El Tercer Ojo - De libros, biblioteca y bibliófilos
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Apreciados lectores de la columna semanal, El Tercer Ojo, en El Regional del Sur; esta ocasión deseo compartir con ustedes una recensión de uno de los libros que recientemente he revisado y leído, a propósito de la cuestión relativa al título que encabeza nuestra colaboración.
Me he propuesto hacer a ustedes una invitación a leer La Memoria Vegetal (Penguin Random House: España/México, 2021), del memorable —memorioso y erudito— semiólogo, filósofo, ensayista y novelista italiano Umberto Eco (1932-2016) —autor, entre otros textos de diversos ensayos sobre semiótica, lingüística, filosofía, historia y, además, una serie de novelas que trascendieron las fronteras continentales, entre las cuales podría enunciar El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, La misteriosa llama de la reina Loana o, además, el ensayo Apocalípticos e integrados—.
Este libro, organizado mediante la inclusión de diversas conferencias, opúsculos, artículos e introducciones a otros libros, strictum sensu, no es una obra, en toda la extensión de la palabra, escrita deliberadamente por el autor, más bien es un texto que reúne, poco más de 15 escritos, todos ellos inéditos en este formato, organizados y publicados por el editor y, aún más, de manera póstuma.
Es por ello que sería un exceso afirmar que “es un libro escrito por Umberto Eco”; sin embargo, no tengo la menor duda de ello, sí es la muestra viva de su pensamiento, maneras de concebir, imaginar y vivenciar la relación con los libros, las bibliotecas, los bibliófilos y, en esencia, con la escritura como herramienta cultural —hubieran sostenido Jerome Seymur Bruner (1915-2016) o Lev Semiónovich Vigotski (1896-1934), como un andamio o una prótesis psicológica del desarrollo cognitivo específicamente humano— que permite, contra algunas de las creencias, superar exitosamente las limitaciones “naturales” de los procesos psicológicos básicos, trascendiendo hacia la construcción de los procesos psicológicos superiores.
Por lo demás, la lectura de estos escritos, gozosa por sí misma, nos coloca ante el uso exquisito, erudito y seductor de la palabra escrita, transcrita en algunos casos de la palabra hablada en charlas o conferencias y, en su conjunto, el libro, nos permite acercarnos a una oda a los libros, como objetos materiales que fueron diseñados ergonómicamente para que nuestra manos y brazos pudieran sostenerlos, colocarlos ante el rostro —léase los ojos y la nariz—, palparlos, olerlos, mirarlos, leerlos, interpretarlos y ¿por qué no?, desear poseerlos como se posee un objeto del deseo, o como se desearía palpar, oler, mirar, admirar e interpretar a un ser amado.
Es, en verdad os digo, un “canto de amor” al libro, a sus páginas —fuesen hechas de tela o de papel devenido de los árboles— y a la memoria no sólo como herramienta psicológica que permite grabar, retener —por corto, mediano o largo tiempo— y recuperar las vivencias o sucesos que se requieran en el curso de la vida; asimismo, y sobremanera, se trata de la memoria como instrumento que propicia las condiciones favorables de la trascendencia más allá de la existencia física que poseemos en este “valle de lágrimas, risas y amor” y permite la sobrevivencia a límite final de nuestra existencia material, la muerte como destino inexorable. (Quien quiera adentrarse en el terreno de la memoria como objeto de interés psicológico y existencial, bajo circunstancias de vida que la ponen en cuestión puede leer de Jorge Luis Borges, Funes el memorioso o, del propio Umberto Eco, La misteriosa llama de la reina Loana).
Naturalmente que la escritura existe desde antes de la presencia de la imprenta y de los libros mismos; de igual modo, podemos admitir que la palabra hablada y la arquitectura o pinturas rupestres nos muestran a todas luces que la representación y la memoria se hallaban andamiadas por estos objetos materiales y culturales; empero, también sin dubitar, podemos afirmar que con la aparición de la escritura y de los libros pudieron magnificarse como herramientas simbólicas que nos trasladaron a nuevas formas de conocimiento, placer y gozo.
Pues bien, la lectura de este libro nos introduce, tal vez, al sueño acariciado de la inmortalidad que se apoyó en los brazos de la lectoescritura, de los libros, de las bibliotecas y de los bibliófilos.
Vaya un botón de muestra: “Con la invención de la escritura fue naciendo poco a poco el tercer tipo de memoria, que he decidido llamar vegetal porque, aunque el pergamino estuviera hecho con piel de animales, vegetal era el papiro y, con la llegada del papel (desde el siglo XII) se producen libros con trapo de lino, cáñamo y tela; y, por último, la etimología tanto de biblos como de liber remite a la corteza del árbol”