justificarse ante la opinión pública, acuden al pretexto de que los asesinados son personas dedicadas al robo, al narco, al asalto.
Respecto de cualquier argumento de esa especie, los morelenses en su mayoría se muestran escépticos y todo indica que ya no confían en las promesas y dichos del gobierno. Ya es mucho esperar. La inseguridad está desbocada. El gobernador Blanco Bravo ha llegado a la barbaridad de expresar que “son un chingo de delincuentes”, con lo que manifestó, sin decirlo, su derrota anticipada en ese sentido. De ahí que sea frecuente la aceptación de la gravedad de las cosas, implícita en su frase “no voy a bajar la guardia”
Mientras tanto Morelos sufre toda clase de embestidas de la delincuencia, sin que, hasta el momento, haya política de seguridad alguna u operativos policiacos, que detengan ese aberrante oleaje de impunidad y violencia.
No, en realidad lo que Blanco Bravo debería decir es que ya es hora de que suban la guardia, porque siempre la han tenido abajo. Nuestros gobiernos en Morelos, los pasados y el actual, han sido “pan comido” para los delincuentes de toda laya. Sus promesas de acabar con ese cáncer, son meros pronunciamientos demagógicos en disonancia con las acciones emprendidas y los resultados obtenidos.
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