Política y mujeres. ¿Actividad de alto riego?
En opinión de Aura Hernández
“No me gustan las mujeres que, cuando mandan, se vuelven patriarcales. Y la mayoría lo hace”
Nawal al Saadawi
La semana pasada, citando a Émile Zola, escribí aquí, a propósito de las crisis subsecuentes en el Congreso del estado, que no soy optimista, pero me gustaría serlo. Escribí también que el derecho al optimismo nos debería ser garantizado por el Estado y sus agencias, pues creo que una sociedad optimista, es una sociedad con esperanzas, con proyectos, una sociedad cuyos miembros pueden aspirar a vivir lo más cercano que se pueda a la felicidad.
La mayoría de los revolucionarios en la historiade nuestro país, pasando por el cura Hidalgo, Pancho Villa y hasta Rubén Jaramillo, reivindicaban en sus planes programáticos como un postulado importante, la búsqueda de la felicidad. Los revolucionarios vendrían a ser, en esa lógica, los exponentes del disfrute de ese derecho al optimismo del que hablamos aquí la semana pasada. De otra manera no se entendería su decisión de arriesgar la vida para transformar el mundo. ¡El optimismo mueve al mundo!
A propósito del derecho al optimismo, desconozco si ese sentimiento de desesperanza que albergamos muchos ciudadanos de pie en la actualidad sea un sentimiento inherente a la raza humana, que ha gastado una buena parte de su historia en guerras y autodestrucción o, verdaderamente sea este el peor momento en la historia de la humanidad.
“Somos malos”, me dijo mi amiga Minerva el día 5 de octubre un poco antes de las 6 de tarde cuando comentábamos la situación postpandemia de la sociedad, no solo en Morelos, sino en México y en el mundo entero, pues ambas coincidíamos en la creencia de que la experiencia pandémica nos haría mejores personas y la realidad nos ha contradicho con creces.
El asesinato de la diputada Gabriela Marín, es uno de los hechos que afectan nuestro derecho al optimismo. Pues, de haber estado cerca de la farmacia en la fue sacrificada, nuestras reflexiones se habrían confundido con el ruido de las detonaciones del arma del sicario que le quitó la vida. Ahora unos días después pienso que nuestra voz sonó casi al unísono de las balas que confirmaron la sabía sentencia de mi amiga: “somos malos”.
No conozco nada de la diputada Marín, aparte de lo que han dicho de ella los medios de comunicación y las redes sociales, pero comparto con sus cercanos la indignación por su feminicidio. Pues creo que Gabriela murió por ser mujer y porque la política ha llegado a ser para muchas mujeres un oficio de alto riesgo.
Y no solo por la violencia en razón de género, sino porque las condiciones de seguridad ciudadana nos han confinado al encierro en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros autos, y a quienes no tienen esos privilegios, a vivir en un riesgo permanente por trabajar, por estudiar, por tener esparcimiento… por vivir. Y peor aun cuando prevalece en nuestra cultura la idea de que la perspectiva de género es una sin razón.
Sin embargo, las cifras desmienten esas creencias. De acuerdo con el informe Violencia de género con armas de fuego en México, 6 de cada 10 asesinatos de mujeres son cometidos con arma de fuego y en vía pública.
Mientras que el Instituto Nacional de las Mujeres (INM) señala que “en los últimos años, la ocurrencia de presuntos homicidios de mujeres efectuados en la vía pública pasó del 30.4% en 2008 al 48.7% en 2012, y para 2020 descendió al 39.5%, esto limita el pleno disfrute del espacio público”.
Según estadísticas de la Secretaría de Gobernación, el 86 por ciento del territorio del país está bajo la alerta de género en 22 estados de la República sin que ese mecanismo haya, hasta ahora, demostrado su eficacia, pues los feminicidios se incrementaron de 9 por ciento a 11.5 por ciento en los últimos años, según cifras de Naciones Unidas (ONU).
El caso de la diputada Marín, no es más importante que la ninguna otra mujer ultimada por razones de género o por cualquier otra razón, pero si visibiliza las violencias de género por tratarse de personaje público, cuyo asesinato podría tener origen en su condición de género.
Y, sobre todo, porque pone en la palestra la discusión sobre la descomposición política que padece el estado de Morelos. Esperamos que este caso, ni ningún otro pasen a engrosar las cifras de la impunidad y que la exposición mediática le siga el silencio y la complicidad.