El Tercer Ojo - Breve historia de la medicina y de la relación médico-paciente (Vigésima quinta parte)
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
A lo largo de esta serie se ha realizado, más que una cronología de sucesos inconexos entre sí, una narración, desde los tiempos prehistóricos hasta el siglo XIX de lo que he considerado relevante y de interés para el conocimiento histórico de la medicina. Como se encuentra registrado y documentado, a partir de aquí, el desarrollo de esta disciplina y profesión ha mostrado una explosiva expansión hacia diversos ámbitos y prácticas que van desde la oftalmología, traumatología, cardiología, neumología, urología, hasta fragmentaciones tales como la retinología. No es mi propósito describir los orígenes y desarrollo de cada una de éstas, por tal razón, a partir de esta colaboración, abordaré particularmente los orígenes y el desarrollo de lo que, en mi conocimiento, práctica e interés es relevante.
Los objetos de interés que trataré de desbrozar son la psiquiatría, la neurología y la neuropsicología.
Según Francisco Gózalez-Crussí: “Difícilmente puede considerarse esta disciplina (…la psiquiatría…) como una rama de la medicina antes del siglo XIX”, debemos suponer, sin embargo, que lo que hoy se denomina Enfermedad o Trastorno Mentalha existido desde muchos siglos atrás y que, originalmente, solían interpretarse bajo un contexto del pensamiento míticorreligioso, como posesiones por parte de deidades, demonios u otros seres sobrenaturales.
Más que trastornos o enfermedades mentales, más que procesos diagnósticos e intervenciones de especialistas, era un conjunto de valores, ideas y arquetipos sociales los que imponían los criterios para determinar quién estaba “mentalmente enfermo”, “loco” o “alienado”, y eran los familiares quienes buscaban, mediante procedimientos mágicos o míticos, su atención.
Como también se registra en la historia, muchas de estas personas eran objeto de métodos y procedimientos violentos, coercitivos y carentes de fundamentación científica a través del encierro e institucionalización en lo que hoy se conoce como hospitales psiquiátricos o, en su caso, mazmorras, como lo era el hospital psiquiátrico de La Habana, Cuba, entre otros.
Es quizás, hasta mediados del siglo XVIII y principios del XIX, que comienza una “revolución” a este respecto. En Francia, Philippe Pinel (1745-1826), en Italia, Vincenzo Chiarugi (1759-1820), en Inglaterra, John Connolly (1794-1866) o, en los EUA, Benjamín Rush(1745-1813; “reconocido como el padre de la medicina estadounidense, firmante de La Declaración de Independencia y creador de la obra Investigaciones y Observaciones Médicas entorno a los Trastornos de la Mente) pueden ser considerados impulsores de una práctica médica psiquiátrica o neuropsiquiátrica.
Nuevamente en Francia, Jean-Ètienne-Dominique Esquirol (1772-1840), siguiendo a Pinel, sostuvo que toda enfermedad mental era de origen orgánico, es decir, derivaba de una anomalía estructural, funcional o química del cerebro.
El Alemania, Whilhelm Griesinger (1817-1868) también creía que los trastornos mentales no eran más que “síntomas” de enfermedades del cerebro.
Emil Kraepelin (1856-1926) diseñó una clasificación de los trastornos mentales que el historiador Roy Porter denominó: “el antecedente más inmediato del actual manual diagnostico y estadístico”.
Durante el siglo XIX, los médicos que observaban al microscopio las muestras de tejidos cerebral de los pacientes que murieron y que previo a su deceso fueron considerados “enfermos mentales”, descubrieron que tales trastornos podrían, según refiere Jeffrey A. Lieberman, caber en dos categorías bien diferenciadas. La primera categoría abarcaba las alteraciones en las que había un daño visible al cerebro; así lo evidenciaron Paul Broca, Parkinson, Alzheimer, Pick o Huntington.
Es decir, estas alteraciones o trastornos se asociaron a “marcas patológicas” fácilmente identificables. Mientras que, en la segunda categoría, al analizar el cerebro del paciente que había sufrido otro tipo de trastornos mentales (Vgr. Esquizofrenia o Depresión) no lograron identificar ninguna irregularidad; no encontraron lesiones ni anomalías identificables; los cerebros de tales pacientes no presentaban característica alguna que los distinguiera de los cerebros de personas que nunca habían mostrado ese tipo de trastornos.
Este hecho condujo a la conclusión de que algunos trastornos mentales tenían una base biológica evidente; mientras que otros, no. (Continuará)