Secreto a voces - Hambre y poder

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - Hambre y poder

Se sostiene que el hambre con la que viven miles de millones de personas (según el método que se utilice para contabilizarlos) es resultado de actos de poder y no de falta de alimentos y quien tenga duda que vaya a cualquier mercado, tienda o supermercado, transnacional de alimentos, alimentos chatarra, etcétera. Esto se oculta por narrativas que utilizando a la ciencia, líderes de opinión, científicos o a instituciones mundiales o locales o cuanto medio les sea útil para ello, niegan que el problema es: distribución inequitativa con fines de poder y dominio, abriendo paso a la hipocresía: la caridad.

El saber occidental es muy potente en este aspecto, es decir, nos ha llenado de ideas que apuntan a la desconexión hambre y poder o a su unión justificadora. Y para ello han recurrido a la “prestigio” de su propia ciencia que nosotros, en la periferia del sistema mundo colonial hemos interiorizado, infelizmente como ha ocurrido a pesar de que se ha regado la sangre de miles de mujeres y hombres por lograr nuestra independencia. Misma que dejó vacíos culturales que nos dominan no obstante tantos sacrificios hechos por nuestros antepasados. Veamos.

Tener hambre es un suceso que ha sido descrito en general como un efecto de procesos biológicos que ocurren al interior del organismo, ante la falta de ingesta de alimentos que se encuentran en el exterior del organismo humano. Aunque la respuesta tiene que ver con la cultura alimentaria de cada pueblo, es decir, tipo de alimentación, horarios de consumo de alimentos, características de preparación de los mismos, entre otros factores, lo cierto es que se deben consumir alimentos cada determinado tiempo para mantener al cuerpo normalizado, en paz.

Estudiosos del fenómeno, por ejemplo Freud, sugirió que este hecho tan simple, el satisfacer el hambre, era el origen de un instinto de muerte que se aloja en las profundidades del ser humano asociado a su existencia: para que la liga cuya tensión nos “jala” hacia lo inorgánico, hacia la muerte, los seres vivos actúan en el mundo exterior logrando que la tensión de la liga se incline, temporalmente, hacia el otro lado, hacia la vida, y eso únicamente puede ocurrir mediante el desarrollo de un instinto de muerte para poder sobrevivir: comer.

Una buena parte del fundamento freudiano tiene que ver con las teorías darwinianas de sobrevivencia del más fuerte, que debió haber conocido. Como se sabe la selección natural de acuerdo a Darwin tiene que ver con la disputa que se da por los alimentos en un escenario natural. Sobreviven aquellas especies que logran imponerse en esa disputa, incorporando a su organismo con el paso de miles de años un conjunto de habilidades que se traducen en órganos que le dan ventaja sobre aquellos con quien compite por el territorio y no logran adaptarse.

Todas estas teorías forman parte de esa explicación del hambre que desconecta la necesidad de comer con el poder o lo conecta, pero justificando la existencia de esa conexión como algo “natural”. Tales ideas han tenido una influencia social muy potente porque algunas de ellas han servido para justificar la existencia de actos de segmentos de la humanidad, las ahora llamadas élites, que han encontrado en esas teorías una justificación indebida de su actuar puesto que sus acciones no son simples actos cualquiera sino tremendos actos de injusticia contra la humanidad.

Ideológicamente, hambre y satisfacción del hambre se entiende en la cultura occidental como un acto de disciplina y en caso de violar la norma conlleva a un castigo. Que en este caso no es cualquier castigo, conduce a la Caída, el arribo del hombre y la mujer a la tierra, estigmatizados, sometidos a ganarse el “pan” con el sudor de su frente, esclavizados en la lógica de las sociedades jerárquicas que existen. En la religión judeo-católica, la expulsión de Adán y Eva del paraíso ocurre no solo por comer del fruto prohibido, sino desafiar a la autoridad divina.  

Este hecho fue parte de la comicidad de hace años de la televisión mexicana, que normalizó el fenómeno. En un programa de “Los Polivoces”, aparecía un boticario (así se llamaba a los encargados de farmacias hace unas décadas) y ante este responsable de farmacia llegaba un hombre y le decía que tenía un dolor en su estómago o le decía que ese dolor venía del estómago. La respuesta del encargado era tomar una bolsa de papel en donde se supone que en su interior venía una torta y así se resolvía el acto de hambre, dolor, normalización y comicidad.

La cara del hambre, a la que conduce toda esta narrativa occidental, es aquella que indica el título de la obra de Fanon: “Los condenados de la tierra”. A los que los cesares del imperio romano les ofrecían “pan y circo” con el fin de mantener al pueblo entretenido porque el imperio no era para todos; las prácticas de autoflagelación del medioevo para purificar el cuerpo de los pecados terrenales ante la falta de alimentos porque el mediterráneo estaba tomado por los árabes; los millones que conforman el ejército de desempleados del capitalismo con el fin desestimular la protesta de los que cuentan con trabajo.

En la actualidad, los miles de millones de seres humanos con hambre como resultado de las políticas neoliberales que se aplicaron en el mundo: el desempleo, los bajos salarios, la aplicación de tecnologías ahorradoras de mano de obra, la eliminación de instituciones protectoras del bienestar social, la reducción del presupuesto que impuso la banca mundial a las naciones con el fin de ahorrar para pagar las deudas, su impacto entre los segmentos de la población con menos ingresos, la eliminación de aranceles para permitir la competencia desleal de los productos elaborados en las naciones desarrolladas.

Pero sobre todo, como ocurre con China y la India (con casi la mitad de la humanidad en sus territorios), pero también en otras naciones eufemísticamente llamadas “emergentes”, el banquete del capital ante el escenario que creó previamente: seres humanos predispuestos a entregarse al que mejor le oferte un empleo o un salario cualquiera, dispuestos a meterse en socavones presentados como minas, sin prestaciones sociales, arriesgando su vida con el fin de contar con un poco de dinero para no morir acicateados por el hambre.

El capital reaparece como el gran salvador de los hambrientos, de los modernos tántalos del mundo contemporáneo, en donde la caridad es la otra cara de la hipocresía.