Los que se fueron

En opinión de César Daniel Nájera Collado

Los que se fueron

Como verás, siempre fui inquieto, pero con el tal Juanito,  un niño chaparrito y pálido como yo, dejé fluir toda mi enojada rebeldía, sin miramientos. Supongo que lo conocí tan tarde porque, a pesar de ser hijo de uno de los hermanos de Papá Toño, este se habrá dedicado a impedirlo. Aun así, fue imposible cuando entró en mi escuela, la única que había, después de que su madre ya no aguantara enseñarle a leer en casa. A los 9, comenzó a gustarnos la misma niña, Lupita Canela, así que nos peleamos para decidir quién estaría con ella. Él fue el primero en llorar, por lo que deduje haber ganado, aunque no tardé en acompañarle después de que ella me rechazara. Justo al superar ese fatídico evento, sin soltar una palabra relevante, instauramos la tradición de escaparnos de clases cada que pudiésemos a nadar en las barrancas, o a robar limones dulces de los huertos cerca del llano de Plan de los Amates. Tarde que temprano, a mi abuelo le llegaron las quejas de los profesores, y nos golpeó tan fuerte con su chirrión, que por unas semanas debí dormir boca abajo, cosa que se me quedó para siempre. Además de lo obvio, odiaba ese pequeño látigo gracias al sonido que emitía al azotar con el concreto, señal para irme al campo con los 52 trabajadores.

            Sentí por unos años lo que experimentaba con mi hermano Héctor, hasta que eventualmente, Juanito también se vio forzado a marcharse. Y es que cuando Papá Toño cayó en cuenta de que sus castigos no surtían efecto, intentó infundir el miedo de otra forma. Una noche igual de gélida que las demás, nos reunió para contar la historia de una señora de cabello platinado y huipil blanco, que merodeaba nuestra región a todas horas en busca de niños que estuviesen solos. La leyenda quedó presente en nuestras cabezas, aunque tal vez menos de lo que debería; el miedo está hecho para ser reflexionado. Pasaron pocos días, máximo dos o tres,  cuando al escaparnos de la escuela como siempre, una anciana tal cual descrita subía por la carretera mientras Juanito y yo robábamos frutos.  De manera cautelosa, trepamos el árbol, los dos con una piedra que apenas cabía en la mano. En el momento que lo creí óptimo, la arrojé, para apenas lograr que esta cayera frente a sus pies. Sin embargo, antes de que la señora lograra entender qué sucedía, el proyectil de mi amigo impactó directamente en su cráneo, llevándola a caer ya inconsciente sobre un costado. Victoriosos, arribamos a mi casa para informarle a Papá Toño que nos habíamos chingado a La Llorona. Esa fue la única vez que presencié en su rostro una expresión de incredulidad.

 

            Aprovecho el espacio para colocar este fragmento de mi nueva novela corta titulada “Los que se fueron”, que trata de la historia de un hombre sentenciado a muerte que le relata a su futura hija los pasajes más significativos de su vida. A continuación coloco el link de la tienda online de Amazon Kindle donde puede ser adquirido. De antemano, muchas gracias por el constante apoyo.

 

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