Serpientes y escaleras - La violencia somos todos

En opinión de Eolo Pacheco

Serpientes y escaleras - La violencia somos todos

La mala: Hay muchos muertos todos los días. La peor: ya nos acostumbramos.

 

La violencia somos todos

La historia se repite una y otra vez a lo largo y ancho del país; son días aciagos en los que la sangre derramada forma ríos y deja a su paso a miles de familias en desgracia. “Son los criminales que se están matando entre ellos”, nos dicen desde hace años como una especie de justificación ante la ineficacia de los planes de seguridad. Somos un pueblo violento, pero no inseguro, afirman otros a quienes la torpeza se les refleja en el rostro. La crisis es grande y con múltiples variantes, el problema no es sólo la falta de resultados de un gobierno o la falla de una estrategia, en el fondo está una sociedad indolente que se está deshumanizando día a día.

Para entender las dimensiones de lo que estamos viviendo en México habría que empezar por recapitular lo que han sido los primeros ocho meses del gobierno de Andrés Manuel López obrador y los diez de Cuauhtémoc Blanco Bravo: Según cifras oficiales en los primeros siete meses de 2019 en México han ocurrido 20,135 homicidios en todo el país, con un promedio nacional de 95.8 casos por día; en Morelos llevamos 1,023 muertes violentas, lo que significa que cada día de este 2019 han muerto poco más de 4 personas.

Pongámoslo en perspectiva: en el mismo periodo del 2018 se reportaron 19,335 víctimas de homicidio; el año pasado se confirmó como el más violento al presentar el mayor número de homicidios en la historia del país, por lo que de seguir la tendencia este 2019 superaría ese registro histórico. En Morelos vamos por el mismo camino, pues en todo el 2018 hubo 855 muertes violentas, es decir, 166 menos que en los primeros 8 meses del 2019.

Aquí es donde cabe analizar otras variables: ¿El problema es solo la estrategia de seguridad? Lo más fácil en cualquier análisis es echar la culpa al gobierno, a sus planes, a las estrategias, a la forma de operar y por supuesto a quienes se encuentran al frente de las instituciones. Y no falta razón a quienes se mantienen en esta única hipótesis: el trabajo de la autoridad es sustantivo para que las cosas mejoren y eso camina por la obligada coordinación que debe existir en los tres niveles de gobierno y los tres poderes del estado.

Pero qué tal si por un momento volteamos a ver lo que ocurre en nuestro entorno y la manera como la violencia se ha convertido en una cultura que se promueve en todos lados, desde los juguetes y los juegos para niños, hasta las narcoseries que tanto éxito han tenido en todos los sectores de la población.

La violencia que vivimos se ha convertido en un problema cultural en donde no solo tiene que ver una autoridad y un plan de gobierno, sino una sociedad que se ha acostumbrado al crimen, que reclama los delitos, pero recurrentemente evade la ley o normaliza lo irregular. Veámoslo a partir de esta expresión: ¡Hágase la ley… pero en los bueyes de mi compadre!”

Lo que estamos viviendo en México no es sólo consecuencia del mal trabajo de un gobierno y la complicidad de algunas autoridades con la delincuencia; en este plano aparecen también aquellos ciudadanos que no respetan la ley, que no respetan la autoridad y que exigen justicia siempre y cuando no se aplique a ellos.

Ahí están los cada vez más constantes casos en donde un grupo de personas agrede al ejército o a los policías, los ciudadanos que con un teléfono celular y una conexión a internet se sienten capaces de enfrentar a cualquier funcionario y no tienen empacho para actuar de manera violenta aún cuando saben que están haciendo algo que no es correcto.

Las redes sociales se han convertido en un instrumento que permite a cualquier persona enfrentar a una autoridad y muchas veces (como en los casos del ejército) sobajar a quienes tienen la difícil tarea de enfrentar al crimen, pero también recibieron la orden de no responder a ninguna agresión. En México pasamos de los casos en los que veíamos a los soldados utilizar la fuerza excesiva a tener hoy un ejército vulnerable porque es incapaz de repeler cualquier agresión.

Estamos en un momento muy complicado como sociedad, porque en la lucha por los derechos humanos, la igualdad y la tolerancia hemos llevado las cosas al extremo y estamos normalizando lo anormal. Por supuesto que se tenía que poner un alto a los excesos de los uniformados que lastimaban a los ciudadanos, pero nos fuimos al otro extremo y ahora es el ciudadano el que embiste a la autoridad. ¿No somos capaces de encontrar un punto medio?

Y luego están los múltiples casos en los que la sociedad se vuelve cómplice inconsciente de los criminales, porque somos insensibles al problema, nos deshumanizamos ante la desgracia de los demás y únicamente reaccionamos cuando el golpe nos llega directo. El número de personas que han perdido la vida en este 2019 es alarmante, pero parece que todos nos hemos acostumbrado ya a que así son las cosas y a que se pondrán peor.

En las redes sociales y en los chats telefónicos se ha vuelto común compartir videos en donde se asesinan y mutilan personas, donde alguien enfrenta a una autoridad, los mensajes que se dejan los grupos criminales y las imágenes de los hechos violentos que todos los días ocurren en el país; incluso a muchos les resulta simpático observar a niños portando armas largas y profiriendo amenazas a otros grupos delictivos. Son hechos muy graves que sin embargo se han normalizado y se volvieron comunes en nuestra vida diaria.

El problema de violencia e inseguridad en el país es sumamente grave y ha rebasado al gobierno. No hay forma de que cualquier autoridad pueda remediar esta situación cuando la sociedad se volvió portavoz de la tragedia y se acostumbró a vivir entre sangre.

A todos nos preocupa la situación que vivimos, todos le exigimos al gobierno que de resultados y a los policías y a los soldados que enfrenten con más firmeza a la delincuencia organizada, sin detenernos a pensar que quienes portan uniforme también tienen familia y sienten miedo.

Por otro lado hemos hecho de la muerte algo cotidiano, nos insensibilizamos ante el dolor de los demás y cada que podemos, nos enfrentamos a la autoridad por cualquier falta de tránsito, presumiéndolo como un acto heroico en las redes sociales.

Conclusión: queremos que las cosas cambien, pero no queremos cambiar nosotros.

  • posdata

El alcalde de Cuernavaca ha decidido entrarle al toro por los cuernos y luego de una serie de desafortunados desencuentros con pobladores del ejido de Acapantzingo anuncia que pondrá orden. Bravo.

Por muchos años esa zona de la ciudad se ha manejado en la anarquía, sin control y en una especie de feudo que maneja el comisariado ejidal y en donde muchos ciudadanos se ha convertido en rehenes de las pugnas que trienio tras trienio sostienen los ejidatarios y las autoridades municipales.

La descomposición que hay en esa parte del municipio es muy grave: ahí han ocurrido muchos asesinatos, se le conoce como un corredor para el trasiego y venta de drogas, incluyendo lugares en donde se promueve la prostitución. Con todo ello vivir o transitar por ahí se ha vuelto peligroso para todos, porque se entiende que es un lugar poco vigilado por las autoridades y en donde la voz cantante la llevan muchas veces los ejidatarios.

Poner orden en el lugar es una medida plausible del alcalde Villalobos, pero para que lo logre necesita mucho más que su autoridad como presidente municipal; si lo que se cuenta es verdad, en ese lugar ocurren cosas muy peligrosas que rebasan su ámbito. No quiero de ninguna manera decir con esto que los ejidatarios tienen algún tipo de vínculo con la delincuencia (eso no lo se), pero es evidente que la anarquía que prevalece da pie para que sucedan muchas cosas.

Antonio Villalobos Adán debe medir bien los pasos que va a dar porque se está metiendo en las fauces del lobo (uno que de verdad muerde), necesita forzosamente el acompañamiento de autoridades estatales y federales y tiene que definir muy bien a qué se refiere con meter orden y qué es exactamente lo que piensa hacer.

El punto en esta crisis mediática que enfrenta a la comunidad con el ayuntamiento es uno y es muy concreto, y ahí se debe enfocar el edil; es importante regular el funcionamiento legal de la zona, dejar claro que sólo el ayuntamiento está facultado para expedir cualquier tipo de licencias y liberar de una vez por todas al recinto ferial. Pero en cada paso que el munícipe de es fundamental que recuerde que es una autoridad municipal y su actuación debe circunscribirse a ese  espacio, porque si no lo hace las acciones que emprenda le resultarán contraproducentes.

El presidente municipal de Cuernavaca necesita ir con pies de plomo no solo en lo que se refiere a su pleito con los ejidatarios de Acapantzingo, es momento de que voltee a ver lo que ocurre en su gabinete, ponga orden en su equipo y defina un rumbo y un objetivo.

Dicen que Antonio Villalobos no es mala persona, pero para gobernar se requiere de capacidad, conocimiento, experiencia y equipo, además de un cuerpo de asesores que lo ayude y no solo se la pase adulándolo. En este último punto el presidente municipal necesita ayuda urgente.

  • nota

Tania Valentina ha perdido fuerza en el congreso y de coordinar una bancada de 5 integrantes, ahora sólo quedan ella y la diputada Erika García. Ni la perversa (y obsoleta) asesoría de Javier López le ha permitido mantener cohesionado a un grupo que podría en algún tiempo quedar reducido a fracción parlamentaria.

Han sido los propios errores de la petista los que la han llevado a esta situación; su falta de confiabilidad, sus ambiciones y su espíritu traicionero hoy tienen consecuencias.

Recordemos: primero se acercó y convenció al gobernador y luego le dio una puñalada por la espalda. El tiempo y las diputadas decidirán el futuro parlamentario de la representante del Partido del Trabajo.

  • post it

Hace unos días un grupo de Presidentes Municipales acudieron a San Lázaro a buscar a los diputados para pedirles dinero para sus municipios; solo algunos llevaron proyectos, pero todos iban convencidos que el camino era simple: ir y pedir. Obviamente los batearon, porque ese ya no es el camino.

La administración del presidente López Obrador modificó las reglas de operación para los diputados y les quitó la facultad de gestionar recursos para sus municipios (el conocido fondo para moches), que representó por muchos años una mina de oro para legisladores que bajaban obra, pero se llevaban un porcentaje de cada peso que gestionaban; Maricela Velázquez y Matías Nazario son un claro ejemplo de ello.

Por esta razón hoy los diputados no regresan a sus distritos, porque ya no tienen la facultad legal para obtener recursos; la lógica presidencial de acabar con la corrupción  legislativa ha funcionado, pero hasta ahora no han definido otro camino para que los ayuntamientos reciban dinero federal para obra y proyectos.

Veámoslo de esta manera: sin capacidad de gestión económica los diputados federales solo tienen la tarea de legislar, pero la gran mayoría de ellos no sabe de que se trata eso y simplemente acuden a la cámara a calentar la silla y a cobrar. Así están todos los diputados federales que representan a Morelos.

En los municipios es evidente la desesperación porque tienen que maniobrar con recursos propios, sin apoyo estatal, sin dinero federal y con muchísimas deudas que les heredaron; el 2019 se está yendo sin ayuda y lo grave es que ningún edil parece entender qué debe hacer para que el próximo año (preelectoral, por cierto) sea diferente y reciban ayuda.

Lo que hagan o dejen de hacer los ediles en los próximos meses antes de que se aprueben los paquetes económicos federal y estatal será determinante para el ejercicio 2020. Y lo cobrarán o lo pagarán en las urnas.

  • redes sociales

¿Qué hay detrás del desmarque del gobernador Cuauhtémoc Blanco del director del IDEFOMM Enrique Alonso Plascencia?

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