Juego de manos - Los que sean, hombre, no hay ningún problema
En opinión de Diego Pacheco
En el México de hoy, son pocos los hechos violentos que logran generar un terror genuino en la ciudadanía, uno que trascienda la normalización de la violencia que hemos establecido a partir de ser bombardeados día con día con noticias sobre secuestros, homicidios, desapariciones forzadas, tráfico de personas, etc. Por ya más de una década. Es por ello que lo ocurrido el pasado jueves en Culiacán, Sinaloa, son de relevancia nacional.
Ojo, que el párrafo anterior no se tome como una declaración de tranquilidad nacional; el punto de este es establecer que, al existir en un estado de alerta constante, teniendo siempre un ojo sobre el hombro y el otro en la salida más cercana; es complicado que un acontecimiento nos provoque más miedo que el que llevamos predeterminado.
Brevemente, el pasado jueves 17 de octubre, fuerzas de seguridad del Estado mexicano concretaron la captura de Ovidio Guzmán López, hijo del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, en Culiacán, Sinaloa. A partir del apresamiento se desató un “estado de guerra” en la ciudad del norte, en donde diversos vehículos y sicarios fuertemente armados tomaron las calles para generar terror con plomo.
Luego de horas de terror en la ciudad, de preocupación en el país, y de distancia y ambigüedad por parte de las autoridades; se hizo del conocimiento del país y de mundo que el hijo del Chapo había sido liberado por el ejército mexicano, decisión avalada (¿o tomada?) por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Sobra decir que las reacciones mayoritarias de la ciudadanía y de agentes internacionales no fueron favorables para el Ejecutivo Federal.
Ahora, sin importar si la operación se trató de un error operativo por parte de las autoridades federales de seguridad, una mala decisión por parte de las autoridades correspondientes, o si el resultado de determinó por un acuerdo entre el Estado Mexicano y el crimen organizado; el resultado es el mismo, un golpe crítico a la imagen de López Obrador y de su estrategia de seguridad.
Algo que me llama la atención es la participación constante del abogado de El Chapo Guzmán, José Luis González Meza, en la narrativa de los hechos dentro de los medios de comunicación. La noche del jueves, en entrevista para Milenio, el abogado compartió el agradecimiento de la familia Guzmán porque Ovidio se encontraba libre, sano y salvo. Posteriormente, en rueda de prensa, el abogado extendió un agradecimiento al presidente por la liberación del hijo del narcotraficante y porque él “no fue torturado como se acostumbraba en el pasado”.
Asimismo, y probablemente lo más llamativo de sus declaraciones, González Meza declaró que la familia lamenta los hechos ocurridos el pasado jueves, y está dispuesta a apoyar económicamente a las familias afectadas por la violencia, tanto de los lesionados como de los difuntos. En palabras del abogado: “Los que sean, hombre, no hay ningún problema, se les va a apoyar económicamente a las familias”. Si tan solo fuese tan fácil deshacerse del recuerdo de un ser querido arrojándole dinero.
El gran impacto negativo que tuvo el desarrollo de este acontecimiento en la imagen del presidente, las Fuerzas Armadas y la estrategia de seguridad nacional se puede explicar por varios factores: la naturaleza llamativa de la violencia suscitada, el secretismo implícito en la respuesta del gabinete de seguridad, y la participación de José Luis González en la construcción de los hechos que, sea cual sea el trasfondo de la operación (y sin importar si lo conozcamos a ciencia cierta algún día) las declaraciones y agradecimientos del abogado hacia el presidente de México eran innecesarios, y denotan un carácter de burla hacia las autoridades federales.
Sin embargo, quizá lo más preocupante, la reacción apática y distante de López Obrador ante todo el proceso. Lo siento, pero “mañana lo hablamos” no es una respuesta satisfactoria cuando se pregunta por la seguridad actual de un sector de la población mexicana.
Desde esta perspectiva nacen muchas preguntas y surgen muy pocas respuestas: ¿Qué consecuencia tendrá esta operación en la confianza que le tendrá el pueblo de México, en específico el que habita en el estado de Sinaloa, a partir de la violencia de la semana pasada y la reacción del gobierno federal? ¿Cómo se podrá recuperar la confianza de una ciudadanía que, desde sus ojos, observó cómo el presidente dobló las manos cuando el narcotráfico saco sus armas grandes?
Porque sí, hay muchas formas de analizar los hechos de la semana pasada, y muchos puntos para darle la razón a la decisión Andrés Manuel y su gabinete de seguridad, o del gabinete de seguridad avalada por López Obrador, cómo se le quiera ver; sin embargo, la imagen que se proyectó en la mayor parte de los medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales, fue la de un presidente doblado por un narcotraficante, un ejército humillado por una guerrilla criminal, y una estrategia de seguridad sin pies ni cabeza. Y para un presidente que ha tomado tanto tiempo de su agenda para mantenerse con el favor de la ciudadanía, este es un golpe político del que, quizá, no se puede levantar.
Ahora, hay que poner especial atención en lo que ocurra dentro y alrededor del ejército mexicano en los próximos días. Andrés Manuel cargó la mayor parte de las responsabilidades de seguridad del país a las fuerzas armadas, desmantelando a la policía federal y dejando a la estatal y local a un lado.
Habrá que observar cual es el impacto que los hechos de la semana pasada generan en la imagen de las instituciones de violencia del Estado, y en su relación con el Poder Ejecutivo. El apoyo de los mandos militares, y la confianza de la ciudadanía en organismos como la Guardia Nacional; son cosas que el presidente no puede darse el lujo de perder.
A más de 10 años de que se inició la Guerra contra el Narcotráfico: la violencia sigue dando sorpresas, los muertos siguen doliendo, y los gobernantes siguen desilusionando. Pareciera que no existe solución para la inseguridad que enfrenta el país, que las autoridades son siempre superadas y que los malos lo son cada vez más. En un contexto así, no es sorpresa que la Esperanza de México parezca más como una continuación del terror.
Aquí tu buzón de esperanzas y desesperanzas: