Juego de manos - Terquedad Nacional
En opinión de Diego Pacheco
El lunes pasado por la mañana, en la conferencia mañanera del presidente de la república, López Obrador arremetió en contra de 4 medios de comunicación: contra el Reforma (qué raro), por fifís; contra Sin Embargo, por… ¿hipócritas?; contra The Financial Times, por su falta de autocrítica (¡Jajaja!); y contra la Revista Proceso, porque no se portó bien con la 4T, pobrecita.
Este último ataque llamó la atención por el intercambio de ideas que se dio entre el ejecutivo y Arturo Rodríguez, autor en Proceso. A partir de que el reportero le aclaró que no es labor del periodista portarse bien, el presidente contestó que ellos (el gobierno) están buscando la transformación, y que todos los buenos periodistas de la historia siempre han apostado a las transformaciones. Para ello, el mandatario utilizó como ejemplo a los periodistas de la República Restaurada (¡Bendito sea Juárez!).
Al respecto, Rafael Rodríguez, director de la revista Proceso, comentó en entrevista con Azucena Uresti, que los comentarios del presidente contra la revista lo lastiman y que, quizá, la reciente entrevista que se le hizo al exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, sea la razón de los ataques hacia el medio. Además, argumentó que, contrario a los señalamientos de AMLO, asumirse como periodista independiente no es cosa fácil; pues hay factores externos y presiones que dificultan la tarea; y que el que el presidente recientemente haya dejado de leer la revista no puede estar relacionado con la muerte de Julio Scherer pues, aunque falleció en 2015, él dejó la dirección editorial de Proceso en 1996.
Pero más allá de los dimes y diretes, me llama la atención la idea del buen y mal comportamiento de los medios. ¿Es entonces tarea de los medios acoplar sus editoriales con los intereses del gobierno si este se autodetermina como bienintencionado, como transformador o como diferente a los demás? ¿Hasta qué punto la “transformación” podrá ser utilizada como justificante de las ideas del presidente? ¿Dónde queda la libertad de expresión y la autocrítica?
Digo, está muy bueno decir “no me toques, ando transformando” pero ¿quién determina si eso es cierto, si las medidas son las correctas, o si se están dando resultados favorables? En escenarios tan importantes como el de la política nacional, la libertad de expresión, el análisis y el subrayado de errores no solo deben ser permitidos sino alentados, por el bien de todas y todos.
Los medios no intentan desmantelar la llamada transformación de México. No son parte de una conspiración para hacerle daño a AMLO y a su partido/movimiento. La oposición, si bien, puede estar en contra de medidas o proyectos, y es contrincante directo del presidente y la hegemonía de su partido; tampoco están dedicados a confabular en su contra. No hay razón para poner tanta resistencia hacia opiniones distintas. Después de todo, ¿Qué no se ha acabado con la corrupción?
Una de las grandes virtudes que puede tener un gobernante es el de escuchar y valorar las críticas, quizá aún más que los elogios; pues los primeros le ayudan a crecer, mientras que los segundos le acomodan en su lugar. Lamentablemente, para el presidente las y los mexicanos se pueden dividir en dos: quienes defienden la transformación, quienes están conformes; y las personas opositoras, las inconformes. Bien, si señalar los errores que comete el gobierno y realizar críticas constructivas entonces, ¡Qué gran momento para ser oposición!
¿Y el nuevo aeropuerto?
La batalla por ver dónde estará el nuevo aeropuerto comercial del país continúa, mientras que Andrés Manuel sigue buscando impulsar la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía y enterrar el proyecto de Texcoco de una vez por todas.
Para alegría del presidente, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han avalado la construcción del aeropuerto de Santa Lucía; esto a partir de que la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) de la dependencia federal de medio ambiente señalara que la flora y fauna del área destinada para la nueva infraestructura no se verán afectada por el proyecto. Asimismo, López Obrador anunció que el adeudo por la cancelación del aeropuerto de Texcoco ya ha sido pagado por lo que se puede dar inicio a la construcción de su aeropuerto.
Ahora, no todo es color de rosa para el mandatario, la MIA también establece 16 condicionantes para mitigar y compensar las posibles afectaciones que el proyecto puede tener. Asimismo, dentro del documento se establecen 38 impactos adversos significativos para el modo de vida de los habitantes de los 5 municipios mexiquenses adyacentes a la construcción, dentro de los que se encuentran: falta de agua, ruido, mala calidad de aire, incapacidad para el desecho eficaz de los residuos, daños a la salud, entre otros.
Entonces, se ha superado un obstáculo para cumplir con el caprichoso megaproyecto del ejecutivo, con el cual se superaría uno de los amparos promovidos por el colectivo #NoMásDerroches; sin embargo, existen 11 suspensiones judiciales vigentes que le ponen un alto al aeropuerto, y aún son necesarios estudios de seguridad, económicos, culturales, arqueológicos y viabilidad aeronáutica; por lo que el tiempo de cantar victoria aún está lejos.
El aeropuerto todavía no va.Más allá del impacto ambiental (que es muy importante) está la operatividad de las instalaciones e, igual o más importante aún, la aprobación de los organismos de aviación internacionales; sin la cual el aeropuerto pasará de ser la nueva instalación de movimiento aéreo internacional del país, al museo del Movimiento de laTerquedad Nacional (se sigue trabajando en el nombre).
Empezar, como ha señalado el gobierno, a construir desde ahora sería un error catastrófico. Las trabas que se le están poniendo al proyecto no son para medir necedades y fuerzas, estas tienen como finalidad asegurarse que el aeropuerto funcione correctamente, y creo que no está de más asegurarse de ello cuando idealmente millones de personas le darán uso, y este será la puerta de entrada aérea de nacionales y extranjeros a nuestro país.
La moraleja de la historia es: no son fuercitas, señor presidente.
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