Secreto a voces - La segunda Independencia

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - La segunda Independencia

Edward Said en su texto Orientalism explica que la maquinara económica de las naciones ricas estaba y está asociada a regímenes de verdad, de saber/poder como diría Fouacault, nos dice Jorge Blanco (ver: https://www.academia.edu/31807838/Colonialidad_del_poder_y_violencia_epist%C3%A9mica_en_Am%C3%A9rica_Latina?email_work_card=title). Estas formas de poder/saber son maquinarias creadas con el fin de conceptualizar al otro, al que se encuentra fuera de los límites del lugar en donde de acuerdo a esas narrativas todo empieza y también termina: Europa y Estados Unidos. Más allá de los límites geopolíticos de Europa y EU es el lugar en donde habita lo exótico, así como el “buen salvaje”. El proyecto civilizador, dice Césaire (también citado por Blanco), termina en el embrutecimiento del civilizador, en el ejercicio de su brutal acción civilizatoria, concluye por convertirse en algo peor que un animal con guerras, exterminios e invasiones.

El colonialismo moderno descrito por Anibal Quijano (http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20140507042402/eje3-8.pdf), al que también cita Jorge Blanco, crea un concepto que va a superar lo establecido por las teorías de la dependencia. Se trata de una forma de clasificación mundial que coloca a las naciones ricas sobre el resto a partir de criterios de raza. El primer rasgo que destaca Quijano es la diferenciación biológica de la población mundial, de la que deriva una supuesta inferioridad de unos con respecto a Europa y la población blanca. Los diferenciales fenotípicos se convirtieron en jerarquías de razas. En el lenguaje común y corriente las diferencias que asignaban procedencia terminaron por inducir sentidos raciales, no conocidos en el pasado. De tal suerte que pertenecer a América y particularmente a Latinoamérica implica no solamente un lugar dentro de la geografía sino también un punto en donde se encuentra habitando un segmento de la población mundial inferior y que cumple una función mundial, que implicó la gran transformación que lleva a cabo la globalización como lo es el traslado de ciertas actividades económicas a los pueblos periféricos en donde se encuentra la mano de obra barata.

El blanco y el negro en el espacio estadounidense en donde dice Quijano empezó el colonialismo moderno, la población blanca se distinguió de los esclavos, los negros. A través de la conversión en raza de las poblaciones se estableció un patrón de poder en donde los conquistados eran aquellos que poseían una tez diferente a la blanca, legitimando ese tipo de relación jerárquica entre las naciones eurocentradas y EU y la periferia. Poco a poco se fue tejiendo una subjetividad entre los inferiores y los superiores, dice Quijano y agrega que con el tiempo se impuso a nivel mundial una forma de clasificación que dio por resultado asociar el color de la piel con una determinada región, encubriendo “una cuasi exclusiva asociación de la blanquitud social con el salario y por supuesto con los puestos de mando de la administración colonial” (p. 782), lo que implicó una división mundial del trabajo en donde las naciones de población blanca determinaron la geografía socioeconómica del capitalismo. De esta manera, Europa se asignó el derecho de distribuir identidades.

Dice Quijano: “En efecto, todas las experiencias, historias, recursos y productos culturales, terminaron también articulados en un sólo orden cultural global en torno de la hegemonía europea u occidental. En otros términos, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa también concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la producción del conocimiento” (p. 787). De esa manera se colonizaron las diversas maneras de cognitivas de crear sentido al mundo y a las formas de conocimiento.

La colonialidad del poder fue creada de ese modo. Una manera muy particular de concebir el poder entendiéndolo como un saber/poder que emerge a partir de que se crea una visión del mundo sustentada en la racialización de la población sujeta a determinadas geografías políticas (centro-periferia), y en donde el único poder creador de saber y conocimiento se encuentra ubicado en Europa en donde, bajo su lógica, es el origen de todo y donde todo termina. Lo demás es lo de menos. Ese es el epicentro constituyente de la colonialidad del poder que no se limita única y exclusivamente a los aspectos económicos ni a las estructuras de poder locales en donde esas fuerzas encuentran o cuentan con un aparato local reproductor de dicha colonialidad del poder, pues se benefician de las condiciones creadas tanto subjetiva como materialmente hablando. Y en México vaya que si eso ocurre.

De acuerdo a lo anterior, de manera contundente Quijano expone sobre los aspectos trágicos de la colonialidad del poder, entendidos como un dominio de las subjetividades en donde aparte de debilitar las cosmovisiones locales se nos impone una que no es la nuestra sino la de Europa o del Sueño Americano: “Aquí la tragedia es que todos hemos sido conducidos, sabiéndolo o no, queriéndolo o no, a ver y aceptar aquella imagen como nuestra y como perteneciente a nosotros solamente. De esa manera seguimos siendo lo que no somos. Y como resultado no podemos nunca identificar nuestros verdaderos problemas, mucho menos resolverlos, a no ser de una manera parcial y distorsionada”. Al respecto añade Jorge Blanco que la creación de subjetividades no es una simple creencia sin vínculos con la explotación y la apropiación de recursos, sino que se trata de un tipo de conocimiento legitimador de lo económico, lo social y lo político de la colonialidad del poder.

Los pueblos fueron incorporados al mundo que no es su mundo. Aprendieron a crear un saber y un conocimiento que nos fue impuesto. De tal manera que imaginamos nuestro futuro, pero sostenido por un pensamiento e ideas que no son necesariamente las nuestras porque nuestro mundo quedó enterrado por el  saber de la colonialidad. La manera en que se crea el saber en general, la ciencia, el método, las metodologías, constituyen los rostros del positivismo, tan ajeno porque está hecho para otras latitudes, otras mujeres y hombres. Lo trágico es que lo reproducimos con una normalidad que impacta. El mismo profesor Jalife ha insistido en la existencia de acuerdos y tratados que de manera histórica han limitado la creación de una ciencia propia, lo que nos hace dependientes de EU y de Europa. El punto es que, aunque, efectivamente, en mi opinión le asiste la razón en este punto, igualmente vivimos en un mundo dominado por la colonialidad del poder en donde nuestra manera de pensar y crear saber es una forma de saber/poder.

Aquí es donde se justifica la necesaria Segunda Independencia, empujar más allá del lugar en donde la dejó la primera generación de independentistas que nos heredó la colonialidad del saber, como poder eurocentrado y ampliado a EU.