El cortisol: un aliado en equilibrio, un enemigo en exceso

En opinión de Vannya Ivonne Flores

El cortisol: un aliado en equilibrio, un enemigo en exceso

Las emociones influyen directamente en nuestra salud física y mental, aunque muchas veces no les prestamos la atención que merecen. El cuerpo es un reflejo de nuestro estado emocional y, en ocasiones, nos envía señales claras de que algo no está funcionando bien. Una de las principales responsables de estos cambios es el cortisol, comúnmente conocida como la hormona del estrés.

Este tema surgió a raíz de una experiencia personal. En momentos de estabilidad emocional, el organismo produce en mayor cantidad sustancias como la oxitocina, la llamada "hormona del amor", que genera sensaciones de felicidad, apego y seguridad. Sin embargo, cuando atravesamos situaciones de tensión o pérdida, los niveles de oxitocina disminuyen y el cortisol toma protagonismo.

El cortisol es una hormona producida por las glándulas suprarrenales, ubicadas sobre los riñones. Su función principal es ayudar al cuerpo a responder al estrés regulando la presión arterial, los niveles de glucosa en sangre y la inflamación. En condiciones normales, el cortisol cumple un papel esencial en el ciclo de sueño-vigilia, favoreciendo el estado de alerta durante el día y promoviendo el descanso por la noche.

Sin embargo, cuando su producción se mantiene elevada de manera crónica, puede tener efectos negativos en el organismo. Situaciones de estrés prolongado, ejercicio excesivo, malos hábitos de sueño y una alimentación deficiente pueden hacer que el cortisol permanezca en niveles altos durante períodos prolongados, afectando la salud en distintos niveles.

Entre los síntomas más comunes del exceso de cortisol se encuentran:

     Aumento de peso, especialmente en la zona abdominal.

     Retención de líquidos e inflamación.

     Cara más redonda o hinchada.

     Aparición de acné, incluso en personas que no suelen tener problemas en la piel.

     Irritabilidad, ansiedad e inestabilidad emocional.

     Problemas para conciliar el sueño o insomnio.

     Dificultades para concentrarse y pérdida de memoria.

     Irregularidades en el ciclo menstrual.

     Debilitamiento del sistema inmunológico, lo que incrementa la vulnerabilidad a enfermedades.

Durante mucho tiempo, experimenté varios de estos síntomas sin ser consciente de su origen. Había días en los que, sin importar cuánto me esforzara en llevar una alimentación balanceada y hacer ejercicio, mi abdomen seguía inflamado y la ropa me quedaba ajustada. Otras veces, notaba brotes de acné sin una causa aparente, a pesar de que nunca había tenido problemas con mi piel.

La irritabilidad también se convirtió en una constante: me molestaban cosas que normalmente no me habrían afectado, lo que impactaba mis relaciones personales y laborales. Además, mi concentración disminuyó, y cada vez me resultaba más difícil cumplir con mis responsabilidades diarias. En aquel momento, pensé que se trataba de una simple "mala racha", pero con el tiempo entendí que mi cuerpo estaba enviándome señales de alerta.

El organismo tiene su propio lenguaje y, cuando lo ignoramos, las señales se intensifican hasta volverse imposibles de pasar por alto.

Afortunadamente, existen diversas estrategias para equilibrar esta hormona y mejorar el bienestar general. Pequeños cambios en la rutina pueden hacer una gran diferencia:

1. Alimentación y ejercicio: el equilibrio es clave

Seguir una dieta balanceada y realizar ejercicio moderado es fundamental. Aunque la actividad física es beneficiosa, el exceso puede elevar aún más los niveles de cortisol. Es importante escuchar al cuerpo y darle el descanso necesario.

2. Gestión del tiempo y reducción del estrés

Planificar el día con una agenda puede ayudar a evitar la sensación de estar abrumado por las responsabilidades. También es recomendable dedicar momentos al descanso y al ocio sin sentir culpa.

3. Técnicas de relajación

El yoga, la meditación y la respiración profunda han demostrado ser eficaces para reducir los niveles de cortisol. Incluso unos minutos al día pueden generar un impacto positivo en el estado de ánimo y la calidad del sueño.

4. Relaciones saludables

Rodearse de personas que aporten bienestar y apoyo emocional es esencial.

5. Un sueño reparador

Dormir bien no solo implica descansar las horas suficientes, sino también mejorar la calidad del sueño. Evitar el uso del celular antes de dormir, mantener un horario regular y crear un ambiente relajante en la habitación pueden marcar la diferencia.

 

El estrés es una parte inevitable de la vida, pero su impacto en el cuerpo puede minimizarse con hábitos saludables. Escuchar al organismo y atender sus señales es el primer paso para recuperar el equilibrio y mejorar nuestra calidad de vida.