El peso de nuestras manos

En opinión de César Daniel Nájera Collado

El peso de nuestras manos

A pesar de la amplia cantidad de megalómanos, es común que en un mundo tan incierto e impredecible las personas necesitemos la promesa de una solución, o al menos, algún tipo de explicación para el caos imperante. Por ejemplo, las declaraciones del obispo de la Diócesis de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, pretenden señalar el origen de la pandemia, culpando al aborto y la diversidad sexual. Asimismo, muchas personas encuentran sosiego en pensar que todo forma parte de una conspiración gubernamental o de las élites para erradicar humanos y desestabilizar la economía. Sin embargo, podemos observar que en todos estos intentos de explicar la crisis, hay aspectos metafísicos o que al menos aluden a un poder conspirador e infranqueable. Y la razón pinta a no ser otra más que la de negar responsabilidad y atribuírsela a alguien más, cosa que sin duda es fácil y cómoda.

            No debemos olvidar que en nuestra pequeñez existe cierta cantidad de poder. El virus no solo se propaga por un supuesto dictamen divino y/o de las élites, sino por la irresponsabilidad de la población. Es completamente entendible que personas deban salir del confinamiento, pero eso no exime a nadie de seguir las medidas de sanidad. Entre todos creamos el destino, y es hora de que tengamos el suficiente coraje como para asumir y remediar las consecuencias de nuestras acciones. Tampoco solo es que un chino comió sopa de murciélago. Según la revista Nature y National Geographic, es muy probable que el virus haya sido transmitido de los murciélagos a los pangolines, siendo estos últimos víctimas de una enorme red de tráfico ilegal, donde evidentemente tienen contacto con muchos humanos.

            Estoy completamente consciente que no todos son parte de las causas. Sin embargo, lo que quiero recalcar es que sí tenemos cierto —o bastante— poder e influencia en lo que sucede y sucederá, tanto individual como colectivamente. Ya basta de “lavarse las manos” sin más. Los errores son inevitables, pero la toma de responsabilidad también debe de serlo. Que la aceptación de nuestra pequeñez sea dirigida más a la humildad y no a la comodidad ignorante.