Punto Kairo - Las manos que nos tocan: Raquel

En opinión de Juan Salvador Nambo

Punto Kairo - Las manos que nos tocan: Raquel

Ella no lo sabe, pero fue parte importante en mi vida. En mi hombría para ser sincero. Ella se hacía llamar Raquel y era una cantinera, la más hermosa, una belleza de cantina. Llegamos al bar luego de pasar unos tragos a los Limones, el único bar (se dice familiar) que queda desde que comenzaron a cobrar piso en la zona sur de Morelos.

Comenzamos en Alpuyeca y terminamos en Tetecala pasando por la Laguna de Coatetelco. El camino en auto es bastante amable, sin baches, quizá por la presencia de la academia de policía, con paisajes rurales que en tiempo de lluvias muestran un verdor intenso entre pequeñas casas. También se ve la laguna del Rodeo y la Hacienda de Tetecala que, afirman, perteneció a capo de la droga de los años 90.

Uno debe tener cuidado especialmente de noche por la presencia de ganado en la carretera, afortunadamente comenzamos nuestro viaje desde las dos de la tarde y eso nos permitió andar sin problema. A las cuatro llegamos al bar, no tenía nombre, parecía más bien a una casa rústica, casi en obra negra, con estacionamiento.

Se escuchaba música a todo volumen. Adentro había cinco mesas de plástico con cuatro sillas cada una y un par de ellas ocupadas por chicas y clientes. En un pequeño espacio dedicado al baile estaba ella, bailando sola, tenía un pantalón café ajustado y una blusa de tirantes roja, era de tez blanca, delgada y risueña, todo el tiempo reía y yo no podía dejar de verla.

Mi compañero, un hombre de mediana edad, sabía del lugar, fue bastante bien recibido, le ofrecieron una cerveza, la mesera se sentó en sus piernas y casi de inmediato comenzó a besarlo. Mi instinto dictaba ir hacia aquella mujer de menos de 20 años, así que me atreví, le invité una cerveza y comenzamos a platicar, ese diálogo duró menos de cinco minutos, pues al ver que aquellos se comían a besos, nosotros comenzamos a hacer lo mismo.

Mucho se ha hablado de la zona roja de la zona sur (si no ahorita, lo haremos después en otra crónica), pero este no era un sitio similar, aunque había un cuarto donde podías estar con alguna de las meseras, solo el tiempo que duraras y con protección, como ellas afirmaban y con un costo de 500 pesos.

En el modular que sonaba a todo volumen se escuchaba “Casi te envidio” de Andy Montañez, Raquel y yo nos paramos casi por inercia y comenzamos a bailar, cuando coincides en el ritmo de alguien es muy sencillo perderte en la música, en los pasos y en las caricias que te ofrece tu pareja. Fue en ese momento donde le pregunté el nombre, solo me dijo Raquel y esta vez, en cada vuelta, reía para mí, juro que lo hacía.

Ahora les contaré porque ella me devolvió la hombría. Para entonces llevaba más de tres años separados y un par de relaciones fallidas, así que el hecho de estar con alguien de forma sentimental ni siquiera pasaba por mi cabeza, pero sí añoraba estar con una mujer, especialmente con alguien que me hiciera temblar de deseo y ella lo era, con unos cuantos besos y la ida al cuartucho fue suficiente para darme cuenta de que ella era lo que necesitaba para recuperarme de aquellos fracasos.

Terminamos nuestra estancia tres horas después, ya oscureciendo, el lugar se había llenado de lugareños y había más mujeres, ninguna como Raquel. Intercambiamos teléfonos, nos dimos un último beso y mi amigo y yo nos fuimos directo a Tetecala, a un club nocturno, un table dance que ahora tampoco existe.

Era demasiado temprano, el ambiente comenzaba a medianoche, nos decían. De cualquier modo, dos mujeres se acercaron, eran bailarinas, tenían poca ropa e intentaban hablar de cualquier cosa, mi compañero de nuevo terminó besando a la chica y yo aún no me explico cómo mi acompañante acabó hablando sobre su marido y sus infidelidades. Lloró conmigo. La música era disco y la variedad comenzó después de las 11, pero nada de lo que pasaba ahí fue tan mágico como horas antes. Quizá tenía que ver que yo era el conductor designado y no podía excederme en la bebida, quizá también porque buscaba algo más, quizá ya estaba cansado, no lo sé.

Salimos a las dos de la mañana. Llevé a mi amigo a casa y yo manejé a Cuernavaca. Aún sigo pensando que al regresar de ese viaje yo no era el mismo. Que lo que me había quitado mis ex me lo regresó aquella mesera, a la que escribí un par de veces por WhatsApp y luego me bloqueó. Agradezco que dos solterones hubiesemos terminado de esa manera y no de otra, especialmente considerando que en ambos lugares había hombres vestidos de mujeres y que en los Limones nadie quiso bailar con nosotros.

 

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