¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel VII

Lina Ma. Pastrana en Cultura

¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo  con  aureola  de  papel VII

Su compadre Humberto comentó entonces: — Lo que me preocupa es que el fulano ya se nos está deteriorando mucho.

A lo que “El Pelón” dijo: — Y eso ¿qué? Recuerdan a la vieja que le dio el ataque, ni siquiera alcanzamos a meterla a la casa, desde que la sacamos de la cajuela ya estaba bien muerta y con todo y eso nos pagaron.

El Azul comentó entonces riendo: — Ni tan vieja, les aseguro que ni siquiera llegaba a los treinta y ¡Claro que nos pagaron!  Porque yo me puse bien abusado.

Humberto dijo entonces: — ¡No! no, así se complica todo. Aquella vez tuvimos suerte. Pero ya ven que salen con sus trastadas de que quieren “pruebas de vida” y no sé cuántas tonterías más.

El Azul le contestó: — Tienes razón tenemos que hacer algo fuerte para que esa gente reaccione. Vamos a mandarles uno o dos  dedos para que vean que va en serio.

A lo que Humberto le dijo - ¡Oye! Pero se nos puede desangrar.

— ¡No seas buey! Nosotros no lo vamos a hacer. Conozco a un Doctor que nos va a ayudar, es más, hoy mismo tiene que venir para acelerar esto. No  podemos seguir perdiendo el tiempo.

Melasio dejó de escuchar ya que ellos comenzaron a hablar más bajo. Pero de pronto el grito de su jefe llamándolo lo hizo dirigirse a la estancia.

— ¡Mira Melasio! Estas son las indicaciones del día. Va a venir otro compañero y tú tienes que abrirle y ayudarlo en todo lo que él te pida.

Melasio preguntó entonces: — ¡Muy bien, yo le abro la puerta, pero  no me han dicho cómo se llama ese señor que va a venir.

El Azul reaccionó molesto y contestó: — A ti no te importa cómo se llama, él va a mencionar mi apodo, lo dejas pasar y punto.

Les hizo entonces una nueva pregunta: — Y ¿A qué hora se presentará la visita?

Su jefe le volvió a contestar golpeado: — A la hora que a él se le dé su gana. Tú debes estar al pendiente todo el día.

Después de darle las instrucciones sus tres compañeros salieron, dejando a Melasio en medio de una tremenda confusión y angustia. Caminaba de un lado al otro de la estancia sin saber qué hacer, el tiempo pasaba y finalmente decidió hacer algo. Entró a la recámara y vio que el prisionero se encontraba realizando sus abdominales como él les decía a esos intentos torpes por ejercitarse.

Le quitó primero la bolsa de la cabeza y comenzó a quitarle la cadena de las manos y después la de los pies.

El hombre asustado le preguntó entonces a Melasio. —¿Qué está pasando? A dónde me llevas.

Melesio le respondió: — ¿Yo? a ningún lado. Tú te vas solo, ya estás grandecito ¿No crees?

Sin entender nada el hombre solo observaba cóo Melasio corría de un lado al otro de la pequeña casa buscando algo. Entró al baño mientras decía: — ¡Mira riquillo! Ve haciendo ejercicios de calentamiento porque estás muy entumido y vas a tener que correr mucho. ¡Ten, ponte estas chanclas!

Sacó unas  viejas sandalias de plástico y se las  entregó al prisionero quien en ese momento le preguntó: — ¡Dime qué está pasando! ¿Por qué haces todo esto?

El contestó sin dejar  de moverse: — Te tienes que ir, porque hoy planean mutilarte. Pero tú decides si quieres quedarte para que te corten los dedos pues hazlo.

Melasio buscó en sus bolsillos y le entregó un boleto del metro mientras le decía: — No tengo dinero, tú sabes que a esta hora no tengo nada pero…

Se dirigió a la cocina y sacó un paquete de cervezas mientras le decía: — Ten este six de cervezas y ofrécelo a algún taxista para que te lleve al metro y de ahí vete a donde tú quieras.

Casi a empujones Melasio sacó al hombre de la casa  pero su nerviosismo se acrecentaba cada vez más. Caminaba de un lado al otro de la sala mientras pensaba: “Me van a matar, ahora sí los jefes me van a matar, pero no podía permitir que le hicieran esa barbaridad al cristiano”.

 

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