El discurso de odio
En opinión de Aura Hernández
“He decidido apostar por el amor. El odio es una carga demasiado pesada.”
Martin Luther King
Organizaciones humanitarias en el mundo han definido al discurso de odio como cualquier forma de expresión que propague, incite o promueve el odio hacia alguna persona o grupo a partir de sus características o condiciones personales o de grupo.
Estas definiciones incluyen el componente del acoso, el descrédito, la difusión de estereotipos negativos, la estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones por razones de “raza”, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual.
Actualmente en la era digital y con la preeminencia de las redes sociales en la comunicación de la humanidad, este fenómeno se ha potenciado y maximizado tanto que, por su relativa novedosa aparición en escena, garantiza la impunidad de quienes con diversos motivos promueven e incitan el discurso de odio.
El hecho preocupa no solo a las personas y grupos que son víctimas de este flagelo sino a organizaciones como Naciones Unidas (ONU) al grado de que, la Asamblea General del 21 de julio de 2021 mostró su preocupación sobre “la propagación y proliferación exponenciales del discurso de odio” y adoptó una resolución que busca “promover el diálogo y la tolerancia interreligiosos e interculturales para contrarrestarlo”, y proclamó el 18 de junio como el Día para contrarrestar el discurso de odio en el mundo.
De acuerdo con el portal oficial de la ONU, “la resolución reconoce la necesidad de acabar con las retóricas discriminatorias y xenófobas y llama a todos los actores relevantes, incluidos los Estados, a aumentar sus esfuerzos para abordar este fenómeno, de conformidad con el derecho internacional de los derechos humanos”.
En su documento la organización llama a los Estados a esforzarse para contrarrestar el discurso de odio con pleno respeto a la libertad de expresión y de opinión involucrando a “organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, las empresas tecnológicas y las plataformas de redes sociales”.
Como ejemplo, un estudio de la oficina de Naciones Unidas en Costa Rica sobre el incremento del discurso de odio y discriminación en ese país encontró que en el último año hubo en ese país incremento de 71% en los mensajes y conversaciones en redes sociales ligados al odio y a la discriminación. De estos, el 77% tiene la intencionalidad de ofender y los temas más debatidos son los de la política y las elecciones y el de la orientación sexual.
Ejemplos de estos discursos profusamente difundidos en las redes sociales y plataformas digitales son los que emitieron los supremacistas blancos al triunfo de Donald Trump en EU: “Estados Unidos es hasta esta última generación un país blanco, diseñado para nosotros y nuestra posteridad, además que Estados Unidos es una creación de la gente blanca, es su herencia y nos pertenece. ¡Heil Trump!”. O bien: Latino, es tiempo de que te vayas de este país”.
Pero los discursos de odio no son menos virulentos en México. Es el discurso que dice que “todos los mexicanos son güevones”, el que afirma que las personas de la diversidad sexual son pederastas potenciales, el que afirma las personas indígenas no tienen educación, el que discrimina por la apariencia física o por las creencias religiosas…
Pero el extremo es el discurso de odio en política, el que se alimenta con noticias falsas, con la manipulación de la opinión pública, con el miedo en las redes sociales, con tendencias artificiales promovidas por granjas de bots escudados en el anonimato, porque cuando esto falla, o falla el fraude electoral o la aniquilación jurídica- política tiene como resquicio al asesinato.
El caso de Cristina Fernández, el de Evo Morales en Bolivia, el de Lula en Brasil, el rechazo a la modificación de la Constitución pinochetista en el Chile de Gabriel Boric, y por supuesto el caso de México donde el odio en las redes sociales ha desintegrado familias y comunidades. Todos son ejemplos que tristemente podrían terminar con la ya de por si adolorida democracia Latinoamérica.
Democracias en peligro ya lo alertó Boaventura De Sousa Santos, al describir el modus operandi de Atlas Network en América Latina, la organización de ultra derecha con presencia en más de 100 países, financiada por los hermanos Koch, los magnates petroleros que apoya con capacitación y contactos “redes y fondos a grupos libertarios y de libre mercado en todo el mundo”. Y con presencia en México y en el discurso de odio.