Etnias, deuda de la democracia.

En opinión de Dagoberto Santos Trigo

Etnias, deuda de la democracia.

Juicio categórico: la democracia, esa mayoría que aún no ha alcanzado su cenit en el país, tiene una asignatura pendiente hacia los pueblos y comunidades indígenas: justicia. Los pueblos ancestrales siguen siendo segregados y estigmatizados.

De ahí, en gran medida, surge el desencanto con la democracia, lo cual está asentado en el “Informe País 2020”, que es un medidor que el INE y la ONU elaboraron. El aire es impuro todavía. Nuestras raíces son subestimadas. En términos políticos, sólo hay paliativos, consensos risibles, como Acciones Afirmativas, que prevén respetar los derechos electorales. Los partidos políticos, en la simulación y la precariedad.

Insisto: existen materias aplazadas, que no han sido resueltas con el aporte de la representatividad parlamentaria en procesos pragmáticos: pobreza, desempleo, inseguridad, violencia política en razón de género, desigualdad sustantiva, corrupción, impunidad y falta de oportunidades de desarrollo de las etnias indígenas y afromexicanas.

En un estudio llamado: Índice de Desarrollo Democrático (documento plural, auspiciado por la Fundación Konrad Adenauer y la Consultoría PoliLat), se evalúa el desarrollo de la democracia en las 32 entidades federativas, entendida como la forma de gobierno que dimana de la colectividad.

Tras su lectura, puedo cavilar que la transición (en torno a la que levantamos demasiadas expectativas, que, a la postre se hicieron terrenos infértiles) va más allá de una sucesión o alternancia (tal como aconteció en el 2000, tanto en Morelos como en el país. No sirvió). Se ha vuelto una demanda continua de las y los ciudadanos, que, con conocimiento, exigen elecciones transparentes, legítimas y participativas.

Sobre el sistema electoral, podemos establecer que no hay indicios de discusión. Hoy, la problemática se centra en los efectos, que siguen siendo pírricos… Insuficientes. Por ende, me asalta la siguiente interrogante: ¿Hacia dónde va la democracia? El camino es sinuoso; sobre todo, cuando estamos en medio del asedio de los aparatos del Estado, que pretende sepultar los avances de la libertad de decisión y de organización de las justas cívicas. El voto está en peligro; la salvaguarda del mismo, también.

El movimiento indígena (en todas las latitudes de la nación) busca la supervivencia, no la participación política. Las discusiones existentes y las preocupaciones analíticas, que comprendían en lo básico la territorialidad y la autonomía, pasando por la interculturalidad y la pluralidad jurídica, no han valido de nada. Nuestros pueblos siguen en la marginación y lejos de la auténtica representatividad.

El contexto actual debe incorporar un debate serio (que no se traduzca en meras consultas o Acciones Afirmativas), amplio y pormenorizado alrededor de la esencia de nuestra idiosincrasia: los pueblos indígenas. La democracia (embrionaria, por cierto) es un instrumento deudor. El contenido de esta modernidad no posee un proyecto civilizatorio nítido.

¿Qué sucede en este instante? En la Cámara de Diputados se aprobó una regresión política, que ahora se trasladó al terreno del Senado. Los partidos políticos se enfrascan en discusiones álgidas y, hasta cierto punto, inservibles. Mientras tanto, en la Montaña de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y en otros sitios, nuestras comunidades

 

indígenas tienen sed y hambre. Vaya paradoja. La democracia está muy apartada de la resolución de estas demandas legítimas.

Y reitero: desde el status y las prácticas de autonomía de los pueblos indígenas, la sustancia está en la supervivencia, no en el esquema político. El esencialismo no tiene cabida. La redistribución (que promueve la igualdad) y el reconocimiento (que reivindica la diferencia) es una quimera.

Lo que oímos en el discurso actual son propuestas antitéticas y complementarias. No dan una solución total a la separación etnográfica. La injusticia está como moho en las paredes del Estado.