Morelos: entre balas y urnas
En opinión de Tania Jasso Blancas
Sin lugar a dudas, Morelos se encuentra inmerso en una vorágine de violencia electoral que, lejos de ser un fenómeno aislado, refleja una triste realidad que se extiende por diversos rincones del país. Los datos son escalofriantes: durante el primer mes del año 2024, este estado, junto con Guerrero y Guanajuato, acaparó la atención debido a una serie de eventos violentos que empañan el proceso democrático.
La cifra de por lo menos 36 eventos relacionados con la violencia electoral en todo México durante solo el mes de enero no es solo una estadística fría, es el reflejo de vidas truncadas, sueños pulverizados y una democracia que se tambalea ante la embestida de intereses oscuros. Pero, ¿quiénes son las víctimas de esta violencia? No discriminan por género ni por afiliación política. La sangre derramada no distingue entre partidos, sino que mancha por igual a candidatos opositores y aquellos vinculados al partido en el poder. Es un flagelo que golpea indiscriminadamente, cobrando la vida de mujeres y hombres por igual, borrando de un plumazo las aspiraciones de quienes se atreven a desafiar el statu quo.
Morelos, tierra de historia y cultura, hoy se ve ensombrecida por la sombra de la violencia. Siete ataques dirigidos contra precandidatos y funcionarios estatales en un solo mes es una señal inequívoca de que algo está profundamente descompuesto en el tejido social. El asesinato de Alfredo Giovanni Lezama Barrera, precandidato del PAN a una diputación federal, es solo uno de los muchos episodios macabros que han sacudido a la entidad. La violencia no se detiene ante nada, atacando incluso a familiares de funcionarios y sembrando el terror en aquellos que se atreven a alzar la voz en favor de una causa política.
Pero este no es un mal exclusivo de Morelos. A lo largo del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, México ha sido testigo de un preocupante incremento en la violencia electoral. Más de 1600 ataques, asesinatos, atentados y amenazas han ensombrecido el panorama político del país, sembrando el miedo y la desconfianza en el corazón de la democracia. Y aunque los números hablan por sí solos, detrás de cada estadística se esconde una tragedia humana, un rostro, una familia destrozada por la barbarie.
La impunidad que rodea estos crímenes es un insulto a la justicia y un golpe a la esperanza de un futuro más justo y equitativo. La violencia electoral no solo socava los cimientos de nuestra democracia, sino que también reduce las opciones del electorado y ahoga la voz de aquellos que buscan un cambio real en el país. Es hora de que las autoridades tomen cartas en el asunto y pongan fin a esta espiral de violencia que amenaza con devorar el alma misma de México.
La historia nos enseña que el precio de la libertad es la vigilancia constante. Hoy, más que nunca, debemos permanecer alerta y levantar la voz contra la injusticia y la violencia. Porque solo juntos, como sociedad, podremos construir un país donde la democracia sea más que una palabra vacía, donde cada voz sea escuchada y cada vida respetada. El futuro de México depende de ello.