Un orden no tan nuevo

En opinión de César Daniel Nájera Collado

Un orden no tan nuevo

“El Ur-Fascismo puede volver con las apariencias más inocentes”. Esta sería una de las frases que Umberto Eco sostendría desde su discurso en la Universidad de Columbia hace 25 años, hasta el 2018 en Contra el fascismo. Reflexionando sobre ella, se puede notar una cosa: calificar a alguien como representante de tal ideología se ha convertido en algo muy aventurado e incluso “irresponsable”. Todo porque nos es imposible no compararle con aquel hombre iracundo, de bigote corto, que junto a sus secuaces orquestó uno de los crímenes más grandes contra la humanidad. Sin embargo, en un mundo que ya funciona “por debajo de la mesa”, no es imposible que gobernantes de ciertos tintes aparezcan, por ejemplo, en México. Debo recalcar que, al ubicar a alguien dentro del espectro fascista, no debe hacerse con base en Hitler, sino, en este caso, usando las características descritas por el filósofo italiano. Así que retomaré algunas de las catorce para encontrar, por lo menos, síntomas de fascismo en Andrés Manuel López Obrador, tomando en cuenta que solo sería necesaria una, y que no importan las aparentes contradicciones.

            Hablando de contradicciones, puedo empezar sosteniendo que el presidente es tradicionalista y sincrético. Eso de que la administración actual no tiene ninguna religión predilecta constituye, irónicamente, una falacia no tan escondida. Tan solo hace falta notar los esfuerzos por distribuir la Cartilla Moral escrita por Alfonso Reyes en 1944, donde se enfatiza fuertemente en “el amor al prójimo”. Ojo, no considero que esté “mal”, pero sinceramente, ese concepto me suena de cierto libro. Otro ejemplo puede ser el hecho de que López Obrador recurriera a amuletos para demostrar su protección ante el COVID-19, todo teniendo una clara base en la religión más arraigada a nuestro país: el catolicismo.

            De la anterior proposición surgen las siguientes, que asimismo son parte de las características actuales obradoristas: el rechazo al modernismo y al pensamiento crítico. En cuanto al primer aspecto, lo tomaré meramente como el estancamiento en materia tecnológica y energética, ya que hay tantos ejemplos. Es evidente que el camino progresista que se venía más o menos dando ha visto varias trabas. No solo a través de la cancelación de apoyos económicos a la investigación en materia de ciencia y tecnología, sino también con el enfoque en torno a la obtención de energía a través de hidrocarburos, siendo la Nueva Refinería de Dos Bocas uno de los proyectos estandarte. Con respeto al segundo tema, solo hace falta ver las conferencias matutinas para escuchar las múltiples descalificaciones que el presidente efectúa en contra de medios que expresan puntos críticos.

            ¿Quién podría sostener que el gobierno en turno no busca consensos? Es difícil recordar alguna administración que haya propuesto tantas consultas. Sin embargo, la búsqueda de tales consensos no es para llegar a la justicia, sobre todo en votaciones tan poco reguladas. Estas dinámicas se estructuran como producto del deseo de determinar quién es leal y quién traidor, o en su defecto, quién es “del pueblo sabio” y quién es “fifí”. El último solo representa un intruso. Esto va aunado a notar que también hay fascismo producto del uso de la frustración. Por un lado, un hombre que se vio derrotado en varias ocasiones por personas que considera de la élite, y por ende, corruptas. Y por otro, el llamamiento y aprovechamiento de las personas azotadas por las crisis y el olvido. Aquí se dirige el resentimiento, y se encuentra un enemigo común.

            Solo queda reflexionar si realmente queremos que nos represente alguien así, que ha mostrado todo esto en menos de medio mandato. Tal vez no termine siendo un genocida, pero si está en sus manos, usará y aplastará a quien necesite, sin miramientos.