Árbol inmóvil - Suicidio
En opinión de Juan Lagunas
La idea de la inexistencia ronda el céfiro, como un celaje inadvertido… Se emancipa en medio de un cúmulo indeseable de actos anodinos (donde la impaciencia despliega su sentina).
“Frívolo y disperso, aficionado en todos los campos, no habré conocido a fondo más que el inconveniente de haber nacido”, expresa Emil Cioran, en El aciago demiurgo. La palabra siempre va adelante del suceso. Por medio de ésta, se solaza la táctica de la muerte deliberada: arrojarse al vacío; asfixiarse; perderse a mar abierto (en las tinieblas desoladas); transportar una ojiva hacia la sien… O dejar que fluya la inanición. Así, el diagnóstico expresaría: “feneció por caquexia”.
¿Cómo subyugar el desvelo de la perplejidad? El cuerpo es susceptible a la nada. La faz, en el resquicio (mujer) antigregario, no tiene sentido. “Aman los puercos”, dice Salvador Novo. El afecto que se instituye en el perímetro es nimio, sí (por un lado); empero, sólo aporta interinidad al ser (muerto, de por sí). El vacío se ensimisma en el alba del ocaso. Y los osarios se atavían de podredumbre (al igual que las intuiciones, que divisan el sepulcro de las insignificancias). Los hipogeos, llenos de tierra, avanzan hacia el subsuelo.
Sobreviene la intranquilidad del padecimiento de la ausencia. El pensamiento atrae a Miguel Hernández, en Me sobra el corazón: “No sé por qué; no sé por qué ni cómo, me perdono la vida cada día…”. Y sigue…
Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
El núcleo sumerge la oscuridad. Las manos cierran una ventana y, casi al mismo tiempo, abren una puerta, en la antesala de la ceguera.
El vate es contumaz:
Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
qué inconformes mis ojos?
Anhelo la trasposición. Parpadear en otro espacio. Acercarme a la habitación contigua y sosegada, en la que deambula, de modo perpetuo, la imperturbabilidad anímica. El sitio del solaz incontable.
¿Sobre la nube oscura aparece el altozano inverosímil? ¿Son mis lágrimas que caen?
Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.
La tarde anterior renueva su presencia. Es otra. Similar a la de mañana y diferente, a la vez. Es la misma. Distinta… no posee las mismas circunstancias; otrosí, es semejante a lo que ocurrió. Cambia, a medida que se profiere… Y se queda incólume, porque emerge de la luz indistinta (siempre idéntica a la primera). El crepúsculo es análogo… Y cismático. Se separa de sí, sin moverse. El movimiento del orbe es una fijeza inextinguible.
La dolencia de “aquella ocasión” dio un giro sobre su eje (sin desplazarse). Entonces, ese llanto fue glacial -dentro del tiempo del desviamiento-.
El poema de Tsurayuki empalma la idea: “Ha de volver ese tiempo, lo sé, mas para mí, que no he de volver, es único este día”. Al volverse “único”, trastorna sus momentos detenidos. Éstos metamorfosean y, sin postergación, permanecen impasibles. (Algo haré, sin tocar los objetos a mi alcance).
CIFRA
El suicidio es un problema de salud pública, según la OMS. Cinco de cada 100 optan por él.
DIPUTADOS
Le rinden pleitesía al interés profano (baladí), que reluce un atajo poluto. La diligencia, en su quehacer -dizque- parlamentario, simboliza el atrevimiento terrenal: “primero yo”. Ya vendrán las erosiones… Justó ahí, con la desesperación en el semblante, se querrán asir a la albardilla de la dádiva insubstancial de la subvención correligionaria.
ZALEMAS
Neruda enciende la escritura caída:
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
¿Y la nombradía del aedo? No debí haber nacido. (¿Hasta el siguiente jueves?).