Covid: muerte y silencio

Covid: muerte y silencio

El bulevar Cuauhnáhuac, las avenidas Plan de Ayala y Cuauhtémoc, así como las calles del centro de la capital, fueron un cúmulo de silencio (como un venero aislado en el desierto). El coronavirus, además de muerte, ha propiciado el cautiverio (este día, al menos).

Empero, aún se otean transeúntes en las aceras… En las postrimerías del ocaso, la circulación de las unidades de transporte público cesó. Y, en seguida, una desolación inusitada se hizo perenne en el confín de los aposentos.

Sólo la intuición de la presencia de un primate estrepsirrino endémico -en la citarilla de una casa- ronda el pensamiento. Los felinos dan saltos en las azoteas… Los perros ladran en la madrugada, por su sentido del olfato y el oído.

Los sitios otrora ataviados de hablantes se volvieron glaciales (en esta primavera). El sol estuvo en su cenit. Más afonía… Otros atabales de ostracismo por allá…

A las 17:33 del domingo, la exégesis de Cioran merodea: “Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio, si no fuera por la posibilidad del suicidio, ya me habría matado”.

El silencio es tal, que los bisbiseos de las conversaciones se alcanzan a oír: tenues murmullos en el aire.  

El día de la cruz sólo hizo detonar algunos cohetes. Los festejos se sumergieron en el acantilado de la oscuridad.

El mercado “Adolfo López Mateos” fue un receptáculo de desolación, alrededor de las 17:44. Vallas, cortinas de hierro tapiadas; vigilancia intermitente… el escenario tenía similitud con unas madréporas “insubstanciales”, dijera el bardo Octavio Paz.

El sábado dos fue disímbolo: “parece un día normal”, dijo una persona, que esperaba la ruta 13 (colectivo), a la altura de una plaza comercial, cerca de la colonia “La Selva”, en Cuernavaca. El arroyo vehicular era continuo… La emergencia sanitaria fue eludida; sobremanera, entre el mediodía y la tarde.

Y sobrevino el estrépito de las diferencias faciales. Algunos cubrían la mitad de su faz (boca y nariz). Otros, ensimismados, avanzaban como si el covid-19 fuera una quimera o, como dicen los escépticos, un “invento” de los gobiernos para “exterminar” una porción de la humanidad.

Sobre las 18:09, el parque “Cri Cri” (en las inmediaciones de la central de abastos de la capital) se veía como nunca: ínsula abandonada, donde antes los niños y adultos jugaban basquetbol y balompié.

La “Avenida de los Maestros” parece una estela deshabitada. En cerca de tres minutos de observación… Nadie…

Los semáforos de las arterias viales sincronizaron el destiempo. Los limpiaparabrisas seguían acomodados bajo un árbol, en “El Vergel, como una especie de vigías sin sentido.

El coronavirus ha traído cerca de 32 decesos en el estado. Hay más infectados. Casi todos los habitantes saben de alguien enfermo (consanguíneo, amigo o conocido).

 

Alrededor de las 18:17, el canto de ciertas aves se advierte. Pían por gusto, según la ciencia.

Cuernavaca, en esta porción de dehesa, es un municipio vacío (con la necedad  de quienes salen de casa, como cuando una lepidóptera emerge de una crisálida).