Árbol inmóvil - El Congreso y su némesis
En opinión de Juan Lagunas
“Per se” o, por trasnochada, la diputada Elsa Delia González, de Morena, se está convirtiendo, de manera tácita, en la figura coloquial del Congreso. Habla y se desdice. Repite esquemas verbales que inundan el oído… de Galimatías. No se expresa con juicios hialinos. Recorre, con la trilogía del hablante (ignorancia, problema físico y metátesis) las oraciones sonoras más sencillas. Bajo ese esquema, recién dijo que este parlamento tiene “mala fama”; se hacen -como en los tiempos de sus antecesores- las “cosas en lo oscurito”.
Lo relevante, estimado lector (y señero; terminantemente único), no es la nula capacidad oral de la congresista, sino la pertinacia del estigma del Poder Legislativo: su punición interna (a cargo de ellos). No necesitan enemistarse con nadie. Los mismos representantes populares se arrojan diatribas y denuestos –como ojivas-. También, como fieles celestinos de la arrítmica petulancia (vituperada), intercambian lisonjas.
Insisto: lo destacado no es eso. Ni lo será, porque en cada órgano que se jacta de ser colegiado persiste ese espertiz.
Por ende, lo que se avecina será un esparcimiento lúgubre de pesadumbres (similar a la relación intrínseca que existe entre el Estado y los medios de información, en una atmósfera kakistocrática). Enlistemos:
- Titular de la Entidad Superior de Auditoría y Fiscalización. Se impondrá la monotonía. No dudemos que emergerá de una influencia “graquista”, como en el caso de la Comisión de Derechos Humanos, en la persona de Raúl Hernández Cruz.
- Ponencia pendiente en el Instituto Morelense de Información Pública y Estadística. Tras el ciclo de Víctor Díaz Vázquez, quien fue acusado –casi al final- por “Morelos rinde cuentas”, de entorpecer los trabajos, no hay visos de nada.
- Pensiones y jubilaciones. No se trata de las denominadas “doradas”, sino del trance que ya se tiene encima (que se encarama en la desmaña del Congreso). Balthus tenía razón.
Tan solo esta tríada de pendientes, va a incidir en la figura del diputado. Basado en eso, recalco: los mismos arrendatarios de “Guillermo Gándara” se degüellan (¿Habrán leído el opúsculo “La gallina degollada”, de Horacio Quiroga?). No hay necesidad de conducirlos a la tripería. Ni de poner alpiste en su mudanza… Solos, como hojas secas en otoño, caen en el agua adusta de la equivocación -elevada al cubo-.
Sobre la línea inevitable del tiempo (como una espiga), una púa enhiesta está por erigirse: la escasez de resultados. Entonces, comenzará la vorágine de pretextos. La misma inercia fatídica, en que se sigue precipitando este conglomerado legislativo, se están blandiendo: A) Las falsas expectativas. B) Las promesas no cumplidas. C) Las acciones concretadas, mas con barruntos de sospecha. D) La influencia externa. Es decir, el gobernador y su insistente precariedad e imposición. Aquí, obvio, no podemos dejar de lado a José Manuel Sanz (jefe de una oficina inventada), el auténtico mandatario, a quien se le atribuyen las decisiones cardinales. E) La prensa. Ésta simboliza el prado más mezquino, porque, por encima de la información, los empresarios privilegian la plusvalía; entonces, la palabra periodística se resquebraja y, casi a la par, se precipita hacia la cuesta de la miseria (el blocao de los badulaques: supuestos fotógrafos, redactores, editorialistas, cronistas y un sinfín de personas ajenas al oficio –aunque se ostenten de pertenecer al gremio-).
CÓNCLAVE TURBIO
La reunión entre poderes, para analizar el tema de la inseguridad, que tuvo verificativo este miércoles, en la sede alterna, en Cataluña, fue un acto ordinario. O menos. Ahí, sólo se dio paso a las iniciativas del Ejecutivo. Seguramente, mientras eso acontecía, alguien estaba siendo asesinado.
ZALEMAS
El llanto se prolonga. Es más que una mácula de moho en la pared aciaga, donde –algunas veces- recargué tu cuerpo (con la impostura de mis brazos), para repetir la escena del estípite tangible: el vacío de hálitos. John Donne (1572-1631), en “Adiós al amor”, metaforiza:
Aunque no me fundaba en prueba alguna,
pensé que había un dios del amor,
por eso le rendía honores y tributos;
como hacen los ateos en el último trance
invocando un poder desconocido
cuyo nombre no saben,
con la misma ignorancia yo imploraba:
así, cuando los hombres apetecen
algo que no conocen todavía,
sus deseos se encargan de fraguarlo,
y según sean éstos, aquel aumenta o mengua.
Hay ateísmo en el afecto inexistente. Sobre la ira del apetito momentáneo, el glóbulo de la luz oscura -de la intemperancia- dispersa pigmentos ilusorios. Son islas indeseables, en las cuales, yacen la muerte y el polvo. Al fin, el coriza se adhiere al silencio de los huesos. El hombre tiende a temblar ante el frío más suave. La vida se acorta, a medida que parpadeas.
(Hasta el próximo jueves…).