Repaso
En opinión de Carlos Gallardo Sánchez
- López Obrador en los libros de texto
Allá por el año 2008 corrió la noticia de que en el libro de texto “Coahuila, un pasado con visión de futuro”, se había dedicado toda una página para publicar la biografía del entonces gobernador Humberto Moreira. De ese mandatario priísta se destacaba su labor docente y su compromiso como servidor público”. Zalameros, los autores de la obra vinculada con una asignatura estatal, no tomaron en cuenta que un texto con tanta miel no estaba permitido en un libro de texto, mucho menos gratuito y solventado con recursos públicos.
El asunto indujo a la secretaria de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota, a declarar que el libro se retiraría de las escuelas secundarias coahuilenses, porque desatendía uno de los requisitos estipulados normativamente para esos trabajos, cuya orientación y contenidos “no deben contener publicidad comercial, político-partidaria, o propaganda política y que exalten acciones gubernamentales.”
El desliz no pasó a mayores y desconozco si en verdad se retiró de las aulas el libro de texto “Coahuila, un pasado con visión de presente”. El gobernador norteño de marras, cercano a la cacica magisterial Elba Esther Gordillo Morales, me parece que logró sortear las críticas que al respecto surgieron: Más preocupado estuvo en evadir cualquier acción de la justica por la corrupción que, dicen, caracterizó a su gestión gubernamental. Algo semejante a lo que ahora enfrenta Graco Ramírez Garrido Abreu, tabasqueño que fue gobernador de nuestro Morelos.
Otras son las condiciones que han llamado la atención, merced a la información publicada en medios nacionales, en el sentido de que, en algunos libros de texto de primaria, recientemente distribuidos, se da cuenta del ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la república y de su propuesta de una transformación radical de la vida pública del país.
En este caso las críticas han surgido con un encono patético. Claro, se trata de “El Peje”, el controvertido político mexicano que desplazó a miles de políticos aquerenciados en los tiempos pasados donde imperaba la discrecionalidad y la corrupción. La mala leche impera en algunos encabezados. “AMLO inmortalizado”, reza la nota principal de uno de esos rotativos empeñados en redimensionar las cosas, sobre todo si llevan la intención de minar la sólida imagen del político tabasqueño, de mero Macuspana.
He leído varias veces esa información y la manera que en los libros de texto aludidos se describe la acción de López Obrador y su proyecto de renovación democrática en el país, y sólo aprecio párrafos desprovistos de zalamerías, de elogios ofensivos, de porras hacia el mandatario nacional. Nada que haga suponer una transgresión que se aprecia, por ejemplo, en lo que se escribió de Moreira.
La redacción es sumamente descriptiva, guardando su distancia respecto de valoraciones sesgadas o calificativos ampulosos. Lo menos que deberían hacer los críticos gratuitos de López Obrador es ponerse a reflexionar sobre lo que se dice de él en esos libros. Quizá para que se convenzan que su incorporación en pequeños párrafos está justificada por la trascendencia del movimiento que lo llevó a la máxima responsabilidad pública. O para que busquen otros motivos que les permitan seguir hablando pestes de López Obrador.
En términos más especializados, tendríamos que justipreciar las funciones fundamentales de los libros de texto. Escribe David Mora (“Concepción y características de los libros de texto y otros materiales para el aprendizaje y la enseñanza”) que deben analizarse principalmente desde tres perspectivas: como un instrumento político, como una herramienta pedagógica y como un medio de información. “En algunos casos, inclusive —sostiene—, se pretende eliminar el papel político que ejercen los libros en una determinada sociedad, lo cual obviamente está directamente relacionada con la concepción de educación, sociedad, ser humano, formación, comunidad y Estado asumida por quienes defienden la supuesta neutralidad de los libros de texto y demás materiales que contribuyen al desarrollo del proceso de aprendizaje y enseñanza”,
Las previsiones que el Estado mexicano ha asumido para que los libros de texto no sirvan como instrumentos de propaganda para imponer de manera acrítica una forma de entender las relaciones humanas y la vida en sociedad, siguen siendo acertadas, pienso yo. Se evita de este modo polarizaciones como la sucedida en Alemania nazi, en donde desde la infancia se pregonaba la superioridad de la raza aria. O en Chile, donde se ensalzaron abrumadoramente en las escuelas las supuestas virtudes de un régimen castrense, asesino, antidemocrático.
No hay visos, digo yo, de que López Obrador pretenda instaurar un culto a la personalidad, como en su tiempo instauró Stalin en la URSS.
Al margen de lo que cada lector opine, estoy convencido que los denuestos sin fundamento son residuos intelectuales en quienes ya no quieren exigirse más para argumentar de la mejor manera lo que no les guste de “El Peje”. A nadie conviene el infantilismo intelectual que hoy se aprecia, salvo a quienes tienen enfocada la mira de tumbar a toda costa al tabasqueño o, por lo menos, contribuir a restarle los niveles de aceptación ciudadana que aún tiene en porcentajes altos.
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