Juego de Manos -La vieja Latinoamérica
En opinión de Diego Pacheco
Parece evidente que existe un alto grado de escepticismo y rechazo dentro de la mayor parte de la sociedad mexicana cuando se habla de la política latinoamericana. Como si el orgullo e identidad latina se limitaran a discursos superficiales y cultura folclórica-popular, mientras que la solidaridad y el análisis profundo se dejan a un lado cuando representan un esfuerzo considerable. Lo vemos con Venezuela, lo vemos con Bolivia e, incluso, con Chile; la opinión pública está fuertemente influenciada por intereses privados manifestados en mensajes mediáticos.
Hoy, vale la pena mirar más a fondo lo ocurrido la semana pasada en Bolivia porque, de acuerdo con este columnista, es preciso hacer un análisis a profundidad para comprender la gravedad del asunto.
Bien, son dos las posturas principales respecto a la crisis boliviana: la primera señala que el hoy exdirigente de Bolivia fue un terrible dirigente antidemocrático, un dictador. A partir de este pensamiento, se consideró no solo prudente, sino aplaudible el hecho de que las fuerzas armadas del país se alzaran y presionaran al mandatario sudamericano para que dejara el cargo.
Una segunda postura es la que condena el acto, pensando en el acontecimiento no como una presión militar, sino como un Golpe de Estado a un líder social electo de manera democrática. Evo Morales, bajo esta perspectiva, es visto como un representante de las clases bajas de su país, y un opositor del neoliberalismo y del corporativismo.
Entonces, Evo Morales: cuasidictador, autoritario, persona indígena, anti-neoliberal. Vamos por partes. La llegada al poder del exmandatario sudamericano fue un cambio paradigmático en la política del país, mientras que en la mayoría de los países se busca la representación de una clase media urbanizada, Morales le dio voz y visibilidad a un sector que —en Bolivia y en el mundo— se ve marginado y discriminado día con día; todo ello con el apoyo una porción importante de la población.
Por otro lado, gracias al fruto de este apoyo social es que le fue posible modificar los mecanismos jurídicos para hacer de su mandato uno que durara 14 años (a base de reelecciones). Esto, aunque no es ilegal, sí parece una modificación tramposa de las instituciones para los intereses de un actor con el poder político necesario para realizarlo sin mayor oposición (independientemente de la benevolencia o maldad de sus intenciones).
En cuanto a la duración de su mandato, si bien es contrastante con la temporalidad de nuestros Jefes de Estado, también lo es la de Estados Unidos o Alemania (por poner un par de ejemplos); sin embargo, realizar una comparación entre la duración de distintos dirigentes para determinar su validez es un error, pues los sistemas políticos, contextos, culturas y otros factores independientes de cada nación, varían.
Respecto a su desempeño en el cargo, la calificación que se le dé dependerá de la persona que la otorgue. Hay más de una forma de evaluar a un gobierno, y los elementos que se consideran prioritarios variaran según los intereses de quienes juzgan.
Ahora, en lo que se refiere a la historia reciente de Evo Morales, está repleta de controversia con múltiples casos de presunta corrupción que culminaron en las últimas elecciones realizadas en el país; donde, misteriosamente, se cortó la energía eléctrica durante el conteo de los votos, se reanudó cuando el conteo había concluido y la victoria era decisiva para el candidato a la reelección.
Para quien ahora escribe, el análisis del verdadero problema se debe hacer con conocimiento de la historia latinoamericana y observando lo que sucedió después de la renuncia de Evo. Con su salida, se vislumbra el regreso de una derecha religiosa y de las fuerzas militares a la cúspide del poder político.
Entonces sí, se puede estar en contra de nuestro más reciente Huésped Distinguido asilado político mediático, de su desempeño y su duración en el poder; sin embargo, esto no es suficiente.
Hasta donde observa esta perspectiva, para validar una presión política (o Golpe de Estado) como la que se vive en Bolivia, con el resurgimiento de la iglesia como un poder político explícito —fenómeno que hace tiempo no presenciábamos en México y en Latinoamérica— habría que trasladarse décadas atrás para recordar los motivos por los que el Estado se separó del clero: resultados poco favorables para un gran porcentaje de la población, abusos, violencia desmedida y una distribución más concentrada de la riqueza, entre otros asuntos.
Lo anterior, representa el resurgimiento de una derecha ultraconservadora, una cara del poder que asesina deliberadamente y sale impune, con una capacidad coercitiva sobre una población con recursos limitadísimos para protestar al respecto.
Lo más preocupante de todo el panorama no deberían ser los 12 años en el poder de Evo Morales, sino el retroceso ideológico y sistémico de décadas; además de la posible paralización de las movilizaciones sociales que se realizan en la actualidad por su contrariedad con las ideas cristianas, y la probabilidad de volver a un momento en el que externar una opinión distinta era motivo de desaparición forzada, por poner un ejemplo.
Después de todos los procesos históricos por los que ha pasado Latinoamérica, pareciera que la Historia se ha convertido más en un relato que en una constancia escrita de las situaciones que no deben volver a permitirse. La política de una nación va mucho más allá de pagar diezmo, confesarse y cumplir la penitencia. Dios nos salve de la vieja Latinoamérica.
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