¿Un Día Más?
En opinión de César Daniel Nájera Collado
Me despierto, y enseguida siento ese peso bestial que aplasta mi cuerpo; aunque después de pensarlo un momento, creo que también lo tenía estando dormido. Levantarme es aún más desgastante al caer en cuenta que lo que pesa es mi alma, pero lo logro porque, en efecto, la esperanza tarda en morir. Creo tener cierto poder en mis manos como para aniquilar la esperanza, pero para colmo, esta es amiga del miedo, por lo que mi poder se desmorona.
Ya arriba, veo una botella de vino maquiavélicamente abierta, y a pesar de ser las 11 a.m., me logra seducir la idea de ganar unas horas ligeras. Aún así, la fuerza consciente que me queda la dirijo hacia ver la luz del sol. Nuevamente, la maldita esperanza juega conmigo.
Pasadas las horas, cedo y me pongo la máscara, de esas que todos se ponen, para salir y realizar las “actividades cotidianas”, casi obligándome a creer que mi alma se quedará en el departamento. Pero no. Todos sonríen, y yo igual, al grado que me siento un impostor funcional. Nadie se percata del dolor aunque yo vea renguear hasta mi sombra.
Regreso al departamento, y realizo el mismo ritual de todos los días: arañar cualquier atisbo de optimismo para convencerme que mañana será mejor. Volteo a mi alrededor y veo lo mucho que tengo, tanto que hasta me molesto un poco por no lograr felicidad. Pero no tardo en recordar que el intentar encontrar explicaciones ya es inútil y pasado. Me tardo horas en la ducha, lloro por el efecto placebo, y entro en la cama sin saber que tan noche es. Sin embargo, casi al lograr dormir, siento algo diferente. El miedo está traicionando a la esperanza porque está mutando. Ahora, el miedo a vivir supera la idea de la muerte, porque esta ya perdió su control.
La depresión es una enfermedad clínica severa, que necesita más atención de la que recibe. Si queremos seguir estancados en el subdesarrollo, continuemos ignorando su seriedad.