Pandemia
En opinión de Carlos Morales Cuevas
Derrumbados los instintos,
buscas noche, caminos,
escapar de la ciudad;
esta ciudad que es mundo,
templo en el que las oraciones
emanan de las chimeneas como smog taciturno.
La noche vino pesada,
harta de escupir al alba;
con los ojos bermejos, modorros,
vivos de tanto saberse moribundos.
La sangre está amoratada.
En el callejón, navegan los sin miedo.
Las vírgenes siguen haciendo milagros
(cada treinta de febrero).
La lluvia y los cadáveres
aun se anegan bajo el filo de los perdigones.
Son filántropos los asesinos,
devoradores de tiempo.
Las calles mueren sin albor,
las marmitas sin hambre y,
los claveles florecen en las fosas clandestinas,
ataviadas de rabia y esperanza.
Los antifaces de esclavos sin tumba,
se adueñan de la vieja estrella polar.
Los huesos prometen morir,
enfundados en la bandera
de este año espurio de infecundos días.
En esta enfermedad recién nacida,
de pulmones fríos y tibios a la vez
como náusea en el templete del crepúsculo;
puñal escurriendo sobre el hielo,
corazón verde,
enmohecido por el soplo que,
como botella al mar,
cavila en el domesticado rencor del sueño.
En estos pájaros muertos contra la ventana,
alborada teñida de grises y silencios;
cuarentena apeando en el umbral del fuego,
reseteando los indisolubles espejos…
Derrumbados los instintos,
buscas noche, caminos,
escapar del ataúd;
este ataúd que es mundo,
templo en el que las oraciones
emanan de las chimeneas como smog taciturno.