Árbol inmóvil - Congreso sin timón

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Congreso sin timón

Este miércoles se tuvo conocimiento de lo siguiente: -desde la Corte- se suspende la “ratificación” de la magistrada Guillermina Jiménez Serafín (en el Tribunal Superior de Justicia, por ocho años más).

En torno a eso, Alejandra Flores Espinoza, presidente de la Junta Política y de Gobierno, expuso: “hicimos lo conveniente”. Este laconismo, si lo analizamos desde una atalaya profunda, habla del titubeo y de la atmósfera de Babel en la que la 54 Legislatura se encuentra… No hay boato en su bajel. El mar proceloso la tiene a la deriva (sin timón).

La mayoría calificada (13 votos), en un primer momento, propició veleidad entre los integrantes del G-13; empero, poco a poco, algunos de éstos han caído en la incertidumbre (como si hubieran hecho algo indebido). La Corte podría prolongar la decisión definitiva; mientras, las huestes del inmueble de “Guillermo Gándara” andarán impertérritas. Total: cuando fenezca su periodo legislativo, algo pasará.

Los ministros tienen la decisión: apegarse a la Ley o a la estridencia jurídica (con andamios indemnes). Trazarían un precedente. Sobre todo, una lección perentoria contra estos parlamentarios que no sirven para mucho (o para NADA). Helos ahí: se agazapan en la oficina de la Presidencia. O en las “casitas” (como se les suele llamar a esos espacios donde privan la corrupción y los acuerdos incontinentes), para tramar sus argucias. Alguien tendrá que poner un alto a tanta ignorancia y disonancia nomotética.

Héctor García (de Morena) también responde con sigilo. Por un lado, espera que el fallo federal sea raudo y, por otro, usa los distractores: atrás del asunto se encuentra la figura del exgobernador del estado, según él. Todo es culpa de Graco. La 54 Legislatura sacia su ira (simulada) y falta de conocimiento en el otrora mandatario; éste, doquiera que esté, se ha de estar riendo hasta con las comisuras (si es que existen) de la boca del estómago.     

            El caso es que no hay dirección ni carta esférica. De ahí la tranquilidad de la disidencia.

            Ah, pero en el año siguiente, a finales, sus pensamientos tenderán a la metamorfosis, con el afán de persuadir a los electores. No obstante, el cambio geo-político es inevitable. La ciudadanía tomará la decisión de recomponer el mapa comicial, a consecuencia de los desaciertos de estos -dizque- representantes populares. Su modo de operación reside en los intereses. A partir de ahí forman alianzas (incluyendo a los medios de información: jinetes del deterioro de la labor reporteril y el vocablo axiomático).

            El paquete financiero será un acuerdo ilegal. Los 13, manipulados por el hermano del gobernador, ya están aleccionados. No se atreverán a contrariar a quien los conduce incesantemente; en otra forma fonética: el que te da de comer. Al destiempo y sus sinuosidades insubstanciales. Congreso lúbrico.

 

ZALEMAS

            La muerte es glacial. Cuando el cuerpo se doblega, ésta se apoltrona en los huesos (como cuando un velero pierde el rumbo). Entonces, no hay forma de emitir algún vocablo. El silencio es angustia e imposibilidad de vida. La palabra sublime se sitúa a la derecha del cuerpo y, por desobediencia, se busca la fuga: el suicidio. La soledad crea un alma lívida.

            El dolor y el subterfugio de la intromisión desunen los vínculos de la vida. Ahora estoy frágil. Mañana, también. En “La belleza y la muerte”, de Víctor Hugo, se siente:

 

La belleza y la muerte son dos cosas profundas,

con tal parte de sombra y de azul que diríanse

dos hermanas terribles a la par que fecundas,

con el mismo secreto, con idéntico enigma.

 

            Son criptográficas. En su contenido, se anidan el desdén y la amargura. Así suele sentirse quien divaga en la memoria de la flor que se marchita en el agua seca. No sirve nada acá… Y sigue:

 

Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,

trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened

luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,

aves hechas de luz en los bosques sombríos.

 

            Al igual que Baudelaire, el rapsoda se desespera y metaforiza con lo que ve: simples cabellos… aves. El derredor es un cúmulo de tristeza. (¿Y el libro de la derecha?) Qué necesidad se expone en el alejamiento de quien dio su vida por mí. No sirvo ni para respirar. (Hasta la próxima. Que el Rapto no dilate).