¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel I

Un Cuento de Lina Ma. Pastrana

¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel I

En aquel callejón sucio dos hombres modestamente vestidos conversaban sentados en la banqueta.

— ¿Entonces qué? Le vas a entrar, o no

Melesio ni siquiera podía levantar la cabeza para contestar. Con voz baja repetía: — ¡No la amueles Compadre! eso no. ¡Yo! te pedí ayuda porque en verdad ya me llegó el agua hasta el cuello. Pero eso de lastimar a un “Cristiano” no va conmigo.  

Humberto le contestó impaciente.

— Ya te dije que tú no vas a hacer nada malo. Solo se trata de que atiendas a un “Buey”. Le das de comer, le das agua, lo acompañas al baño y cuidas que esté tranquilito sin quitarse la bolsa de la cabeza. ¿Entendiste?

Melesio movía la cabeza de un lado al otro y le contestó: — De plano ¡No!

Furioso Humberto se levantó de la banqueta y le advirtió a su compadre: — Está bien, como tú quieras pero después no vengas chillando que necesitas lana. Nada más te pido que no le cuentes a nadie de esto.

Melesio también se levantó y cada uno se fue caminando por rumbos diferentes. Cuando Melesio llegó al cuarto en donde vivía se encontró con la amarga noticia que le daba su Madre:

— ¿Y qué paso hijito? ¿Si te pudo conseguir trabajo tu Compadre?

— No Jefa. Resulta que, que está muy lejos la chamba, no voy a poder llegar. La mujer desesperada le contestó: — ¡Melesio! Tienes que esforzarte. Ya la dueña del cuarto me lo pidió, porque todo el tiempo no estamos retrasando con el pago. Lo que me da la Señora Aguilar por cuidarle a su viejito es muy poco.

— Lo sé Jefa. Y no crea que no me duele ver cómo trabaja. Usted está para que la cuiden y no para cuidar.

La Madre de Melesio insistió diciéndole. Hijo ve al mercado a seguir cargando costales o vete al estacionamiento a seguir lavando coches. Piensa en Inés, la pobre chamaca se la pasa llorando todo el tiempo porque le hacen falta muchas cosas. Ya hasta  quiere salirse de la Escuela para ponerse a trabajar.

Melesio reaccionó levantando la voz: — ¿Y de qué quiere trabajar si nada más tiene catorce años?

¡Qué no la amuele! Todos estos años he logrado torear los problemas para que ella tenga una preparación. La vida es dura para los ignorantes. Véame a mí, lo que yo gano se me va en transporte o en la que ese día nos comemos. ¡Dígale!  Que me espere, yo veré cómo le compro sus libros y sus cosas. Y por cierto en dónde se metió la chamaca.

— La mandé a la Farmacia, a ver si me  conseguía algo baratito para mi dolor de pie, ¡Ya no lo aguanto!

Melesio sintió que las lágrimas estaban a punto de escaparse de sus ojos. Y mientras se ponía nuevamente su chamarra le dijo a su madre: — ¡Sabe qué Jefa! De plano le voy a avisar al Compadre Humberto que le aceptó la chamba. Aunque me quede lejos, aunque me tenga que gastar la mitad de lo que gano en camiones, no  me importa pero usted va a tener sus medicinas y la chamaca sus libros.

El día de la cita llegó. Melesio ya había aceptado el “trabajo” y puntual se presentaba en la dirección indicada. Pasó a la  pequeña estancia en donde se encontraba su Compadre con dos hombres más.            

El sujeto más alto comenzó a darle indicaciones: — ¡Mira amigo! Lo que te toca hacer es cuidar al tipo que está en la recámara. Lo acabamos de traer y está un poco nerviosito, pero tú, te las tienes que arreglar para que no cause problemas.

Cuida que nunca te vea la cara, si te acercas a él, tú debes de ponerte también una de estas bolsas de tela para cubrirte, si este cuate tiene que comer o beber le quitas la bolsa que le pusimos pero en cuanto termine se la vuelves a poner.

Si ves que se pone muy necio y le da por gritar  le pones entonces la cinta canela en la boca. Y lo convences de que lo mejor para él y para nosotros es que coopere para que esto termine lo más pronto posible.

 

linapastranautora@gmail.com

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