Secreto a voces - Nos dan 10 ó 50 centavos y nos dicen… “ahí se los reparten…”

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - Nos dan 10 ó 50 centavos y nos dicen… “ahí se los reparten…”

Es la esquina en la que convergen el incesante arroyo vehicular de calles emblemáticas de la urbe metropolitana: Bucareli, Chapultepec y Río de la Loza. En este lugar, una treintena aproximada de hombres y una mujer (Alejandra), buscan cumplir con la tarea nada fácil de encontrar un lugar en la estructura social de la ciudad de México. Por décadas, luchan por alcanzar un lugar que les permita cierta estabilidad personal y familiar, algunos se han quedado en el camino, picados, afectados por el consumo de drogas o porque se van de la ciudad o buscan y encuentran algún empleo en otro lugar.

De pronto se acumulan los autos uno tras otro: de empresas, particulares, pequeños y distintas dimensiones, yo guardo silencio y les hago una señal de que ya no preguntaré nada con el fin de dejarles unos instantes de tiempo para que se lancen sobre los vehículos que se han detenido y empiecen la tarea ofrecer el “servicio” de limpiar los parabrisas de los autos. No se mueven y se quedan parados, pero “shaggy” me dice, “no, ahorita no, desde aquí se puede mirar que los cristales de los autos están limpios y si vas se molestan, es mejor esperar”.

En este lugar se trabajan las 24 horas, por increíble que parezca. Les pregunto, ante algunas miradas curiosas de quienes por ahí transitan, “que si les conviene trabajar por la noche”. La respuesta es contundente, “claro que resulta”. En broma, dice uno de ellos que los fines de semana pasan algunos conductores con algunas copas encima, con movimientos marcados por el alcohol, meten la mano a su bolsa y sacan dinero y se los dan con un “ya no me molestes, toma…”. Por la noche el trabajo no para y es cuestión de “trabajarle” y sale algo de dinero.

Son un promedio de 30 como ya lo hemos dicho, su edad oscila entre los 13 años y los 50. Dany y Fabián, son los más jóvenes del grupo. Estudian y van a la secundaria en el primer grado, creo que me lo dicen con orgullo. La señora Alejandra, es la de mayor edad del grupo. Es bajita de estatura, de tez morena, pero se mueve con agilidad ante los autos. A ella llega una señora que con lágrimas en los ojos algo le dice. Pregunto qué pasa y me responde Brandon que la señora la quiere ayudar, pero según este último ella no se deja…

Durante el día, se puede apreciar a uno de los integrantes del grupo a quien le tocó trabajar por la noche y por ahora descansa, tendido entre cobijas durante varias horas que permanecí en ese lugar. Es una persona joven, de aproximadamente 30 años, pero no despierta y todos respetan su descanso, solamente se observan sus pies y su cara. Su cuerpo está colocado a lo largo de un espacio al que le llega la sombra de unos árboles. Entre la esquina de Bucareli y Río de la Loza, está un pequeño edificio que dice “Garita Porfirio Díaz, 1869-1926”, actualmente en litigio. Algunos miembros del grupo tienen un pequeño adoratorio a la “santa muerte”.

Percibo que algunos son católicos, cuando platico con “Jesús”, uno de los miembros de este grupo, delgado y que se mueve lentamente, lo que contrasta con la rapidez del flujo vehicular, lo que me llama la atención, me cuenta que tanto Daniel como Fabián son parte de su familia. También ahí anda su cuñado. Este último destaca por una cierta corpulencia. Mientras me dice esto, llega un joven de unos 18-20 años, vestido con ropa de calle, se despoja de ella, se pone ropa de trabajo, toma su mochila y toma rumbo a una de las esquinas de las que cubre este grupo.

Se detiene una camioneta “Duster” color cobre de modelo reciente y llama a Fabián para que le limpie los cristales. Se puede apreciar en la mirada y rostro del conductor, un hombre de aproximadamente 60 años, el deseo de brindar cierto apoyo al grupo y con calma espera que haga su trabajo “Fabi”. Termina la limpieza y se va, luego de dejarle una moneda a Fabián. Algunos de los que por ahí transitan ya conocen y permiten su trabajo. Les llegan a dar hasta cien, doscientos, trescientos o quinientos pesos, aunque esto ocurre ocasionalmente. En general, el promedio que ganan 250 pesos. Esa cantidad ya es buena.

Testigos mudos del trabajo de este núcleo de personas son las sucursales bancaras que concentran el capital de inversiones particulares como Santander, Banorte, BanBajio; antiguos edificios construidos durante el siglo XIX y en cuyo interior viven familias que rentan las casas que existen en su interior. Son “gente fresa” dice uno de los miembros del grupo. El mercado Juárez, está frente a la esquina en cuestión, y de los puestos que se colocan en ese lugar adquieren comida, como jamón, tortillas y refrescos, para quienes cubren el turno entre la mañana y tarde, mientras los “metrobuses” de color rojo cruzan frente a ellos de manera incesante. 

Brandon es de los más viejos del grupo, aunque apenas tiene 22 años. Vive con su esposa que trabaja en un restaurante. Ahí llegó a los cinco años y desde entonces solamente ha tenido algunas salidas intermitentes, porque consigue algún empleo en zapaterías, venta de ropa, entre otros, pero siempre regresa. En una ocasión lo despidieron porque faltó dos días, otra porque tomó el día que le tocaba descansar y lo tomaron a mal los patrones y, finalmente, “en un negocio de venta de ropa el hijo del dueño extravió 40 mil pesos, dijo que los había perdido ahí en el negocio, las cámaras nunca permitieron ver quien los había tomado, pero los despidieron a todos los empleados y a él le tocó”.

En el tiempo que tienes aquí, como el más “viejo” del grupo, “¿qué es lo que percibes que ha cambiado en la esquina”, le pregunto a Brandón. Me responde, la policía. Antes nos correteaban y nos detenían y nos llevaban a la cárcel por cualquier cosa. Ahora, cuando tenemos algún problema y nos denuncian a la policía, nos detienen, nos suben a la patrulla y nos dicen que “tienen que actuar para que los denunciantes vean que están actuando”. El trato es más humano me trata de decir, quien tiene una hija pequeña con su segunda esposa.

“Alejandro”, un hombre delgado, con barba, de aproximadamente 50 años se dirige a mí y me dice que es sicólogo y que la clave es saber sobrellevar a los conductores de los vehículos. El “cuñado” de Jesús, señala que algunos les dejan 10 ó 50 centavos y que el fin es molestarlos, pero trata de sobrellevar la ofensa porque todavía agregan “que se los repartan…”. En tanto, transitan frente a nosotros camionetas con la imagen de la “Virgen de Guadalupe”. Vienen del Estado de México y andan un poco extraviados. Los del grupo les dan indicaciones para que tomen insurgentes y “derechito” por ahí llegan a la Basílica, situación que aprovechan para limpiar el cristal de las camionetas e incrementar los ingresos del día.

Me despido del grupo, mientras algunos de ellos se “lanzan” sobre los autos detenidos y alcanzo a mirar detrás de los cristales a algunos de los conductores haciendo señales con la mano de “no”, “no”, “no”, pero les cae el agua y el jabón y a algunos de ellos no les queda más que cooperar para la causa de este grupo de hombres y una mujer que intenta en esta esquina saltar a nuevos mundos en donde la vida no vea lo que aquí se palpa, percibe y experimentan quienes ocupan un lugar en la escala social, pero no es el de los lugares más privilegiados.