INFANCIA…

En opinión de David García Figueroa

INFANCIA…

La palabra Infancia hunde sus raíces en el latín infantia y se describe como la “incapacidad de hablar” La conquista del lenguaje será entonces la posibilidad y el pasaje al ingreso de este mundo simbólico, el infans colocado en el lugar del que no habla, tendrá que recorrer y ser recorrido por un otro significativo que le acompañe en este viaje a Tebas, y con un presa-giado retorno a Ítaca.

 

La génesis de nuestra infancia, nos remite a un lugar, un fulcro colocado en el momento del nacimiento, por un lado nos muestra lo que se gesta sobre una transición en torno al desarrollo y maduración, y del otro, deja ver lo que se coloca en la prehistoria, hablamos de aquél sujeto sin serlo aún, pero que es pensado, idealizado, esperado, o no, por sus predecesores, y de quien en ciertas ocasiones, encarna el deseo irrealizable u ominoso.

 

Hoy hablaremos del primer caso, ahí donde la balanza se inclina al desarrollo  visto como una consecución de etapas de maduración, que surgen a través de las diversas disposiciones y de las interacciones con el contexto social, natural y de acercamiento con los otros, etapas marcadas por tiempos de inicio, desarrollo y desenlace, y es justo en estos momentos cruciales, donde vale la pena detenernos a pensar, el punto crucial como una marca de duelo, por ejemplo; el cruzar de la primera infancia a la niñez, nos convoca, no solo al transito, sino a la tramitación de una o muchas pérdidas significativas, que son vividas en el silencio, no porque  no se puedan expresar en llanto o en una conducta manifiesta, sino porque hay un lenguaje cautivo.

 

Y ¿cómo se atraviesan estos umbrales del dolor? Si el designio es nacer con una palabra amordazada, será ésta la gran apuesta donde debiere aparecer el otro, el que convoca al encuentro, el que despierta el interés, el que anima (con la profunda dimensión de acepciones de este concepto), la o el que acompaña, esta ultima función, será fundante, pues tendrá la capacidad de inaugurar junto con el otro, la propiedad del lenguaje, con el que éste, nuestro individuo en cuestión, pueda utilizar para dar cuenta de sí, para descubrirse en el mundo, para representar y representarse en el universo simbólico, para hacer conciencia de la múltiples y diversas dificultades que se viven en cada etapa, para reescribirse y designarse como sujeto que piensa y que no solo es pensado por otros.

 

La infancia podrá ser entonces, el lugar habitado por la palabra, y por la expresión del lenguaje que se vuelve juego, cuento, y puede dar cuenta de una nueva narrativa, de un nuevo advenimiento, el devenir sujeto.