Escala de Grises - Lo personal es político
En opinión de Arendy Ávalos
En la Ciudad de México, el 2012 se inauguró la línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo Metro durante la administración de Marcelo Ebrard, durante la presidencia de Felipe Calderón Hinojosa. La longitud de esta estación abarcaba 23 kilómetros con un total de 20 estaciones, distribuidas de Tláhuac a Mixcoac, y comenzó a funcionar con 21 trenes.
El tres de mayo, pasadas las 10 de la noche, una traba colapsó a la altura de las estaciones Tezonco y Olivos. Hasta el momento en el que se escribió esta columna, las autoridades reportaban 24 personas muertas y 79 heridas, entre las que se encuentran tres menores de edad y tres adultos mayores.
La noticia se dio a conocer a través de las plataformas digitales, donde las personas cercanas al lugar comenzaron a compartir videos, fotografías y la poca información que se conocía justo después de que el tren se desplomara en la vía pública. Después de unas horas comenzaron las labores de rescate y las maniobras para retirar los escombros que había dejado el siniestro.
Al respecto, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, aseguró que se llevarán a cabo dos peritajes, uno a cargo de la Fiscalía General de Justicia y otro a cargo de una empresa internacional con certificado en asuntos estructurales.
Lo ocurrido inundó a la ciudad y al país de indignación. A través de redes como Twitter y Facebook, a lo largo de la noche y la madrugada, las personas compartieron sus opiniones y sentimientos. El ambiente en general era de impacto.
Miles de personas utilizan este sistema de transporte para trasladarse a sus empleos y de regreso a sus hogares. A pesar de la pandemia, el confinamiento y la sana distancia, miles de personas tuvieron que salir de casa para trabajar para poder mantenerse y mantener a sus familias. Estas miles de personas confiaron la estructura de una ciudad que debió garantizarles, por lo menos, seguridad.
Lo que fue presentado como “un accidente” tiene muchos nombres, menos ese. Negligencia. Corrupción. Impunidad. Crimen. El cinismo de las personas que dieron el pésame a las familias afectadas cuando fueron los principales responsables de una de las más grandes tragedias de la ciudad.
Los ojos cerrados y los oídos sordos de la presente administración. Y de la pasada. Y de la pasada. Porque todas ellas recibieron incontables denuncias y evidencias por parte de quienes ya se habían dado cuenta de los errores en la construcción, de las obvias señales de una estructura cuyo colapso era cuestión de tiempo.
Un gran porcentaje de las personas que utilizaban este medio de transporte pertenecen a Iztapalapa, una alcaldía en la que se concentran los mayores índices de pobreza en la capital del país. Una alcaldía relegada, con problemas de agua y de abastecimiento de servicios públicos. Una alcaldía a la que pertenece gran parte de la clase trabajadora.
Fueron estas mismas personas quienes sabían un secreto a voces, replicado desde que comenzó la obra, desde que la inauguraron y desde el primer día de funcionamiento. Sin embargo, a pesar de los rumores, de la información y del miedo, la población estaba obligada a usar la “línea dorada” para llegar a su destino sin enfrentarse a más de dos horas de camino en el tránsito citadino con todos los riesgos que eso implica.
Esta muestra de negligencia despertó en la opinión pública diferentes respuestas. Hubo personas que confesaron haber recordado lo sucedido en el sismo de 2017, lo que desató algunos síntomas de estrés postraumático. Hubo personas que se cuestionaron la posibilidad de que les sucediera a ellas, pues esas estaciones formaban parte de su trayecto diario y, de no ser por la pandemia, había una gran posibilidad de que se encontraran a bordo del tren en cuestión.
Y también hubo personas sin un gramo de empatía. Aquellas personas que acudieron al lugar de los hechos con la intención de golpear al partido del presidente, de ganar más votos, de hacer promesas o de asegurar que la tragedia era un golpe por parte de la oposición para dañar a la presente administración. Lamentable.
Estos mismos comentarios fueron criticados por “politizar la tragedia”. Sin embargo, debemos tener clara la diferencia entre usar la tragedia con usos partidistas y demandar justicia, porque hay un abismo tremendo.
Quienes aspiran a alguna candidatura [y sus simpatizantes] no pueden lucrar con el dolor ni hacer uso de él para beneficiarse en temporada electoral. El resto de la población está en todo el derecho de exigir justicia para las autoridades y personas responsables, de gritar el nombre de aquellas personas que ignoraron sus denuncias por casi diez años, de externar su dolor. Y si la rabia implica ser demostrada en las urnas como resultado colateral, que así sea.
Sin caer en la romantización de la tragedia, lo sucedido la noche del lunes demostró que la empatía sigue formando parte de algunas personas, como demostraron quienes ofrecieron su casa para alojar a quienes esperaban noticias, o quienes acudieron al lugar para tratar de abrir las puertas y rescatar a las personas dentro del tren, quienes ofrecieron su vehículo particular para acercar al hospital a las familias de las personas que resultaron heridas y quienes, hasta el momento, continúan difundiendo la información.
Desafortunadamente, el tiempo que tuvimos para procesar esta herida que nos afectó de alguna u otra manera fue muy poco, porque la ciudad no se detiene. Los medios de comunicación avanzaron, las autoridades en cuestión informaron lo poco que sabían del tema y siguieron con otros temas, las personas debieron presentarse en sus trabajos como si no hubiera pasado nada.
Sin embargo, todo cambió. El miedo oculto en los viajes diarios fue destrozado con un golpe de realidad, la aparente calma de la cotidianidad fue reemplazada, una vez más, por la impotencia de saber que este colapso se pudo haber evitado. Ojalá que algún día el luto de las familias afectadas, de la ciudad y del país sea reemplazada por la justicia.
No fue un accidente:
@Arendy_Avalos en Twitter