Entre el arte y la sombra: Reflexiones sobre "Entre los árboles"
En opinión de Tania Jasso Blancas
Hace poco, volví a visitar por tercera ocasión la exposición Entre los Árboles en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano. Desde mi primera visita, la inauguración fue un espectáculo de vida cultural: un espacio atestado de amantes del arte, algo que en Morelos no sucede tan a menudo. En medio de la euforia del evento, algo despertó en mí una esperanza casi perdida sobre el futuro del arte en nuestro estado. Sin embargo, bajo el brillo de este momento tan efímero, surgieron sombras que aún no logro ignorar.
Esta exposición, con más de 300 obras y 120 artistas, es, en teoría, un festín visual de lo mejor y más prometedor del arte morelense. No obstante, la división marcada entre artistas “emergentes” y “consolidados” se presenta como una grieta que revela las tensiones más profundas en nuestra comunidad cultural. ¿Es realmente necesario dividir? ¿No estaríamos mejor destacando la convergencia de trayectorias en vez de construir barreras que nos separan?
En mi segunda visita, pude observar con más calma las obras y los montajes. Me sorprendió ver cómo se desdibujaban los límites de lo que debería ser un “emergente” o un “consolidado”. En la sala principal, dedicada supuestamente a los grandes nombres, encontré piezas de creadores cuya notoriedad aún está en construcción, mientras que en las áreas destinadas a los “emergentes” vi obras de artistas con carreras más que establecidas. Es inevitable preguntarse si este desorden refleja un mero descuido o las persistentes divisiones políticas y sociales que atraviesan el ámbito cultural morelense.
Además, el trabajo curatorial evidencia un claro contraste. Mientras que la galería El Cubo, bajo la dirección de Antonio Outón y Orlando Martínez, ofrece una experiencia cohesiva, donde el arte respira y cobra vida ante el espectador, la sala principal bajo la tutela de Ángel Nova presenta un caos difícil de navegar. El montaje amontonado y la confusión con las fichas técnicas—reemplazadas por croquis imprecisos—han privado al visitante de un disfrute pleno. Esto, sin duda, no solo afecta la experiencia del espectador, sino que también desmerece la importancia de las obras y de sus creadores.
En mi tercera visita, una revelación más amarga surgió: la indiferencia de la administración ante las críticas constructivas. A pesar de haber dejado sugerencias y escuchar a otros visitantes hacer lo mismo, los errores persisten. Esto parece reflejar una actitud de soberbia que ha caracterizado ciertos aspectos del sexenio cultural que termina. Es necesario que quienes organizan y curan las exposiciones comprendan que el arte no es solo cuestión de estética, sino también de respeto hacia el público y los artistas.
Aplaudo, sin embargo, la intención de cerrar esta administración con una muestra tan significativa para el arte local. No obstante, el reto real es garantizar que los espacios culturales que estamos construyendo sean inclusivos y representen la pluralidad de voces y trayectorias que forman el arte en Morelos. Solo trabajando con mayor rigor y empatía lograremos un espacio equitativo donde tanto los artistas emergentes como los consolidados puedan brillar con la dignidad que merecen.