El tercer ojo - Septiembre.

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El tercer ojo - Septiembre.

A: Noemi Soubran y

Juan Enrique Alvarez Soubran

 

No lo sé (del verbo saber, que no el imperativo ser), lo ignoro, o no lo recuerdo, cuántos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros o decenios han pasado desde que muchas vidas, sueños, quimeras, ilusiones, esperanzas, horizontes, caídas, lágrimas y llantos, gritos de dolor y sangre nacieron, renacieron, resucitaron, murieron o fueron enterradas tres metros bajo tierra.

 

Desconozco de qué se encuentra tejido el tiempo de las eras, idas ya, en que algunos seres humanos –sin importar el género o las preferencias– soñaban con vivir un mundo que no tenían, pero que podrían tener si lo ajustaban a la fuerza poética –de poiesis– de su imaginación; esto es organizar sus sueños y sus actos con base en ese mundo como debiera ser y no como era.

 

He olvidado, o así parece, obliterado, desletreado, desdibujado, borrado, omitido, qué sé –otra vez el verbo saber – si fueron hechos reales, o los imaginé, los aluciné, deliré, fantasee o señé; dudo si era un mes de abril, septiembre o, tal vez,  octubre, del año de 1973, cuando los tres Pablos –Pablo, Pablo, Pablo–, Neruda, Casals y Picasso, partieron de este mundo dejando como herencia sueños y esperanzas tejidas con la certeza de un nuevo mundo.

 

No quiero ser el heraldo, aunque parece inevitable, otra vez en el año de 1973, ahora sí en septiembre, creo que fue un trágico día once, de la caída de los sueños que perviven más allá de la memoria con los nombres enredados en la lengua del Dr. Salvador Allende, Víctor Jara, Chile, Unidad Popular, miles de chilenos y en el extremo opuesto el nombre del traidor y del tirano Augusto.

 

Creo, en sentido estricto, del verbo creer, que ese año y ese mes de septiembre fui objeto de mi segundo nacimiento porque el primero fue, quince años atrás, un mes de abril, en otro año en el cual un terremoto acaecido el mes de julio derribó el Ángel de la Independencia que conmemoraba el "Grito de Dolores" y el comienzo de la "Guerra de Independencia" de México con respecto a España, un día 16 de septiembre. ¡Otra vez Septiembre!

 

Mi primer nacimiento, como niño y persona, fue un día 15 de abril del año de 1957, pero mi segundo nacimiento, como un ser humano consciente de la responsabilidad y el compromiso de seguir los sueños de los Pablos, de Salvador y Víctor, y de tantos miles y miles de chilenos, de responder con mi vida –que no con mi muerte aunque ella se presente algún día– ante dicho compromiso y sueños, fue ese mes de septiembre de 1973, siendo sumamente joven y un estudiante de secundaria.

 

Otra vez, otros septiembres, de 1985 y 2017, en México derribaron junto con miles de edificios las dudas de que en nuestra manos, nuestra organización y unidad de acción, nuestra solidaridad, se encontraba la posibilidad de afrontar exitosamente las consecuencias de tales eventos y levantarnos, pese a todo, erguidos y dispuestos a seguir sonriendo y bregando por la vida.

 

De nueva cuenta era un día 12 de septiembre, pero del año 1986, cuando unido a una mujer, una compañera, opté, junto a ella, por unir nuestras vidas en un proyecto cargado de sueños, esperanzas, ilusiones y nos casamos, por las normas civiles, para avanzar con un horizonte antepuesto frente a nuestros ojos. Producto de esa proyección nació nuestro primer hijo y, algunos años más tarde, nuestra segunda hija.

 

Después del nacimiento de ella, ese mismo año, una vez que dimos juntos una batalla denodada por la vida, fuimos testigos de una derrota pues segada de la vida y de este mundo fue, por diversos problemas de salud.

 

Aunque no lo tengo grabado claramente en mis recuerdos, y no por olvido omiso, sino por un mecanismo poco claro para mí, un día del mes de septiembre de ese año fue cuando ella levitó, se elevó y partió dejando honda huella en nuestra existencia.

 

Como pueden apreciar, queridos seguidores de El Tercer Ojo, el mes de septiembre ocupa un lugar cenital en mi existencia y lo he querido compartir no por necesidad catártica, sino por un compromiso ético, ideológico, político y moral.