Cuando sea demasiado tarde… - Crónica de una vacunación desgestionada.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Salía de la fila de vacunación de la UAEM el lunes sobre la hora de la comida. Después de estar 4 horas en el auto con mis padres, salíamos por la puerta número dos del campus Chamilpa. Me llamó Alejandra, mi contraparte en la Coordinación de la Maestría. Dr. Gabriel, el día miércoles inicia la vacunación para profesores, y le toca a usted el mismo miércoles. Vamos a tener que cancelar nuestro evento. Veníamos planeando desde hace meses el 7º Foro de Prácticas de la Maestría en Psicología, cancelarlo o posponerlo dos días antes de la inauguración era una locura. Después de deliberarlo, decidimos seguir adelante. Terminando la inauguración y la conferencia magistral, me ajusté la muslera (al muslo), pedí un uber, y en 20 minutos estaba parado en la esquina de Domingo Diez y Paseo del Conquistador. La escena era kafkiana.
A las 11 de la mañana en punto estaba encontrando el inicio de la fila, a tiro de ballesta de una escuela privada que ocupa el edificio donde antes estaba una Normal. Google Maps me ha informado que, de ese punto, a la entrada del Hospital Militar, son 1,600 metros de distancia. Una estimación rápida nos indica que delante de mí había, por lo menos, 3000 personas esperando vacuna antes que su servidor (dos personas por metro). La fila avanzaba a razón de unos 6 o 7 metros cada 3 o 4 minutos. Tardamos hora y media en llegar a la esquina de Av. Palmas esquina con Paseo del Conquistador, donde hay una clínica de color azul. Ahí empezó lo bueno, porque desde ahí hasta la esquina de Domingo Diez, no hay sombra.
Más o menos a la mitad del puente, la fila se detuvo. Estuvimos parados directamente bajo el sol por más de media hora. Mucha gente, haciendo gala de kilómetros de inteligencia más que su servidor, traía un banquito sobre el cual poderse sentar durante las pausas. Abrí un poco el compás y me dispuse a hacer uso de mis habilidades de permanecer de pie todo el día (los vendedores/cajero de una reconocida tienda departamental tienen prohibido sentarse durante la totalidad de su jornada laboral, o por lo menos así era en aquel entonces). Transcurridas tres horas de espera, nos encontrábamos a la altura de los go-karts. Mi madre nos llevó a mi hermano y a mí ahí hace 30 años, y derivado de un percance en el que el cochecito en el que venía un amigo se levantó un metro del suelo (afortunadamente ileso), se consideró innecesario regresar (ya ven, las mamás). Algunos momentos más tarde, pasa una pareja de académicos que para mi gusto se hubieran podido vacunar en semanas anteriores, pero ¿quién soy yo para cuestionar los motivos de los demás? Se saludan con una persona que se encuentra 4 o cinco lugares por delante de mí, y comienza a relatar su viacrucis. Más o menos del punto en el que nos encontramos faltan tres o cuatros horas para llegar a la puerta del Hospital Militar, y una vez dentro, uno tarda otras 3 o 4 horas en llegar al lugar donde se vacuna. Mi novia, a mi derecha, me mira con los ojos abiertos como platos. Nos armamos de paciencia.
La fila sigue avanzando por dentro de la gasolinera. Tal vez una hora más tarde, nos encontramos nuevamente en la esquina de Paseo del Conquistador con Domingo Diez. Van más de 4 horas de espera. La gente se pega a la pared, buscando dónde recargarse o dónde poder sentarse en las jardineras y bordes que se hacen debido a la irregularidad de la banqueta. Empiezo a notar que el cuello de mi novia se encuentra de un color rojo muy intenso. Trato de no preocuparme, aquí ya hay un poco más de sombra. Seguimos avanzando. Pasa un hombre vestido de civil, pero con identificaciones colgadas al cuello, parece ir contando personas. Le indica a la mujer que viene detrás de mí que su niña no va a poder entrar al cuartel. Otra mujer le pregunta si todavía hay vacunas, el hombre traga saliva y se toma dos segundos en responder afirmativamente. Todavía hay vacunas.
Una hora más tarde, llegamos a Plaza Coorporativa, ahí se vuelve a detener la fila por un periodo largo de tiempo. Te vas a perder tu clase, me dice mi acompañante. Por el contrario, vengo preparado. Le muestro que traigo escondido en el cuello de la camisa mi auricular desde el cual estoy escuchando nuestro evento, y en la muslera traigo una batería extra que puede cargar hasta tres dispositivos al mismo tiempo. Venía preparado para cualquier eventualidad. Ya no debe de faltar mucho, no te preocupes. Me bajo de la banqueta y camino sobre la calle, llegando casi a la mitad del carril central, para poder ver cuánto falta de fila. Regreso a mi lugar y guardo silencio. Mi novia lo nota de inmediato. ¿Qué tienes? Te tengo que decir algo, pero no sé cómo decírtelo. La piel del cuello de mi novia empieza a tener pequeñas pústulas. Inmediatamente lo lee en mi mirada, se baja de la banqueta, camina sobre la calle, y mira hacia el Hospital. Se regresa a su lugar en silencio. ¿Cuánto falta para tu clase? 20 minutos. Tal vez para cuando acabe tu clase ya habremos llegado. Pero ella misma se desdice, falta más de dos horas. Falta más de tres. No voy a aguantar. Tal vez me vaya después de tu clase. Le tomo la mano. Si no vas a aguantar, ¿para qué te esperas dos horas más aquí? Tenía un compromiso de su trabajo a las 18. Cinco minutos más tarde, toma un taxi y se vuelve a casa, ella sólo me venía acompañando.
Dan las 16, dispongo todo para dar mi clase. Me disculpo con mis estudiantes y les muestro cómo está el panorama. Doy mi clase como puedo, nos vemos mañana. Nos despedimos. Estoy sentado sobre una jardinera, donde empieza el predio del cuartel militar, hay dos jeeps exhibidos sobre columnas de PTR y una escultura de un soldado hecho a partir de pedacería de metal. Comienza a avanzar la fila, pero de esa puerta salen 4 soldados, uno portando una ametralladora de asalto, colgada del hombro. Levantamos todos la mirada, las personas que están 100 metros más adelante en la fila comienzan a gritar. El soldado de mayor rango frente a mí nos indica que se han terminado las vacunas. Estoy digiriendo el hecho, cuando las personas que ya estaban por entrar se abalanzan sobre la calle. En cuestión de segundos se cierra la circulación sobre la avenida. La gente se organiza y hacemos zigzag para que la fila ocupe ambos sentidos de la vialidad. Son las 17:30. Le indico a la persona que está a mi derecha que ya había vallas naranjas sobre la avenida a la altura de la glorieta de la Paloma de la Paz desde antes que interrumpiéramos el flujo, ya sabían que cerraríamos la calle.
Se improvisa una comitiva, la fila se desdibuja. Los militares simplemente han cerrado la puerta de acceso. Unos empiezan a gritar, otros responden con gritos propios. Tiene apariencia de que se armará un zafarrancho en la entrada del cuartel. Los ánimos se tranquilizan un poco, no pasó a mayores. Comienza a correr el rumor de que dejarán pasar a 50 personas más. Luego que serán dos bloques de 50 personas. Luego que uno de 100. Luego que dos de 100. Comenzamos a discutir sobre la posibilidad de pernoctar. Ya son las 18 horas y la gente se va a empezar a formar desde las 20 para cuando abran la puerta del siguiente día. Ya llevamos aquí 7 horas, porque si yo me formé a las 11, la persona que viene delante de mí y la que está detrás de mí, se habrán formado a la misma hora. 7 horas bajo el sol, mi novia tiene quemaduras de primer grado en el cuello.
Todos corren a formarse nuevamente. Unas cuantas personas delante de mí empiezan a señalar a unos muchachos. Ustedes no iban ahí en la fila, sálganse. Es un muchacho y una muchacha, hacen caso omiso. La gente empieza a alzar la voz, los ánimos están bastante calientes. El muchacho piensa en su novia, la toma de la mano, y se retiran de la fila. La señora de la niña (ya sin niña, en algún momento viene un hombre y se la lleva) me señala desde 10 personas delante de mí y me dice que mi lugar es delante de ella. Miro a las personas que están delante y detrás de mí, no dicen nada. Me vuelve a señalar y me vuelve a indicar que mi lugar es delante de ella. La mujer que preguntó por las vacunas se le une, sí señor, éste es su lugar. Camino hasta allá esperando a que todos me chiflen y al final pierda mi lugar en la fila. Me formo otra vez, no pasa nada. Unos minutos más tarde pasa el mismo individuo que pasó saliva unas horas más tarde, contando a las personas. Me toca el número 97, cuando llega al 100 deja de contar, dice que hasta ahí van a dejar pasar, y antes de que nadie diga nada, ya está dentro del cuartel otra vez. Cuestionaría su hombría, pero tomó el camino del hombre inteligente.
Los cien “afortunados” entramos al cuartel en cuestión de minutos, son las 19. Nos tienen a todos formados cerca de la entrada, hay personas que desde el otro lado de la reja nos miran con una especie de enojo, desesperación, envidia, y resignación. La mujer que me indicó que era mi lugar me dice bajito que le debo un refresco. Saca su celular y llama a su pareja, ya entré mi amor. Aparece un muchacho de unos 25 años, vestido de camiseta y jeans, tratando de mostrarse lo más alto que puede ser, los hombros para atrás, el pecho hinchado. Actitud de matón. La mujer está distraída hablando por el teléfono. A pocos centímetros de su rostro le grita ¡APAGUE SU CELULAR SEÑORA! La señora, más perpleja que asustada, levanta la mirada. ¡QUE APAGUE SU CELULAR EN ESTE INSTANTE O VOY A HACER QUE LA SAQUEN! La mujer parpadea, simplemente se queda congelada. Le digo bajito guarda el celular, recuerda que estamos en un campo militar. El celular desaparece y el matón se aleja, visiblemente indignado de constatar que gritarle con desmedida a una mujer civil no surte mucho efecto. Supongo que no conoce a muchas.
Caminamos entre los edificios, habrá sido un kilómetro, tal vez menos. Ya no hay fila dentro del cuartel. Quince minutos más tarde llegamos a una pequeña explanada, hay 100 sillas dispuestas equidistantemente, supongo que con la lógica de la sana distancia. Me toca la última fila. La primera fila se levanta, se va. La segunda. Hacen que los 80 restantes nos pongamos de pie y nos sentemos dos lugares adelante. La primera fila se levanta, se va. La segunda. Hacen que los 60 restantes nos pongamos de pie y nos sentemos dos lugares adelante. La primera fila se levanta, se va. La segunda. Hacen que los 40 restantes nos pongamos de pie y nos sentemos dos lugares adelante. La primera fila se levanta, se va. La segunda. Hacen que los 20 restantes nos pongamos de pie y nos sentemos dos lugares adelante. Trato de quedarme cerca de una mujer cuyo esposo se tuvo que quedar fuera y entre la gente aglomerada en la reja me suplicó con la mirada, por favor acompáñala. Me toca el último de los últimos lugares. A ver, fórmense aquí, de cuatro en cuatro. Pasa la primera fila, se va. Pasa la segunda, se va. Llego al siguiente grupo. A ver, fórmense aquí, de tres en tres. Pasa la primera fila, se va. Pasa la segunda, se va. De pronto me encuentro frente a una mesa con computadoras, un hombre me pide mis papeles. Los revisa, se queda con mi recibo de nómina y sin decir nada me devuelve lo demás. Supongo que si reclamo mi recibo y la privacidad de mis datos y el derecho a la intimidad y… se queda con mi recibo de nómina y sin decir nada me devuelve lo demás. Llego a otra mesa con más computadoras. Vuelven a ver mis papeles, me los regresan y por fin llego a la última fila, de sólo dos personas. Toca mi lugar, indica la enfermera que se terminó su botellita. Mete la mano en la hielera para sacar otra. Una mujer uniformada le grita ¡NO ABRAS NINGUNA DOSIS MÁS! La enfermera la mira, luego me mira a mí, luego la vuelve a mirar a ella. ¡NO ABRAS NINGUNA DOSIS MÁS! Otra enfermera me rescata, me llevan a otra fila. 15 minutos más tarde, me encuentro nuevamente sobre la banqueta de Domingo Diez, debidamente arponeado. Son las 20 horas.
Todas las personas que se formaron detrás de mí, desde las 11 de la mañana, se quedaron sin vacuna. Desconozco por qué no se molestaron en contar las vacunas y contar a las personas, o hacer un cálculo de tiempo. A las 17 cerraron la puerta, cuando el horario era hasta las 18. Desde las 15 ya sabían que iban a dejar de vacunar, ¿por qué no avisaron? ¿Cómo puede ser que alguien haya dado la orden de cerrar la puerta una hora antes y lo siento mucho por los que se quedaron afuera?
La o las personas que organizaron la desgestión, que sepan que un ladrillo posee más habilidad, intelecto, criterio y calidad humana que ellos. Un ladrillo de esos que tienen huecos dentro, de los que cuestan 5 pesos (Homer TLC Inc, 2021).
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