Caricatura Política - La ruda y la técnica

En opinión de Sergio Dorado

Caricatura Política - La ruda y la técnica

            ¿Se acuerda usted de la Arena Isabel? Sí hombre, estaba en la esquina del boulevard Juárez y la calle Abasolo, en el mero corazón de la Guayaba extinta. ¿A poco ya no se acuerda? Ni parece usted paisano, caray. Pero bueno, la ubicación es lo de menos. Aparte usted la mente de la circunstancia de lugar y mejor dediquemos el tiempo a romper con deleite las máximas de H. P. Grice, para entretener así el humor esta tarde de lluvia eterna, ¿le parece? No, tampoco le daré una lección sobre las máximas de Grice, ni lo piense, y por favor no tuerza usted el tema y vayamos al grano; aunque involuntariamente, y ni modo, ya hacemos trizas de la máxima de cantidad con tanta diarrea sin hueso.

            Anoche la recordé. No, no; no a Natalia, carajo, usted siempre con la corrupción de la carne en mente; si sigue así de burdo y el catolicismo acierta en su listado de penitencias amargas, seguro se va usted derechito a sobarle los cuernos al chamuco eternamente. No, no; recordé la Arena Isabel, quise decir, de eso hablamos, ¿no? En el recuerdo, estábamos dos hermanos y yo invitados por la “Changa”, Roberto Becerril, aquél que fue entrenador del Cuernavaca toda la vida. ¿Se acuerda usted de él? Ahí jugaban mis hermanos Marco y Gustavo, pero esa es otra historia.

            Recordé que antes de la tercera llamada, y todavía fuera de la arena, la “Changa” invitó unas patas de pollo fritas yembarradas con limón y chile piquín, y un Jarritode tamarindo para empujar el bolo alimenticio. El entrenador estaba contento por una goliza al Ahuatepec, que ese año la verdad no traía nada enel palmarés municipal que valiera el festejo, pero la “Changa”, quien traía ganas de celebrar, también nos disparó unas habas crocantes y unos plátanos disecados y bañados con lechera, y unos cacahuates japoneses, y un chingo de madres que hoy llaman chatarra, pero que supieron de pocamadre antes de la batalla.

            Ya en las gradas, Gustavo estaba impaciente porque le encantaba la “Caverniculota”, que usaba una máscara como de dragón bajo unas orejas puntiagudas como de asna inflada;era cabrona, eh; o sea, la ruda más anárquica que usted pueda pensar. Mordía, arañaba, pisoteaba y las amonestaciones del réferi le valían absolutamente un pito, por decir lo menos. El reglamento nada más servía de adorno y ponía en riesgo que de pronto, según opinión experta de la “Changa” Becerril, la “Caverniculota” cambiara de destino y le lanzara al juez una voladora asesina con pellizco cabrón hundido en el cartílago de la oreja.

¡Auch!

            Y cómo no, si la “Caverniculota” siempre se echaba sus alipuses antes de subir al cuadrilátero, aunque casi no olía, eh. Ni se le notaba, la verdad; para que no se percatara el referi, dice la “Changa”, mascaba una página de El Regional minutos antes de la batalla; de modo que el aliento le apestaba a tinta más que a pulque de guayaba, que era su predilecto. Por eso, ya con el maguey en las entrañas, embravecía en cuanto subía a la lona; hasta mordía sus propios guantes con el coraje y la impaciencia de una guerrera espartaca que ya le andaba por putear. (¡Gustavo aplaudía feliz!).

            Marco, por su parte, adoraba y amaba a la “Bellalina”, que usaba una máscara de ángel y un babe doll trasparente que dejaba ver una venus perfecta, dotada con una técnica de lucha resbalosita y envidiable, delicada, pues, hasta parecía que Zeus, desde el centro mismo del Olimpo, le dotaballaves preciosas y desconocidas para la Arena Isabel.No hacía aspavientos como la “Caverniculota”; no, la “Bellalina” cuan más ligerita que el aire, como que levitaba en el espacio cuando el rudo monstruo embestía peludo,con el hocico abierto y tirando arañazos a lo pendejo.

            Yo era la primera vez que estaba en una lucha, pero disfrutaba la función bastante entretenido. Una señora detrás de mí, con un bebé en brazos prendido de una chichi enorme, bien habría podido obtener el Nobel en Trompavulario Argentino. “¡Arráncale la concha, mamá, muérdele los pelos, boluda!” –gritaba con un ahínco que yo jamás había escuchado en la vida. Pero era cosa de devolver los ojos al ring donde tenía lugar el verdadero show, ahora que sobre la desilusión mi hermano Marco, la “Caverniculota” le había atinado un zarpazo a la “Bellalina” en el aire; y ésta, con un ala trozada y el ánimo marchito, había ido a dara la lona en cámara lenta, arrojando por el hoyo de la herida las auditorías ocultas del ex mandamás amarillo en el trayecto.

Y Gustavo, extasiado silbaba; y la “Caverniculota”, insaciable y con espuma verduzca en el hocico, aprovechó el instante y se le echó encima a la “Bellalina” como lapa rabiosa, y con una llave indescifrable y un gruñido entre karateca y azteca resonante, la atrapó por la espalda e inmovilizó de la garganta al coxis espetando con furia:

“¡Ahora sí, culera, por qué andas diciendo que soy güevona y peda! ¿Hmm?”