Epifanía
En opinión de Carlos Morales Cuevas
El ojo erupciona,
arroja sus murmullos sobre tumbas con amnesia.
Sonríen los gusanos muertos.
La invidente sombra busca su reflejo en el charco de la noche,
grazna como dolorida cornucopia desarropada por el miedo.
El viento que anda en volandas,
en su peregrinación de invierno,
llega a las fauces de Cerbero,
depositario de las llaves del misterio.
Colapsa la tarde,
el mar se derrama por el borde de tus manos infinitas,
el viento aletea por sobre las cumbres del silencio.
El reloj de arena marca las seis,
tu aliento copula con mi voz;
la carne de la luna está en llamas.
En el vientre de la noche virgen,
florecen las estrellas.
Las lágrimas del mar se escurren
por entre las dunas del silencio.
Las sombras dibujan su silueta
con el índice en el viento.
Mis ojos vuelan,
extienden sus alas sobre nostalgias y melancolías.