El odio como emoción individual y fenómeno colectivo ¿Cómo reconocerlo y cómo neutralizarlo?
En opinión de Aura Hernández
“Nadie nace odiando al otro por el color de su piel, su origen, o su religión. El odio se enseña, y si se puede aprender a odiar, también se puede enseñar a amar, pues el amor es más connatural al corazón humano que lo opuesto”.
Nelson Mandela
Aunque odio empezar así, hoy iniciaré con un lugar común: de acuerdo con la RAE el verbo odiar significa “sentir antipatía o aversión por algo, cuyo mal se desea”.
¿No es acaso anticlimático, primero empezar citando a la RAE, con quien tengo mis diferencias y segundo, ocupar este espacio para referirme a una de las emociones más negativas y más innecesarias sobre todo en estos tiempos, pero tan consustancial al ser humano, casi tanto como lo es el amor?
Qué sentido tiene ocupar tiempo y espacio para hablar del odio, cuando la etapa que está viviendo la humanidad, requiere sobre todo mensajes de optimismo, de solidaridad y esperanza.
Pues precisamente porque en esta etapa, en la que nuestra convivencia se da principalmente a través de las redes sociales, si algo se ha exacerbado son los mensajes de odio, no solo a nivel de las personas, sino, sobre todo a nivel colectivo.
Hay multitud de personas que han renunciado a exponerse a todas las formas de comunicación que hoy nos ofrecen las redes sociales, porque la proliferación de los discursos de odio los ha conducido a depresión y a la desesperanza.
Hoy que con la pandemia crecen el aislamiento y la incertidumbre por las medidas de confinamiento, hoy que vivimos una situación psicológica especial, hoy, que conforme el debate político aumenta su polarización y emergen estos odios personales y sociales, se hace necesario hacer un ejercicio de reflexión que nos permita, no sólo reconocer el odio, sino neutralizarlo en sus expresiones individuales y colectivas.
Y para ello es necesario también, saber cómo opera esa emoción en la que se lleva al adversario a la deshumanización y a la violencia, conocer sus orígenes como bien lo apunta la politóloga española Noelia Adanez, quien registra varias fuentes posibles del odio que no necesariamente se excluyen entre sí.
El primero de ellos dice Adanez, tiene que ver con el miedo al otro, “odiamos porque tememos, se trata de amar aquello en lo que me reconozco y albergar agresividad a lo otro que no soy yo”.
El miedo dice, puede basarse también en el miedo a uno mismo. Cuando encontramos en nosotros algo monstruoso, aberrante, algo que alguien nos ha señalado así como monstruoso o aberrante, pues lo proyectamos hacia los demás y entonces lo que me parece malo en mí, lo proyectamos en el otro.
Siguiendo con la politóloga española, el odio aparece también donde hay falta de autocompasión. Es decir falta de capacidad para aceptar que todos somos vulnerables, falta de capacidad experimentar compasión hacia uno mismo y hacia a los demás desde el reconocimiento de esa vulnerabilidad.
Según esto, el odio también cumple una función cuando llena un vacío. Hay actos de odio que son intentos de ignorar o distraer sentimientos de impotencia, de frustración, de fracaso de injusticia, de abandono, de vergüenza, es odiar para no afrontar, para victimizarnos.
Pero los motivos de odio individuales, también pueden cruzarse con los odios colectivos y se convierten en fenómenos sociohistóricos, en fenómenos culturales, puesto que el odio es una emoción que tiene una gran capacidad de movilización.
Y es entonces es cuando aparecen los profesionales del odio y cuando se lucra políticamente con ello. Por ello, el primer paso para la neutralización de los discursos de odio tanto de nuestra vida personal como de la política es reconocerlos como tales y “etiquetarlos”.
Hoy en día es lamentabilisimo, que teniendo como elemento fundamental la difusión del discurso de odio en sus mensajes se hayan ganado espacios políticos a escala global, en el sentido que lo plantea Adanez, pasando por Trump, Bolsonaro, Vox en España.
Y en nuestro país, es también un fenómeno de gran influencia que se debate principalmente en las redes sociales a las que una gran parte de la población tiene acceso lo que genera que su reproducción se vuelve exponencial, por ello es tan importante interiorizar los estragos que pueden causar en una sociedad como la nuestra.
Muchos personajes de la vida pública han sido víctimas del discurso de odio, que teniendo su origen en una animadversión individual se ha transformado en un fenómeno colectivo que es necesario detener, no solo por la salud de la vida comunitaria y de la política, si no también por la tranquilidad de cada una de las personas que habitamos este gran país.
Frente al odio solo nos queda el camino de la razón. Parece sencillo, no lo es, pero podemos intentarlo.